De
pequeña nunca inventé amigos invisibles, pese a los continuos
cambios de colegio y de domicilio, y a que era patológicamente
tímida, y a que bla, bla, bla. Quizás me conformaba con que mi
hemana hiciera de suplente de esos compañeros de juegos que los
demás niños recolectaban en clase o en la calle. Quizás ella era
el único antagonista infantil que mi desarrollo psicológico
necesitaba. Quizás prefiriera aburrirme como los líquenes, antes
que pasar el bochorno de pedirle a mi madre que pusiera cubierto para algún
amiguito incorpóreo al que yo llamara Nicolás.
Ahora que he crecido, y que he llegado a
desarrollar ese talento exclusivamente adulto que es el humor, me doy
cuenta de que si algún día todos mis amigos invisibles decidieran
al unísono materializarse, yo no tendría sueldo suficiente para
invitarlos a, pongamos, unas cañas o unas horchatas.
En realidad, lo de invisibles no es del
todo exacto. Se trata, de hecho, de una cualidad puramente subjetiva
que sólo es válida para mí, porque tengo la certeza de que
cualquiera de ellos, en cualquier circunstancia distinta de la mía,
puede ser visto con perfecta claridad. Todos tienen un cuerpo, y
algunos hasta apellidos. Todos tienen una vida física y una historia
cotidiana insultantemente ajenas a mi capacidad imaginativa. Todos
comen y duermen y se encierran en los cuartos de baño sin que yo
pueda controlarlos. Todos van de vez en cuando a su médico de
cabecera, y yo no me entero del diagnóstico hasta que ha pasado
mucho tiempo. Y a veces mucho tiempo significa nunca. Todos son, en
definitiva, seres humanos concretos, sin otro superpoder que el de
mantenerse fuera del ámbito de mis cinco sentidos. Algunos están
simplemente lejos, si es que estas dos palabras pueden escribirse
seguidas. Otros no saben siquiera que hace tiempo ya que son mis
amigos.
Y, sin embargo, hacemos cosas juntos.
Somos una especie de cuadrilla. Cada vez que me topo con algo
bonito, como el pelaje de leopardo que adquiere mi brazo debajo de un
árbol; o algo cómico, como el sombrero del muñequito que anda con
paso de maníaco en los semáforos; o algo indignante, como que
alguien se arrogue la potestad de decirme lo que puedo y no puedo
decir, lo comparto con ellos. Cuando abuso del frasco de curry pienso
en lo que disfrutaría X, o en la grima educada con que picotearía
su plato Y. Cuando fantaseo con otra escapada a Lisboa, elucubro si
podré tener a la vez contentos a la insomne y académica A y al
indómito deportista B, y si el mordaz C y la mística D congeniarán.
Cuando leo en un libro alguna de esas frases capaces de cambiarte la
vida, o al menos de resumirla, no necesito volver la cabeza para
saber que Z está leyendo por encima de mi hombro. Cuando un paisaje
me arrebata. Cuando se me ocurre alguna malignidad. Cuando necesito
una colleja por creer a pies juntillas en las intenciones terroristas
de mi sistema inmunitario. Cuando en la radio del coche suena una
canción y yo repito diez veces seguidas el nombre del grupo, para
que no se me olvide. Cuando bailo alguna parida en la cocina. Cuando
reconozco que el bizcocho de naranja me ha salido especialmente rico.
Cuando imagino menús para una cena bajo los aguacateros de mi padre.
Cuando me acuerdo por fin de que la vida era un chiste, a menudo
negro, a veces verde, y de vez en cuando blanco: en todas esas
ocasiones, mis amigos invisibles están conmigo.
Y todos salimos ganando con el trato. Yo
me caliento las manos en su discreta compañía, y ellos... Bueno,
ellos tal vez no se den cuenta de que viviendo en mi mente, su
historia se ensancha y se ramifica.
* Siguiendo con los asteriscos musicales: no tenía de pajolera idea de cómo titular este post. Y entonces me acordé de una canción de Pulp que conocí a la par que al más visible de los amigos. Y ahora es cuando todos los visibles e invisibles vamos a levantar el culo de donde lo tengamos apontocados y a bailar, como Christopher Walken en el vídeo, esta coplilla.
Esta noche bailo contigo.
ResponderEliminarBieeeen. Porque lo de bailar sola en el salón es bastante chungo. A la par que encantador.
Eliminaroh yeah!
ResponderEliminarEsta canción siempreme recuerda a la estación de autobuses de Sevilla. Absurdidades convergentes de la mente. Loviuuu.
EliminarEse es nuestro consuelo, estando donde están, van donde nosotros vamos.
ResponderEliminarBesos.