miércoles, 17 de julio de 2013

Foto 4: Margarita y yo



¿Será zoofilia, doctor?


Se llama Margarita, y creo que le caigo bien. No sé por qué. Todo el mundo dice que ella y los de su especie son capaces de oler el miedo y el aplomo, así que ¿por qué no iba a ser yo capaz de percibir que entre nosotras hay feeling? Quizás ha notado el modo en que mi recelo inicial se transformaba, a los pocos metros, en confianza. Soy suya. Puede hacer conmigo lo que quiera: llevarme adonde quiera, trotar si le da la gana. Estoy a su merced. Y eso me provoca alegría. A lo mejor eso es lo que huele en mí: una molécula secreta de felicidad. Dopaminas. Endorfinas. Aroma a animal bebé. Puede que su corazón grande como una sandía se haya enternecido.

El caso es que Margarita no tiene malas pulgas. No se aparta de la ruta que sabe que le toca. No se despista por los pinares. No se queda plantada en actitud me cruzo de patas, bípeda culona. Sólo un par de veces se para para meterse un piscolabis de barrón. La monitora del paseo, que es una ninfa rubia y reidora de la que se enamorarían hasta los erizos, me recomienda que no la deje comer. Pero yo la dejo, porque soy una jinete sumisa, y porque me gusta escuchar el rechinar de muelas de esta yegua avainillada que consiente montarme en su espalda. Me gusta también que le huela el sudor. Una suave mezcla entre perro mojado y gallinero que no me desagrada. Porque voy a horcajadas sobre algo que está tan vivo como yo. Apenas si me doy cuenta, pero mis músculos se acompasan rápidamente a los suyos. Al día siguiente, lo que yo pensaba que serían unas ligeras agujetas de reminiscencias post-coitales, se convierte en dolor generalizado de anatomía. Lo que significa que mi movimiento le está haciendo coros a los del animal. Siento la blandura de sus flancos a través de la tela fina de mi pantalón ¡Somos una, Margarita!

Y ella camina disciplinada y tolerante entre lugares con los que me casaría. Planta los cascos en la arena blanda con algo que me parece alivio. Sube una pequeña duna esforzándose de manera un poco cómica, como para que me sienta amazona exploradora. Baja luego con un trotecillo que me agita como si fuera una lata de cerveza, y me llena por dentro de espuma. Se pega a los enebros para que yo pase la mano por ellos; hace un movimiento sutil, que sólo mi ojo agradecido detecta, sólo para que una rama de pino no me arranque la cabellera. Va lenta cuando el turquesa de la playa de Punta Paloma se me pone a tiro de cámara. Hay cometas multicolores, gente que se atusa el pelo al salir del agua y que se ve el triple de guapa de lo que debe de ser tierra adentro. Luego, en el pinar, sortea las raíces venosas de los árboles, y se contonea para encontrar un paso fácil entre el suelo de arenisca. Una vez nada más le patina un casco, y ella agita las crines, como si quisiera tranquilizarme. Margarita es mi amiga, y ya sabe de sobra que esta es mi primera vez y que le corresponde ser delicada. Porque una ya tiene una edad, y sus primeras veces empiezan poco a poco a espaciarse.

5 comentarios:

  1. Qué tierna puedes llegar a ser!!!

    Un besito.

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    1. Sip. Reitero: tengo un marsmallow heart.

      Un beso, queridísimilla.

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  2. Preciosa foto!, y a mi también me cae bien Margarita. Es una madraza!.
    Besos!

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    1. Pues suerte que me adoptó este cuadrúpedo, porque tuve que hacer arduos equilibrios para sacar la cámara de su funda y tirar la foto. Elegantemente, a pesar de todo.

      Más besos para ti.

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  3. Así de gratificantes deberían ser todas las primeras veces.

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