miércoles, 10 de julio de 2013

Acróstico lamentable

 
Dame una H. Perfecto que empieces con la letra muda, porque a este respecto más te convendría conducirte con sigilo. Que nadie se entere de unos cortocircuitos que hasta ti te dan vergüenza. No por el menoscabo en tu propia imagen, sino por no cargar a los que te quieren con un peso de preocupación viscosa e inmerecida.

Dame una I. Una I de idiota. Idiota es el que hace idioteces, ¿verdad, Forrest Gump? Como la de ventilarte todo el exuberante cuerpo de conocimientos de la Medicina con un par de golpes de internet. Como la de confundir la parte de un síntoma con el todo de una enfermedad. Como la de relegar las explicaciones prosaicas. Como la de andar diciéndole a la gente, con un soniquete de broma y un fondo de horror, que de aquí a dos meses, con mucha suerte, calva.

Dame una P. Pasa esto: que a tu mente parece olvidársele la diferencia entre posibilidad y probabilidad. Todo lo que tenga un mínimo porcentaje de acaecer podrá multiplicar su apuesta. Todo lo imaginable tendrá la oportunidad de cruzar el umbral de lo real. Puede decirse que, aunque parezca justo lo contrario, lo tuyo es una especie de optimismo innato.


Dame una O. Obvio. Meridiano. Transparente. Impepinable: pasarán muchos más años, y seguirás siendo incapaz de tolerar la idea, qué digo, el hecho de la decadencia y la mortalidad.

Dame una C. Te aterra la insignificante cuota de control sobre tu propia existencia física que la genética, o el ambiente, o los alimentos asesinos, o el azar, te permiten gestionar. Te indigna pensar que los giros más dramáticos y más radicales de tu guión nunca los escribirás tú. Que nunca serás libre frente a sus dictados.

Dame una O. De osadía. Al menos puedes reconocer que tu particular neurosis nunca ha sido de esas que te dejan postrada. Cuando el miedo se ha adueñado de ti, has sido capaz de afrontarlo. No has pospuesto el momento de examinar la realidad de tus síntomas. No te has recluído en casa mientras la metástasis crecía en tu imaginación como un árbol. Has tenido el coraje suficiente como para someterte al escrutinio de los médicos, a su ojo irónico, a su oído acostumbrado a exageraciones un tanto engreídas, a sus medievales instrumentos de tortura.

Dame una N. Lo más conmovedor de todo quizás sean los momentos de negociación. Si me perdonas esta, le dices al diosecillo de las proteínas mutadas y las células malignas, si me pasas de largo una vez más, viviré más atenta, más alegre, más ligera. Cubriré de pan de oro cada instante. Seré más buena y más desprendida. Convertiré mi vida en una obra de arte.

Dame una D. Cómo te entristece esta debilidad, la variedad y el tamaño de la sombra que sobre ti arroja. Mientras te palpas de nuevo el bulto, o aíslas el dolorcillo, o tratas sin éxito de tragar; mientras cuentas las horas que faltan para que el médico te ponga por fin en tu sitio, te preguntas si el día fatídico en que elucubración y diagnóstico tengan el mismo signo, tú serás capaz de abordarlo.

Dame una R. Y lo peor es que para ti todo esto es real. Eres capaz de admitir que es posible, no, es muy, muy probable, que otra vez estés magnificando. Que no te estás siendo muy racional. Que cualquiera con un dedo de luces comprende que un ganglio puede inflamarse por mil pedestres causas. Y, sin embargo, la aprensión continúa, y el dolor duele, sea cual sea su causa. No es una treta para captar la atención. Es más, te afecta profundamente causar daño. Pero es que tienes una fe firme en la enfermedad.

Dame una I. Sin embargo, hay otra variedad de fe que te permite albergar esperanzas. Confías en que, más tarde que temprano, llegues a despegarte de la ilusión de inmutabilidad. Que deje de parecerte terrible e injusto aquello de estaba tan bien, y de repente, estoy tan mal, y no entiendo por qué.

Dame una A. En el fondo, esto es una historia enfermiza y obsesiva de amor: adoras el hecho de estar viva, y la idea de que ese amor deje de ser correspondido te mata.

(Prometo escribir mañana algo asquerorosamente solar)

4 comentarios:

  1. Pues mira tita S que yo nunca fui aprensiva y de repente llegó un día una carta con palabras muy muy feas, y claro, corriendo a internet que me fui (que una sabe dónde buscar) y las palabras se volvieron aún más más feas y aún más más más feas en boca del médico, pero mira tú por dónde sigo viva. Jajajajaja!
    Y resulta que ahora cuando todo mi alrededor parece vivir pendiente de "eso" yo me descubro felizmente olvidadiza al respecto...

    Un abrazo muy muy fuerte, para que se detengan un poco esos años y sus feos achaques. Me has hecho reír.

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    1. Eso es precisamente lo que atemoriza de la hipocondría: darte cuenta del poco aplomo y la poca madurez con que uno cuenta para afrontar las situaciones realmente comprometidas. Ojalá, si llega el momento, pueda ser tan sólida y alegre como tú demuestras. Eres una monstrua, pequeña.

      Mogollón de besos.

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  2. Si el médico no te pone en tu sitio, seré yo la que lo haga. So, so...¡hipocondríaca!.

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  3. Anónimo entre comillas11 julio, 2013 20:01

    ¡Qué malas pulgas!

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