El verano es una época de interinidad.
Mi maleta roja sale y entra del armario a un ritmo que recuerda a las
mareas, y los días se suceden bicolores como las teclas de un piano,
saltando entre libres y laborales. Apenas hay de ese tipo de semana
regular: cinco días de concesión a la edad adulta
sucedidos por dos exiguos días de descanso. A cambio, tengo semanas
de diez días seguidos de trabajo, tras los cuales casi tengo que quitarme el
uniforme con espátula; tras ellas, gloriosos fines de semana
duplicados; y cada mes, un periodo vacacional lo bastante
corto como para que a su término no quiera volarme la tapa de los
sesos, y lo bastante largo como para fantasear con el cuento de
hadas de una vida sin obligación de ningún tipo. Con un ritmo así,
hasta una rutina fraguada en cemento quedaría en entredicho. Y como es raro
que me quede en Granada cuando encadeno más de dos días libres,
porque su extremismo climático aberra a mi genoma, me paso
el verano de acá para allá, dejando en suspenso lo que he terminado
destilando como importante: me olvido del camino al gimnasio, y mi
nevera se llena de alimentos de honradez discutible, comprados en un
verbo en el Mercadona. A veces hasta me dispenso de cocinar.
Por eso, cuando a veces logro que el
barbitúrico verano no se haga del todo con el control de mi mente,
me siento una heroína. Me digo ya está, se acabó el mix de atún
de lata y aguacate. Arranco una página de una libreta, y sacrifico
un precioso tiempo de playa para preparar un menú lleno de
colorines. Luego lleno el carrito de la compra impostando inocencia,
escondiendo la quinoa y la albahaca tras un parapeto de latas de
cerveza. El que empuja el carrito no sabe lo que tramo: ignora que la
semana que está a punto de empezar abundaré en un lenguaje
culinario que a su madre le sonaría a chino. Me seguirá haciendo el
gesto de choca esos cinco cada vez que se meta el tenedor en
la boca, pero por dentro estará pidiendo que me fulminen a los
dioses tutelares del gazpacho y la tortilla.
En cuanto publique esto, mi maleta
volverá a reclamar que la engorde. Vendrán otros cuatro días en
los que pondré mi estómago en manos ajenas, más o menos
complacientes. Cien veces me prometeré que ya dejaré de merendar
bombas de azúcar cuando vuelva a Granada. Doscientas veces haré
propósitos de enmienda. Trescientas veces cortaré otra loncha de
queso como la que peca con su cuñado. Y luego, al regreso, me
impondré una ristra de padrenuestros y avemarías gastronómicas
como esta que hoy comparto con ustedes, parroquia. Con una salvedad: este tipo de
comida para mí no es penitencia, sino mi billete de entrada al
paraíso de la blogueras rubias que se fotografían mordiendo
procazmente un rábano.
1. Algo
parecido al dhal, que
es un curry de lentejas rojas de allá donde el Rajastán. Lleva toneladas de boniato, brócoli,
leche de coco, y unos cuantos ingredientes más desintegrados en un
caldo que te hace chupar el plato. Certifico.
2. Penes
multicolores Rollitos de salpicón de langostinos
(más zanahoria, rabanitos,
pepino, mango y aguacate), y brócoli con aliño de tahini.
Pasarán los años, y las manualidades seguirán sin ser lo mío.
3. Ensalada de quinoa, con zanahoria,
remolacha, mango, champiñones crudos y espinacas. Sólo añadiré
que hay que ser muy tenaz para sacarle a fuerza de lavados
ese sabor que tiene la quinoa a Fairy, o a pis post-espárragos.
4. Atención: foto-trampa. Gazpacho de melocotón y Pollo
tandoori, con una mezcla de especias casera para cuya fabricación
fue preciso convertir mi pequeño hogar en un zoco pestilente.
Todavía tengo amarillo de cúrcuma debajo de las uñas. Como en un
lapsus he borrado la única foto que tenía de este sabroso día, compenso
colocando otra que no tiene nada que ver, pobrecita, pero que pasaba por
aquí. Es bacalao con espárragos a la plancha y hummus de judías
blancas.
5. Con ustedes, la tarta de calabacín y queso de cabra
que servirá para que un oligarca ruso adorne mi mano con una alianza
de diamantes. Buena hasta decir muero de amor por mí misma.
6. Un clásico de la Tasca: pulpo con
puré de boniato. Sólo que esta vez el animalito iba
delirantemente aliñado con una vinagreta de maracuyá. Amo los
boniatos. Amo el sabor lascivo del maracuyá. Amo a mi padre sobre
todas las criaturas de esta tierra por darme el capricho de
introducir esas dos novedades en su huerto.
7. Soba con calabacín, gambas, pulpo
y tomatitos. Los soba son unos tallarines japoneses hechos
con trigo sarraceno, y aunque saben a charco sucio, a mí me llegan a
lo hondo del duodeno, por su tacto mórbido y esa combinación de
nombres, soba, sarraceno, tan bizarra. Este plato no sería nada sin
el sabor de los tomatitos que mi papá recolectó con sus dedos de lord,
y sin la tonelada de albahaca que lleva.
8. Y para acabar, Arroz basmati con algas y sésamo,
ceviche de merluza y verduras tristes. Viene a ser como un
cirashi sushi, o sushi suelto, con un poco de morro y pedantería por mi parte. El
pescado va crudo, marinado en un aliño espectacular, de lima, chile, jengibre, salsa de soja y zumo de
maracuyá.
Esto es lo que ha salido de mi cocina
esta semana, además de un trailer de helado de plátano. Horas de
trabajo ensimismado y feliz, entre canturreos y juramentos, que sí,
es cierto, han ido a parar a la depuradora, pero que también han alegrado el núcleo íntimo de mis células.
¿Me puedo ir a vivir con vosotros?... (porfi)
ResponderEliminarSiiiiiii. Una que está deseando que la gente se invite a comer, y nadie le hace caso
EliminarJijiji...¡ay ese pastel de calabacín y queso de cabra!.
EliminarSi alguna vez necesitas temas de post, te pido porfavor que pongas las recetas de todos los platos.
Besitos, y si voy por Graná, muy mal se tiene que dar para que no me acerque a la Tasca de Sila.
Querida mía, aquí tienes el enlace a la receta de la tarta. Se me olvidó, ups.
Eliminarhttp://foodblogandthedog.wordpress.com/2012/10/11/italian-courgette-crostata-with-goats-cheese-garlic-and-basil/
(Creo que te va a gustar el sitio)
Donde se ponga un buen chuletón con papas...
ResponderEliminarEh, que es broma, sólo quería poner la inevitable en estos casos nota cañí.
¡Quinoa! Dos veces en una semana me encuentro con ella. Esto no puede ser casual.
Manolo.
I love el chuletón con papas, pero es que el lobby aproximadamente vegetariano es muy fuerte en este blog, y yo por mis escogidos lectores como y cocino hasta grama y piojos.
EliminarY lo de la quinoa, bueno, poco a poco nos haremos con el control de todas las cocinas europeas. Sabe casi casi a rayos, pero se digiere mejor que el atún encebollao con papas que me he metido hoy en la anatomía y que me tiene moribunda.
Josito hijo mio no te preocupes, mañana te desagraviaré con una gran sopa campera.
ResponderEliminarYa está aquí, la jefa paramilitar de la cocina, saboteando todo mi trabajo aleccionador.
EliminarMe niego a creer, más que nada por envidia, que esa sucesión de platos tan espectaculares y exóticos en una misma semana no obedezca al hecho de saber que iban a ver la luz en la Tasca...
ResponderEliminarY ahora pon esa mente prodigiosa a la búsqueda del menú perfecto.
Eslenguá, tengo pruebas y testigos de que no vivo para las cámaras. Que se me rompa la thermomix si es mentira que hice mi menú con toda inocencia, y que lo terminé viendo tan hermoso que no pude guardármelo para mí misma.
Eliminar(Estoy en ello, querida)