viernes, 28 de diciembre de 2012

2012' Top Twelve (I)

La Nochevieja pasada Jose y yo montamos una fiesta tan privada que parecía subversiva. Conseguimos dejar el chándal aparcado en la silla del dormitorio, y bailamos en el salón, de punta en blanco. Nos fuimos a la cama, y al día siguiente, al despertarnos, ya casi era primavera, y empezaba a sobrar la camiseta interior. Y luego, de repente, llegaba una nueva temporada de incendios, y las chicharras nos carcomían el cerebro, en tardes interminables bajo los pinos, y al poco estábamos batiéndole palmas a las primeras lluvias, y otra vez bailábamos como dos animistas, celebrando el chaparrón. Sin darnos cuenta, llegó el momento odioso de volver a sacar los paquetes de ropa de debajo de las camas, y ahora otra vez estoy aquí, rastreando blogs de cocina en busca de recetas con chispa para otra Nochevieja. Y me resulta difícil no sentirme un poco timada. Porque es como si el tiempo se comportara como un trilero. 2011. 2012. 2013. Cambia solamente un número. Debería ser fácil de asimilar, ¿verdad? Y, sin embargo, me sigo resistiendo a que una nueva masa de días esté a punto de ser incinerada.

Alguna que otra vez, conforme los meses se iban descolgando del calendario, me acordé de este post de Marina que me cautivó hace exactamente un año. Hoy he vuelto a hacerlo, y me he dicho por qué no, demonios: coloquemos un huevo de cuco en ese precioso nido. Hagamos un homenaje a esos momentos anónimos míos cuya fecha nunca quedará marcada con un círculo rojo. Resumamos el 2012 en doce momentos de rutina deslumbrante. Ha llegado la hora de bajarle los humos a la memoria.

  • Enero.

    Es dramático. Es tronchante. Jose y yo, sentados en el borde de dos camitas de hotel, tratando de hacer pasar por la garganta un pan dulce alemán por el que acaban de timarnos catorce euros, en el único lugar de Conil donde a esas alturas pobres del año se trafica con alimentos. Parecemos dos condenados a pan y agua. Y a mí, que tanto me gusta salir de mi casa, me da un ataque agudo de sedentarismo. Un lugar en el que, nada más levantarte, no te puedes beber un café que no te perfore el duodeno merece ser arrasado. Delenda est Conil, en invierno, asilo de víctimas del desguace de barcos. En medio de mi desesperación pequeño burguesa, declaro esto: Tú dame café, y me trago un mono crudo. Y me escucho tan idiota que el pan para astronautas empieza a saberme rico.

  • Febrero.

    La tarde entera de un domingo la saboteamos con asuntos de trabajo. Llevamos semanas derrochando nuestra energía mental en la elaboración de un informe muy delicado sobre un episodio continuado de envenenamiento de fauna. Pensando en ello, hablando sobre ello, en la oficina, en casa, discutiendo casi hasta en sueños. Hemos hecho cosas que nunca nos habíamos atrevido a hacer. Investigar, interrogar, acusar. Hemos andado por caminos demasiado empinados, y a veces se nos ha acabado el aliento. Hemos metido la pata alguna vez, hemos flaqueado, hemos querido acurrucarnos en la inconsciencia funcionaria. Al acabar seremos unos cuantos centímetros más altos, y habrá valido la pena sacrificar un poco de salud, y muchas horas de literatura.

  • Marzo.

    Hubo un instante mezquino en el que me alegré de que también a ti el virus de la conjuntivitis te hubiese dejado un gotelé en la córnea. ¿Ahora qué?, quería decirte, parece que no estaba exagerando cuando me quejaba de que no veía, ¿eh? Pero fuimos los dos al oftalmólogo, y nos atendió en la misma consulta, dos al precio de uno. Nos puso un tratamiento gemelo, un papelito con el nombre de cada uno en lo alto, que cada uno metió en el libro que entonces estaba leyendo. Tú me echabas las gotas, yo te las echaba a ti. Fue tan dulce cuidar de los ojos del otro.

  • Abril.

    En Madrid le hice fotos a todo. El juego de costillas del Palacio de Cristal. Unas azaleas en cualquier sitio, haciéndole sombra a un paquete de tabaco arrugado. Alcantarillas. Una máquina anacrónica de bolas de chicle. La gente sonámbula de la estación de autobuses. Cuartos de baño en garitos de diseño. Un Spidermar bastante sórdido y adiposo, en la Plaza Mayor, tratando de encandilar con globos a unos niños que nacieron después que la Wii. Viejos esperando como buitres hambrientos a que un librero de la Cuesta Moyano coloque su mercancía. Los hombres anuncio de la venta de oro. El brillo jabonoso de las puertas giratorias del Instituto Cervantes. El metro enhebrando sus vías, visto desde la altura nepalí de una escalera mecánica. Mantelitos bordados en el Thyssen. Sillas de hierro forjado. Cajas de plástico de colores junto a los bares. Nubes. Un montón de tornillos sueltos en ninguna parte. Montañas de encurtidos. Montañas caleidoscópicas de macarons. Mirillas antiguas. El reflejo de una buhardilla en la ventana de mi hermana.

    Madrid Mola Mil
  • Mayo

    Lloré. Me rasqué. Retraté las llagas de mis dedos, para que nunca se me olvidaran. Volví a llorar. Me desesperé. Dejé de comer pan, leche, queso, merienda. Me confundí. Volví a comer pan, leche, queso, merienda. Me empezó a asomar el nacimiento de las costillas, bajo la piel. Juré que nunca volvería a ver a un dermatólogo. Volví. Lloré otra vez. Rabié. Y al final acepté mi dolor de piel. No me he curado, pero al menos ya no me miro obsesivamente las manos.
      
    * Junio.
     
    Un verano fastuoso se inauguró con fastos. Después de más años de lo que es compasivo contar, volví a bañarme de noche en el mar. Fue como borrarme y, a la vez, vivir al cubo. Luego los ojos se curaron para siempre con el resplandor de las hogueras, y nos sentamos en círculo sobre la arena, al lado de gente que no conocíamos de nada. Nos llenamos nada más que con el olor de las chuletas asadas, nos emborrachamos con el cantarín acento malagueño. Los farolillos de papel que pusieron a nadar en el aire subían muy lento. Fue como una nana.

2 comentarios:

  1. Anónimo entre comillas28 diciembre, 2012 23:13

    A mí no podrían contratarme como redactora para un programa, artículo, etc. tipo "resumen del año", porque soy incapaz de recordar las fechas, separar los meses, ubicar los momentos...Ay, mi memoria...Tampoco es que lo considere un problema. Haber vivido momentos dignos de ser recordados y notar que aunque no tengan la fecha con el círculo rojo del que tú hablas, siguen vivos.
    Has hecho del mes de junio un poema.

    ResponderEliminar
  2. Chiquilla que tierna eres!
    Besos.

    ResponderEliminar