sábado, 29 de diciembre de 2012

2012' Top Twelve (II)

  • Julio.
Un descubrimiento sorprendentemente lerdo: que hasta una cámara de fotos tan infumable como la mía puede hacer vídeos (todavía más infumables). Gracias a ello, sigo mojando pan en la salsa de un plato de rabo de buey, mientras nuestras bicis alquiladas nos esperan fuera sin miedo, como caballos en Fort Bravo. Sigo tumbada sobre la hierba de un parque, con el culo destrozado, después de todo la gloriosa mañana de reencuentro con los pedales. Seguimos todavía al perrito que nos adoptó en aquella excursión donde aprendí a reconocer y a aceptar mi aprensión a perderme en el bosque. Sigo deletreando cada brizna de hierba y cada flor de cuneta, cada sombra de roble, cada poste de cada valla junto a cada camino, como si fuera una cineasta pasada de vanidad intelectual. Seguimos diciendo por la carretera que no nos queremos ir de Asturias. Seguimos allí todavía.

(Aquí venía una de mis oscarizables vídeos, pero me descubrí una arruga esperando mientras se cargaba)

  • Agosto.
Amo aquella otra carretera. No, no llega a tanto. Amo aquella pista forestal baqueteada. La amo de día, engalanada con los bosques más bonitos de Cádiz. Y ahora sé que la amo de noche, menos presumida, menos fiable, menos bienintencionada. El firme está lleno de baches, es cierto, pero si alguna vez vuelvo a conducir mi coche por allí, ya nunca más se escucharán mis juramentos. De allí, aunque al principio no lo pudiera creer, se sale. El truco consiste en no prestarle atención a los baches por venir, y a los kilómetros que todavía nos quedan hasta que lleguemos a casa. En querer que la pista dure un poco más, porque tus amigos te están preguntando sobre algo a lo que estás dedicando lo mejor de ti, y tú estás respondiendo con un entusiasmo que hasta entonces siempre fue discreto. Ese momento en que la aventura de la pista oscura y la aventura de la escritura se trenzan, en un día en el que además hubo playa de Bolonia, y bocadillos debajo de la sombrilla, fue el corazón de un verano.

  • Septiembre.
La playa tiene un carácter voluble. Es recóndita a las ocho de la mañana. Altanera a las doce. Tierna cuando por la tarde las sombras de las palmeras se alargan tanto que parece que van a ensartarte. Tan temprano, en ese día en el que, negándonos la preciosa rutina de nuestros desayunos, bajamos a ver cómo amanecía, me sentí afortunada de andar acompañada. A mediodía me enamoré de mí misma sola, de la república independiente de mi toalla, de mi libro con las juntas llenas de arena, de mis pasos en trance hasta la orilla. Y por la tarde, bueno, estar en la playa a esa hora, cuando ya sólo quedamos unos pocos, es como pertenecer a una cofradía que no necesita ritos ni palabras.

  • Octubre.
Entonces vino el desgarro, y las ganas un poco frívolas y abstractas de aventura se convirtieron en un doloroso dilema. La vocación de huir se hizo más fuerte que nunca. Quise coger un tren hasta un lugar silencioso y lleno de árboles en el que pudiera escribir, pensar, escribir, decidir, y luchar por lo que quería que fuera mi vida. Y me quedé, porque nunca volveré a querer una vida que se asiente sobre la huida. Me quedé porque me emocionó el reto de crecer, y la sensación de que mi fuerza estaba siendo probada, igual que cuando me empeño en cargar bolsas de la compra muy llenas. Me vi, por resumir groseramente, decidiendo entre la independencia y la generosidad. Hasta que me di cuenta de que entre ambos polos hay un montón de soluciones intermedias, y de que el fatalismo, además de inútil, es muy poco creativo.

  • Noviembre.
Y luego viene el trabajo, trabajo, trabajo de poner en orden, no ya mi mente, sino mis valores. Una día en que trabajamos de tarde, Jose y yo bajamos después del desayuno a sentarnos en un banco del Paseo del Salón. Él lee su libro, yo me olvido por una vez de los transeúntes, y consigo escribir las respuestas a unas preguntas que tenía pendientes. Me he traído los bolis de colores, y parezco una colegiala. Escribo rápido, excitada, como cuando me sabía de pe a pa los ejercicios de un examen, y pensaba que no me iba a dar tiempo a demostrarlo. Puede que con el paso de los días, este esquema que quiero convertir en un mapa de vida se me olvide. Pero entonces, cuando vuelva a confundirme, podré abrir mi libreta, y encontrar de nuevo las pistas. Volveré a verme plantándole cara a la soledad, y mandando al destierro a mi pasividad proverbial. Esa mañana regreso a casa con las mejillas calientes de sol, y la reconfortante sensación de tener los deberes hechos.

  • Diciembre

     Encontrar las tres únicas miserables setas que parece haber este año en toda la provincia de Cádiz. Llegar a una calva rocosa en el cerro, y sentarme sobre ella a callar frente al espectáculo de los árboles. Absolver a la persona desamparada que fui en Jimena. Amasar bolitas de queso y rebozarlas en pistachos, para la cena de Nochebuena. Caramelizar un molde para flan, y acordarme de las cucharas mojadas en caramelo que mi madre nos daba para chupar cuando éramos pequeñas. Rezar todos los días para que las obras en el Cuartel de las Palmas no se lleven por delante a esos queridos árboles zarrapastrosos a los que saludo cuando abro los postigos de mi balcón. Gritar yuju porque me han pagado la gratificación de incendios. Decidir jubilar de una vez por todas mi cámara maligna. Salir a correr para mitigar la penita anticonceptiva. Preparar mañana otra maleta. Jurarme acabar el año bailando el baile del caballo. Escribir en sesión doble. Seguir enganchada al hábito pueril de los propósitos para el nuevo año. Despedir este, por fin, satisfecha.

2 comentarios:

  1. Ha sido un anio interesante el tuyo, se de buena fe que acabaste el anio bailando no se el baile del caballo.
    Para este 2013 quiero aprender a bailar sevillanas Lo conseguire?

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Voy a cortar lenguas como margaritas.

      O no, mira: al mundo entero le declaro mi amor por el baile del caballo.

      Un hurra, por tu propósito!

      Eliminar