sábado, 15 de diciembre de 2012

La traición (y III)

Dejamos ayer al enamoradizo Esteban de camino a su oficina, tratando de colocarse en el vértice menos agradecido del famoso triángulo. Si Alicia fantasease, sólo eso, con liarse con su alergólogo...Bueno, en ese caso él estaría dispuesto a entrar con veinte granadas de mano en la imaginación de su mujer. La mera posibilidad de ser un cornudo de pensamiento hace que se sienta desamparado. Humillado. Desatendido. Y todos esos presentimientos le dan rabia, porque desautorizan el arrebato libertario de hace un rato. Antes, en la cafetería, la parte más utópica y desprendida de su razón le sugería que el amor es una cosa demasiado buena como para que participe en operaciones de resta: los amores deberían ser capaces de sumar, siempre, incluso de multiplicar. Eso de que un amor extirpe limpiamente a otro, eso de tener que podar todas las ramas del cariño para que sólo un tallo se alimente de ti y crezca... Todo eso a Esteban, no hace más de cinco minutos, le parecía estrecho de miras. Y hasta ruin. Ahora, tras su ejercicio de honestidad, tiene que reconocer que el número tres no es tan simpático. Maldita incoherencia. Maldita honestidad.

Nos despedimos de Esteban. Por si a alguien le interesa, diré que ha subido los tres tramos de escalera que llevan a su oficina con el teléfono pegado a la oreja. Hoy no va a volver a casa después del trabajo. Ha conseguido convencer a Alicia para que haga tiempo, cuando salga de la consulta del alergólogo, y lo espere. Alguien le ha dicho que han abierto un restaurante senegalés, ¡senegalés, prima!, y, bueno, ya que están fuera, hace un puñado de meses que no van al cine.

Adonde iba, con esta viñeta, es que el ego puede ser el verdugo en la sombra de un acto de traición, pero también es, sin duda, su primera víctima. Todos necesitamos que el otro nos mire sólo a nosotros, para no parecer ciegos. Todos tememos que un transvase de cariño o de deseo hacia una tercera persona nos deje a nosotros secos. A todos nos aterroriza la posibilidad de que un tercero nos empequeñezca, nos convierta en seres borrosos. El ego es una criatura menesterosa y frágil, y cuando se trata de que las bonitas teorías sobre el amor libre se pongan nuestros zapatos y bajen a la calle, uno prefiere guardarse toda esa libertad, y escoger a una sola persona, antes que verse expuesto al riesgo de ser un día abandonado. El amor es demasiado difícil de encontrar. El amor nos vertebra y nos regala, en la figura del otro, un hogar, una isla a la que poder arribar cuando nos lleguen los naufragios. ¿Cómo íbamos a querer compartir esa isla? ¿Y si no hay en ella alimento suficiente para sostener a más de un robinsón?

Y nos asusta tanto quedarnos sin nuestra dosis cotidiana y adulta de atención, que las sociedades a las que pertenecemos nos han amamantado con todo un cuerpo de normas morales en torno a la dualidad. Es malo fantasear con otra persona. Malo, malo. No tienes corazón, si lo haces. Eres un desalmado, si pasas de la fantasía a los hechos. Eres mezquino, si te introduces como una cuña en una pareja, y la parasitas. Eres una mierda, si tu novio, tu novia, se lía con otro. Y si te cuesta tanto elegir que sólo se te ocurre la opción de montar tu vida en paralelo, entonces has de saber que puedes pasarte hasta un añito de vacaciones en el talego. Eso a mí, francamente, me parece lamentable. Desde los tiempos de Hammurabi, el Derecho, la misma religión, se han formulado como herramientas para apuntalar unos mínimos de armonía en la vida de la comunidad. Que se atrevan a poner sus zarpas sobre algo tan íntimo cómo lo que cada cual hace con el amor y la vocación de cuidado que lleva dentro, no deja de ser una forma de injerencia paternalista.

Pero, cuidado, que no estoy dándome permiso, por si algún día tengo la mala suerte de verme en la tesitura de tener que repartir mis cariños. Esto no es una apología de la traición. Es sólo un intento de acercamiento humilde y desnudo de prejuicios a un tema que, por afectar íntimamente al ego, debería interesarnos a todos. Es sólo un puñado de conjeturas y teorías. ¿Y qué hay de la práctica? Bueno. Confesaré que no soy celosa, pero quizás sea porque nunca me han dado razones de peso para serlo. Confesaré que, hace mucho, me interesé insensatamente por un señor casado. Yo seguía teniendo entonces una edad mental de quince años. Era de un romanticismo radical y narcisista, y sólo me importaba lo que afectara a mi propio corazón. No me parecía justo renunciar a opciones sentimentales por el simple hecho de haber llegado tarde. No me parecía un crimen compartir.

Pero es que entonces no tenía juicio suficiente como para guiarme según mi propio sistema de valores. Estaba en tierra de nadie entre la moral heredada y la convicción íntima. Ahora, ya lo sabéis, sigo la religión que marcan mis diez mandamientos. Y, respecto a la traición sentimental, debo decir que mi postura, en caso de, se resumiría con un solo precepto: escoger siempre la opción que, en conjunto, menos daño cause.


(Y con un chin pon, aquí se cierra esta tercera trilogía. El número tres, que es así de tentador)


9 comentarios:

  1. Muy interesante tu ensayo sobre el adulterio. Sabio, honesto...en fin, no sigo que parece peloteo.
    Besos

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    1. a)El peloteo está muy infravalorado.
      b) Cualquiera que conozca la mancheguez de tu alma sabrá que no está muy dotada para el peloteo.

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  2. Anónimo entre comillas16 diciembre, 2012 23:49

    Pues no me parece nada chusco el "trilógico" ensayo, amiguita...diría que no te has dejado en el aire ningún supuesto, ni sus posibles causas ni sus posibles consecuencias. Muy interesante.

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  3. Insisto en el comentario de Comillas: de "chusco", nada. Habrás de añadir otra etiqueta.
    Me ha gustado mucho tu visión del tema. Y también la parte final en la que dices que hablas del "estar en tierra de nadie" en lo que a principios se refiere. Cuesta más de lo que parece sentir cuales son esos principios y actuar en base a ellos.
    Besitos!
    Laura

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    1. ¿"Ensayos con pipa y pajarita"?

      Cuesta muchísimo trabajo y libertad encuadrar tu comportamiento en el marco de unos pocos principios, pero, a la larga, provoca mucha menos contaminación que dejarte llevar. Igual que las bombillas carunas.

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  4. Creo haber escuchado ya esa postura tuya en caso de... "la opción que, en conjunto, menos daño cause". Esta trilogía tiene para sacarle muchos flecos -conversaciones vestidas de trascendentes-, según quién se tape con ellos. ¿El dolor del infiel también cuenta?

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    1. Supongo que querido, y no querida:

      El infiel es parte sine qua non del triángulo, así que ¿cómo no va a sumar su dolor en la cuenta? Por eso digo "en conjunto". ¿Y si fuera mucho, pero mucho más doloroso, abortar un sentimiento amoroso?

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    2. Qué bien supones, querida Innombrable. Los "ego" (ego-ístas, ego-céntricos) tienen eso: que su dolor les duele mucho pero el de los (las?) demás... no tanto.

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