(Amiguitos,
debajo del archivo he colocado un chiringuito donde reunir a mi
minúsculo parentela de seguidores. Si no queréis lastimar mi
delicado ego, apuntaos. Por favor. Por favor. Lo primero de todo.
Antes de empezar a leer. Venga, cuadrilla de flojos. Que es mucho más
barato que la Thermomix)
El calor de mi mejilla izquierda,
acumulado durante la siesta, empieza a disiparse. La luz de la tarde
empieza a huir del teclado del ordenador. El domingo empieza a rodar
cuesta abajo, y todo este movimiento combinado de energías que se
escapan tal vez sea lo que esté impidiendo que pueda construir algo.
Sigo teniendo unas cuantas ideas en espera, pero cada vez que
propongo una primera frase, es como si estos dos días en los que no
he escrito soltaran un gemido suave. Siilviaa, me dicen, con
voz de niño fantasma, ¿y qué hay de nosotros? Míranos, estamos
aquiiií. Y, sí, los miro, y me dan un poco de pena, pero yo
estoy viva, ellos no, mala suerte. La vida es perra y fugaz,
amiguitos. Y trato de seguir con lo mío. Hasta que, otra vez,
Siilviaa, por favoor. Y entonces me doy la vuelta, me agacho
para ponerme a su altura, y echo mano de mi voz más razonable. “A
ver, que esto no es un diario. No podéis pretender que rescate cada
uno de los momentos que vivo. Es...es idiota. Es fanático. Es
tiránico. Es imposible. Ni un Borges podría escribir todos sus
sucesos, y a la vez, seguir viviéndolos. Hay que discriminar,
queridos míos. La memoria es finita, y la escritura, precaria”.
Les hablo así a mi par de días sin crónica, pero ellos se pasan mi
tono aforístico por el forro de los minutos. Siilviaaa, no nos
olvides. Pero ¿cómo no olvidarlos? No fueron días tan
especiales. No aparecieron musculosos y deslumbrantes. No pasó nada
en ellos. Sólo ellos pasaron.
Pero...(pero, pero). Pero tengo
atravesados mis días blancos en la garganta, como una espinita de
pescado no tan rígida como para provocar un drama. Y no hay más
remedio: voy a tener que escarbar hondo para recuperar algún trocito
de ellos. A lo mejor luego soy capaz de darle vida a un Frankenstein
hecho de fragmentos de tiempo pasado. A lo mejor la escritura no es
más que eso.
- Sábanas. No es una buena
idea. El café del desayuno está todavía en pleno centrifugado. No
hay ni una superficie de la casa que no conozca íntimamente al
polvo, y el cuarto de baño, bueno, menos mal que mi madre no es de
esas personas que disfrutan haciendo visitas sorpresa. La nevera se
ha vaciado sin que nos diéramos cuenta, como si tuviera un estómago
interno. Pero ¿quién renuncia a ese sol que entra por la ventana?
Siempre me acuerdo del desierto, cuando admiro las sábanas arrugadas
y luminosas. Así que ven, amigo, súmate a mi caravana. Es sábado,
y para el resto del mundo la rutina es levantarse cerca de las once
de la mañana. Dejemos de ser nosotros mismos. Permitamos que el
tiempo se deslice sin ansia. Mola tanto ser vago. Mola decir “mola”,
una y otra vez, como dos simples. ¿Y qué si no escribo? ¿Y qué si
no lees por un rato? ¿Y qué si no salimos a la calle, todavía? El
mundo sobrevive sin nosotros. Nadie nos va a pedir una factura que
justifique estas horas derrochadas. Podemos montar mundos
alternativos sobre la cama.
- La nueva era. Qué libro
más melancólico resultaría, si alguna vez le diera a alguien por
recopilar todos esos sucesos que una vez estuvieron en boca de todos,
y que luego se disolvieron en un olvido mucho peor que la nada. El
fin del mundo pronosticado por los mayas. Da un poco de vergüenza
seguir mencionándolo. Se siente una tan anacrónica como si usara
casetes o refajo. Así que los mayas. Esa buena gente que ayer le
arrancaba el corazón a sus enemigos, y que se curró escrupulosa y
ejemplarmente el fin de su civilización, mediante la explotación de
su hábitat. Infalibles sabios. Y, sin embargo, sigo divagando como
un zángano en torno a la idea. Porque ¿qué esperaría yo de una
nueva era? ¿Qué tipo refinado de humano me gustaría ser a partir
de mañana? Lo pienso apenas, y ya no me quito de la cabeza el deseo
de liberarme de mi vanidad. Ser sin tener que darle de comer a un
ego.
- Aventura. Que nadie se
atreva a decir que nuestra vida en común no es arriesgada. Cada día
forzamos los límites de la convivencia sin apenas darnos cuenta.
Cada día pasamos más tiempo juntos, sin que las fronteras de cada
cual se disuelva. A veces llega la noche, y no hemos visto más cara
que la del otro. Nos seguimos deseando “buen día” al bajar las
escaleras. Jugamos en la sierra a que nuestras sombras sobre la pared
de roca son pinturas rupestres. Extendemos los planos sobre el capó
del coche. Nos peleamos por el volumen de la radio. Dormimos la
siesta agarrados como koalas. Vemos Los Soprano. Me cedes la
última mitad de aguacate. Hacemos como que nos achispamos un poco,
en el restaurante adonde hemos ido con la tonta excusa de un cuarto
aniversario. Y te miro, y a veces me parece un milagro que no nos
hayamos conocido hace apenas un mes, que sigamos manteniendo el
voltaje del interés recíproco y la risa.
- Memoria. Nada de lo que
hagamos podrá evitar que todo esto se pierda, si un año todavía
lejano el mal empieza a corroer nuestros cerebros. Tu abuela lo
padeció. Mi abuela también. Ya puedo escribir cada migaja de vida,
fotografiar nuestro transcurso, coleccionar postales del tipo Me
acuerdo... (Me acuerdo de los membrillos caídos a montones en
una acequia, amarillos como el dinero en los sueños. Me acuerdo de
la familia de gitanos que se hacía fotos con un perro del tamaño de
un poni, en la Fuente de las Batallas. Me acuerdo del argentino que
quiso hacernos otra a nosotros, tú sentado en el banco como un
señorito en el casino, yo tumbada con la cabeza en tus rodillas y el
abrigo rozando el suelo. Me acuerdo de las croquetas de choco. Me
acuerdo de esa muchachita con sombrero que, más de un siglo después,
sigue paseando en una foto por la calle Reyes Católicos, y que tiene
los mismos ojos de gato asustado por un coche que mi hermana. Me
acuerdo del vocerío y el olor a porro de los domingueros que nos
cruzamos en el puente colgante de los Cahorros, y del hombre que no
sabía dónde colocar los pies mientras escalaba. Me acuerdo...) Da
igual lo que intente para salvar los días perdidos. Se cumpla o no
la amenaza de los genes, la consistencia de nuestros días se
esfumará. Por eso son tan preciosos. Por eso tengo que hacerles
caso, cuando me llaman con un gemido.
Yo te apoyo en lo de no hacer nada, en derrochas unas cuantas horas en ello, y si, mola decir mola. Saludos. Felices fiestas.
ResponderEliminarFelices fiestas para ti también, Valeria. Sólo hace falta que yo me apoye un poquito más, y que recuerde un poco la holgazanería, aunque sea en vacaciones. Mooola
EliminarAunque al final no me apunte..... estoy ¡Presente!
ResponderEliminarFéliz Navidad.
Buaaaaah, Paco malo, buaaah, dame mi regalo.
EliminarFeliz Navidad, queridito
Ejem, ese acento fue un "désliz" cualquiera...
ResponderEliminarMenos mal. ya estaba pensando que los Madriles te estaban poniendo un acento raro.
EliminarEsa pregunta me ha gustado.Y a mí,¿ que tipo de ser humano me gustaría ser a partir de mañana?,voy a pensarlo.Ya te contaré.
ResponderEliminarUn besazo.
Espero la respuesta. Ojalá cada post diera por lo menos para un minutito de pensamiento.
EliminarBesos de amor.
hola como estas, Es una pregunta interesante: Que tipo de ser humano me gustaria ser a partir de maniana?cuando hacemos planes el maniana nunca llega entonces yo pieno para mi que tipo de ser humano soy y en que me puedo comvertir un abrazo y feliz navidad
ResponderEliminarFeliz Navidad, hombre del presente!!
EliminarMe apunto al chiringo y aporto buenos deseos para que en el 2013 sigas desarrollando y mostrando tu arte!
ResponderEliminarBesitos!
Laura
My GODNESS!, será este el principio del fin de mi anonimato!!??
EliminarNegatifo,Laura, no te has apuntado en absoluto. En fin, no quiero presionar pero las cuentas cantan. Así que ya puedes estar presionando tú la tecla de "Participar en este sitio". Heil!
Eliminar(Eeeeh, e' vero, Laura por fin es Laura en letras malvas!!!)
Joer, qué catetez!, ya lo he subsanado, creo...
Eliminar