Es
probable que lo que viene a continuación lo haya escrito ya antes.
Una docena de veces, quizás. Sí, amiguitos. Esta es otra de esas
crónicas de un domingo perfectamente feliz y olvidable. Comida
rápida para el alma. Una ejecución fácil para una lectura espero
que fácil. Y, sin embargo, me resisto a ceder su espacio a temas más
truculentos o especiados. Por la sencilla razón de que las
experiencias que inspiran estos pequeños documentales de la
aceptación son reales. Mi alegría es real como un perro, y no
necesita autojustificarse. Mi asombro es tan real y tan poco novedoso
como el latido de cualquier corazón sano. Y a la vez, son
experiencias frágiles. Demasiado amables, demasiado basales como
para que se incorporen al recuerdo de manera indeleble. Porque la
bonanza sólo deja huellas vagas. Pasarán los años, pisaré otros
suelos, me asomaré a otras ventanas, y todo este tiempo bueno se
secará como un resto de pintura para fachadas, o como esa flor que
dejamos olvidada entre las páginas de un libro. En el futuro pensaré
en estos días, y me veré obligada a plantearme cómo era yo y qué
cosas hacía. Me escribiré cartas llenas de indulgentes consejos a
la persona que hoy soy. Quizás todavía me enjuicie, y me cuestione
por qué no aproveché mejor mi tiempo; por qué no tomé decisiones
arriesgadas; por qué me conformé con mi propia identidad habitual;
por qué no metí lo esencial en una mochila y me fui de viaje. Y así
es cómo estos ínfimos momentos de gloria de ahora enmudecerán.
Por
eso tengo que dejarles ahora que se pongan de pie y se apropien del
micrófono, como un cuñado pesadísimo en el convite de una boda. Es
el mismo mensaje repetido cien veces, la misma filigrana de azúcar
un poco cargante. Recibidlas compasivamente, estas instrucciones para
la vida fácil que hoy me dirijo a mí misma:
1.
No cuestiones la hora en que te despiertas. Quizás sea demasiado
temprano, y todavía no se escuche ni un alma zascandileando por la
cocina, enroscando la cafetera para que tú pases como una zarina de
la cama a la mesa. Quizás sea demasiado tarde para la cantidad de
tareas con que quieres embutir este último día de descanso. Pero
estás despierta. Tu cuerpo sabrá las razones. Por las rendijas de
los postigos entra ya luz y el marujeo de los pájaros. Tal vez no
sea la hora que tus expectativas consideran oportuna, pero tampoco es
tan descabellada como para no repetir aquel viejo ensalmo del bueno,
pues aquí estamos.
2.
No te levantes antes de hacer el recuento de tus efectivos. Pásate
lista. Piernas, presentes. Manos, presentes. Vértebras, fosilizadas
pero presentes. Corazón, bullanguero y presente. Tripas, obvia y
ruidosamente presentes. Ojos, miopes pero presentes. Pulmones, a dios
gracias, eficaces y presentes. Mente, por una gloriosa vez no tan
presente.
3.
Emplea el tiempo de las pirámides en desayunar. Y no mezcles kiwis
con queso de Burgos, que sabes que eso al final se paga. Ignora a los
sirenos que te ofrecen una tonelada de galletas untadas con
mantequilla y mojadas en café. Come hasta que tu estómago diga
basta. Suena fácil, ¿verdad? Pero, amiguita, ay, amiguita. El
apetito, esa cosa insondable.
4.
Ordena lo que la noche y el hambre han desordenado. Cuando acabes,
busca un trozo de sol donde puedas despedirte sin drama del libro que
estás a punto de terminar. Siempre habrá momentos así: un libro
que se cierra de forma sólo aparente, porque ha cuajado en ti, y se
ha incorporado a tus fluidos corporales. No hay adioses que valgan.
Las amistades robustas no se suspenden tan fácilmente, por mucho
tiempo que pase entre cada encuentro. Y luego presta ese libro cuanto
antes a la primera persona que pienses que le va a resultar tan
provechoso como a ti.
5.
Siéntate en un cojín. Cierra los ojos o déjalos abiertos, como más
rabia te dé. Y, simplemente, permanece un rato quieta y atenta.
Algunas personas llaman a esto meditar. Yo prefiero no poner
etiquetas. Tal vez te parezca una inutilidad. Tal vez la cultura
occidental no haya entrenado los músculos de tu espalda para estos
festivales sedentes. Tal vez percibas la cantidad de veces que te
estrujas la nariz sin darte cuenta. Esa es la idea. Intenta
diferenciar tu mano derecha del aire que la rodea. Yo lo he intentado
durante veinte minutos, en vano. Creo que esa también es la idea. El
aire y tu mano no son exactamente dos cosas distintas. El flujo
impenitente de tus pensamientos y los movimientos del aire no son
tampoco tan diferentes.
6.
Luego haz un poco el idiota. Salta. Corre por el piso o por la
parcela de tu padre. Haz molinillos con los brazos. Túmbate en el
suelo y, como una jibia, agita en alto brazos y piernas. Las tienes,
¿no? Pues deja que hablen su idioma un ratito.
7.
Mariposea. A la gente le encantan las mariposas. A ti te encantan las
mariposas. Pues ánimo. Cuece unas coles de Bruselas. Hazle un guiño
desde la distancia a tu amigo encandilado por los encantos de
Bélgica. Lee por encima del hombro de alguien los titulares del
periódico. Convéncele de lo estéril que es preocuparse por sucesos
que todavía no han pasado. Habla por teléfono con tu hermana. Abre
un libro de yoga. Payasea unas pocas posturas. Sal fuera y lee en el
cielo el libro de las nubes. Son perfectas, son volubles, se ven
tersas y satinadas ahora, luego se deshilachan. Son un curso
acelerado de filosofía budista. Juega a las paletas de playa con una
pelota de golf. Arriésgate a hacer añicos los farolillos del
porche. Ríete, busca pelea, sé marrullera, sé ridícula, vuelve a
reírte. Haz lo que te manden en la cocina. Es hermoso ese deporte:
preparar a cuatro manos una comida colectiva. Come. Reza aunque no
seas creyente ni americana. Enróscate después como un gatito. Baja
al huerto. Sudar en él tiene su mística, pero expoliar es bastante
más elegante. Vale. Ahora cómete ese pedazo de brownie. El mañana
llegará con nuevas restricciones y votos de continencia. Acepta tus
propios regalos. Acata el aguacero inesperado. Las perras se mojan
ahí afuera, y ni un solo guau de queja sale de sus hocicos.
8. Y
luego escribe lo que quieras, aunque te parezca ñoño o aburrido,
aunque le falte nervio y músculo, aunque sea demasiado fácil. Al
menos hoy hazlo así. Sé humilde, y atrévete a rendirte por una vez
ante la simpleza de estar viva.
Que le falta nervio o músculo? Pero qué dices pequeña! Es genial, precioso, casi estoy por imprimirlo y pegarlo a la cabecera de mi cama!!!!
ResponderEliminarMil besos por esas lecciones tan importantes.
Hala, exageraaa. Aunque, bien pensado, ¿y si me lanzo al mundo del merchandasing y te nombro mi agente especial para la tarea?
EliminarMuchos más besos para ti, por seguir ahí
Y dónde voy a irme?
EliminarMe apunto al negocio!! ;)
Muchos besos!
Me gustan esas tareas, voy a ponerme algunas iguales o parecidas.
ResponderEliminarVenga, te lo pongo de deberes. Hazme una lista y me la pones por aquí. O en la dirección durmiendoenloscoches@gmail.com
EliminarHace?
Da gusto sentirse así... ¡muchas gracias por compartirlo!, ayuda mucho.
ResponderEliminarBesos!!
Muchas gracias a ti, por expresar una de mis aspiraciones principales: ayudar, ayudar, ayudar, aunque sea solo un poquito. Un beso muy grande
EliminarNo viene a cuento de tu post, pero quería saber tu opinión. http://www.youtube.com/watch?v=1QSXBz7IvXQ.
ResponderEliminarY mi opinión es:
EliminarQue a pesar de no ser muy amiga de versiones, y mucho menos de conciertos grabados, me estoy empezando a enganchar de la voz de este chico tan vien vestido de vaquero. Me gustan los acordes rítmicos de guitarra (o como le llaméis los doctos musicales a ese tiquití tiquití) como pasitos rápidos.
He buscado la versión de estudio en el Spotify (haciendo bien mis deberes, profe), y me gusta más. Más sutil, la voz más templada e íntima, y una voz femenina chavelística como corresponde.
¡Y ahora quiero más ejercicios!
Como diría alguien que se está yendo, se me ha ido la pelota, así que seguro que, por fin, voy a aconsejarte algo que no te gustará. Música con músculo. ¡Ah!, y no busques la versión en estudio, pierde mucho. Y digo yo, ¿no es un pegote escribir esto aquí, querida Romualda?. Pothead, "Indian Song". http://www.youtube.com/watch?v=a2wdEJMKfeU
EliminarPero bueno.¿Cómo que "por fin"? ¿Que es esto, una maniobra para alejar a una groupi pegajosa? Mmmm. Pues tengo que confesar que casi lo consigues, porque lo que me has puesto no es que no me guste, que no está mal, tiene músculo y tal, y a mí los músculos SÍ que me gustan, pero me deja un poco...fría. Reconozco que el guitarruceo no es lo que más me va, pero también que en materia musical soy como las ranas: lo mismo me da aguas cristalinas de los Alpes, que charcos pestilentes. Todo me entra por las orejas.
EliminarCasi.
Y digo yo que podía ocurrírsete empezar un blog musical, dejar vídeos y consentir en que gente pesadísima y ávida de nuevas voces como yo te lo llene de comentarios.
Muchísimas gracias por tu ocurrencia. Qué más quisiera alguien tan egocéntrico como yo que ser capaz de crear un blog musical. Estaría encantado de que dejárais vuestros comentarios -¡qué miedo!-. Sólo hay un pequeño detalle: para eso hay que saber expresar con palabras lo que te transmite la música, qué vísceras se te mueve con cada una de las canciones que escuchas. Y como sabes, ahí patino. Un -otro- beso de agradecimiento, querida Silvia.
EliminarA otra con esas, amiguito.
EliminarPorque resulta que tú sabes conmover con tus palabras vísceras paralelas a las que te mueve la música. Eso es lo que yo sé. Empíricamente
Aunque se me ocurre otra: y si tú pones la bso y yo el guión? Molaría.
Venga, otro, querido DJ
¡Que no es ñoño, coño!
ResponderEliminar¿Por qué no una asignatura en los colegios llamada así: "instrucciones para la vida fácil"?
Comillas ha dicho "ñoño, coño", Madrede!!!!
EliminarÑoño, coño, ñoño, coño.
Porque esa asignatura impugnaría el resto del curso y de la carrera escolar.
¡Que bonito está eso!.Con lo "monjita muerta" que parecía.
ResponderEliminarToa la vida dios se ha dicho "mosquita muerta"...
ResponderEliminarUsté perdone, si hubiera querido decir mosquita muerta no lo habría entrecomillado.
ResponderEliminarBesico.