martes, 2 de abril de 2013

Monosílabo

 
Yo lo que quiero es escribir un relato. Poner el ordenador sobre la mesa, sentarme en una silla como las personas normales, y respirar con obcecación de parturienta. Así hasta que me salgan al menos dos personajes no demasiado abstractos ni calculados, que resuelvan algún nudo vital como buenamente les salga.

Aunque en realidad lo que me gustaría es escribir una novela de quinientas páginas, vivida por alguien que de mí sólo conserve, si acaso, un ligero recuerdo del olor que tengo por debajo del champú y la crema hidratante. Me gustaría escarbar el aire con una uña, y abrir en él una mirilla por la que espiar historias que ahora mismo están sucediendo en otras realidades. En serio, sería bonito: construir alguna vez una casa, en lugar de estas pajaritas de papel cotidianas. Bucear en busca de peces fosforescentes, y luego subir a la superficie, y esperar unos minutos antes de recordar de mi nombre. Vivir un carnaval perpetuo. Todas esas atildadas metáforas que se resumen limpiamente en el verbo crear.

Me gustaría, pero mi propia vida me asedia con dulzura. Me mira igual que la perra Bola cuando tiene la cabezota de osa parda apoyada en el suelo, entre las manos. Esa mirada que a la vez tolera y suplica. Yo, por mi parte, miro a la derecha, y veo un cielo enjuagado cien veces en lejía, y la copa del acebuche y el derroche tropical de los aguacates de la parcela vecina. Miro a la izquierda, y veo las tejas a medio desmigar del transformador donde a veces se posa un cernícalo; y las higueras que hacen amigos en septiembre; y la columna blanca del porche alrededor de la cual giran mis vacaciones de verano, mi media hora de lectura después del desayuno, mis noches alcoholizadas por los jazmines.

Veo todo eso, y mi afán narrativo se queda en un monosílabo. El ajetreo conspirador del huerto. Sí. El búnker de las semillas veladas. Sí. Su paciencia prodigiosa. Sí. Ese aguardar, aguardar, a lo mejor desde los tiempos de mi abuelo, a que la combinación infinitesimal de luz, humedad, temperatura y tiempo sea exactamente la adecuada para germinar. Sí. La voluntad inquebrantable de los seres vegetales. Sí. El tronco hendido del peral, medio podrido, surcado de galerías y mierda serrinosa de bichos, en contraste con la insolencia de sus hojas nuevas y de su floración. Sí. Sabe dios si será la última. Sí. Saber uno morirse de esa manera resplandeciente. Sí. El jopo de las habas cuya existencia desconocía hasta esta misma tarde. Sí. Comprender uno más de esos conflictos mudos que ocurren en paralelo impasible a los conflictos humanos. Sí. Ver esa cabeza hirsuta, rojiza, rompiendo inocentemente la tierra, y a partir de ahora conocer que sus raíces han invadido las de las habas y están parasitando su savia. Sí. La agresividad sin ruido ni aspavientos. Sí. Los ladridos agudos del caniche de nuestra vecina de huerto. Sí. El marido fumigando fungicida por entre las patatas empapadas; el hijo escardando; la madre componiendo un primoroso ramo de acelgas como para una novia. Sí. Esas semillas de campesino que esperan latentes, también, en el núcleo encriptado de mis células. Sí. Un nexo mudo y parásito con los abuelos de los abuelos de mis abuelos. Sí. Mis ganas de brotar igual que esta biblioteca de hierbas. Sí. Meter la nariz entre los azahares y aspirar hasta que los pulmones se me pongan blancos. Sí. Seguir contando con orgullo estos microrrelatos primaverales. Sí. Echar mis pajaritas de papel al cielo y verlas volar. Sí.



P.D. Ayer empezó abril, y con él, el reto mensual dedicado al huerto. Este tostoncillo neohippy es mi manera de inaugurarlo, ya que me han faltado horas en el día para doblar el espinazo.

8 comentarios:

  1. Respuestas
    1. Gracias. ¡Gracias!

      (No te lo digo todo lo a menudo que mereces: me gustas ciento, Gordi)

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  2. Anónimo entre comillas03 abril, 2013 23:36

    Podría animarte a que te pusieras manos a la obra; seguro que podrías dar a luz un estupendo relato o esa novela de quinientas páginas igual que una casa, pero ¿no es mejor dejarse vencer en ese asedio dulce de la vida?
    ¡Qué grata sorpresa ver a Adán en su paraiso!

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    1. Adán y su escudero Robin, detrás de la escalera.

      Ese tipo de asedios te limpian de complejos.

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  3. Nunca pude conseguir terminar la carrera de arquitectura pero siguió en la fábrica de su padre y ahora todas las casas que se hacen tienen sus ladrillos.

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  4. No sé si esa novela tendría más interes que lo que nos cuentas actualmente.
    Besos.

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