Sé la
receta para fabricar un relato. Tengo la materia prima de una idea,
mi historia de lectura, y un montón de instrucciones extraídas de
los tantos y tantos libros de anatomía narrativa que cacarean en mi
biblioteca. Tengo también las ganas, y el recordatorio de una de
esas iniciativas mías formuladas con solemnidad y negligencia: la
intención, que no el presupuesto, de escribir por lo menos un cuento
a la semana.
El
domingo es un buen día para ello, una especie de interludio en la
rutina. Ha pasado el frenesí de actividad del sábado, la
actualización del modelo de vida que uno aspira a construir, y que
se desmorona un poquito durante los días no tan hábiles. Hemos
llenado la nevera con los alimentos que creemos que nuestro cuerpo se
merece; hemos adecentado nuestro nido; nos hemos dado permiso para
vagabundear por nuestra casa; hemos buscado espacio para que la
criatura que seríamos si no tuviéramos que mantenernos con nuestro
trabajo respire. Ya hemos hecho todo eso, y el despertador que le da
latigazos a nuestro tiempo todavía no ha aullado. Mañana volveremos
a aparcar los proyectos, o a saltarnos los semáforos. Pero hoy,
entre el yo que pretendemos, y el yo que de lunes a viernes damos por
sentado, tenemos permiso para no ser nadie. Ese es el hábitat ideal
para que una comunidad de personajes ficiticios se instale.
Así
que, después del desayuno, he hecho las camas, he ignorado al sol
regio que entra por la ventana, y he resistido la tentación de
pasarme la mañana entera encadenando discos en el Spotify, y
bailando hasta el último tema de música negra y caliente. He
lanzado mi cojín rojo al suelo, y he vuelto a humillarme frente a la
pantalla. Y así es cómo he compuesto unos pocos párrafos de mi
obligado relato dominical. Pulcros. Efectivos. Bastante
profesionales. Tanto, que he tenido que borrarlos. Acataban demasiado
obedientemente el credo de la iglesia narrativa oficial. Buscaban con
descaro el sobresaliente y la alabanza del profesor del taller de
literatura. Tenían todo eso
que un buen relato, según mis libros de texto, ha de tener. Eran, en
definitiva, de una ortodoxia que daba grima.
Así
que un día de estos tendré que hacer realidad una de mis últimas
ventoleras: pediré un mes de vacaciones no remuneradas, con dos
ovarios, y me dedicaré a terminar todo lo que atropelladamente
empiezo. Escribiré por la mañana y por la tarde. Me revolcaré en
la hierba como los mulos. Haré cien tipos diferentes de galletas.
Sestearé sin complejos. Leeré todos mis manuales de técnica
narrativa, y a continuación los quemaré en la hoguera. Luego,
purificada por el fuego cual valenciano, inventaré mi
propia receta para cocinar un buen relato.
Mentiría como una bellaca si dijera que los he leído todos. De hecho, sólo han sido tres los que me he tragado al completo. |
No
volveré a plantearme rebuscadas hipótesis que respondan a la
pregunta “¿Y
si...?”.
Y si un día bajo a comprar el pan, y todo el mundo habla un idioma
desconocido y particular. Y si mis pies empiezan a adquirir vida
propia y a rebelarse contra mi voluntad. Y si el cielo amaneciera
teñido de verde. Y si, igual que hay ciegos, sordos, y pobres
desgraciados con el gusto o el olfato atrofiado, hubiera alguien que
careciera del sentido físico del tacto. Y si el ego se convirtiera
en un fósil psicológico. Y si, y si. Pues no. No aspiraré a
ensanchar con fórceps los límites de la realidad. Eso está muy
bien como juego. Pero en mi nueva religión del cuento, el realismo
mágico será lo que los fuegos artificiales con respecto a una luz
solar como la de esta mañana.
No
volveré a plegarme a la imposición de epatar con la primera frase.
Respetaré a mis teóricos lectores: no trataré de embaucarlos con
un llamativo juego de manos. No tendré tantos humos como para
esperar que sus vidas queden suspendidas mientras mi historia dure.
No querré dejarlos fulminados en la silla con mis palabras de mago.
Será hermoso si sus discursos internos se enredan con la lectura.
Me
propondré crear personajes que no sean ni héroes ni antihéroes,
sino personas tan portentosas o lamentables como tú o como yo. No
habrá obligatoriamente un conflicto concreto al que deban
enfrentarse, y que los transformará en el proceso de resolverlo. No
se someterán siempre al yugo de una motivación verosímil. Si van a
ser personas, tendrán que comportarse como tales: gente que lleva
muchedumbres escondidas en su interior; que no siempre sabe ser
consecuente o constante; que anda buena parte de su camino sin
razones claras ni dirección.
No
embutiré mi relato con un barullo puntillista de detalles y gestos
sin importancia, para obtener así un simulacro fino de la realidad.
Y al contrario, obviaré la exigencia de que cada cosa que se plante
en el papel sea relevante y significativa. Tendrá que haber, como
en la vida, pistolas que no se disparan, cartas que nadie lee,
historias que no llegan a nada.
Habrá
ocasiones en las que el cuadro sinóptico que esperamos extraer de
una historia escrita no termine de fraguar. Tendremos que quedarnos a
veces sin respuestas que nos expliquen esta realidad un poco obtusa
que es la vida humana. Tendremos que resignarnos a leer de vez en
cuando de manera desprendida, sin esperar a que se nos regale una
epifanía. Tendremos que acostumbrarnos a que la literatura no sea tanto
una vía de escape, como de escalada.
Amén pequeña S, amén.
ResponderEliminar¿Ves como al final te vas a hacer religiosa, pequeña F?
EliminarMuchos párrafos de tus post ya son un relato.
ResponderEliminarEsa lectoraadicta, esa lectoraadicta, eh, eh
EliminarNo es por dar envidia (jeje) pero mañana será el primero de mis próximos 17 días hábiles, así que de aparcar proyectos nada, al contrario...
ResponderEliminarToma lo que necesites y esté en tu mano para ir dando forma a los tuyos.
Pues si que la das, y lo sabes y disfrutas con ello, malvada.
EliminarTu última frase sugiere convertir los días hábiles en relatos. Mmmmm
Pues esperaremos esos cuentos con los ojos abiertos...
ResponderEliminarSentada en un mullido cojincito para las meditaciones, ¿vale?
EliminarSe cogen unas patatas, unos huevos, sal y aceite. Seguro que de ahí sale algo bueno, pero ¿qué?
ResponderEliminarManolo.
Y se obtiene un revuelto que nunca llegó a cuajar; una buena y modesta tortilla como la de tu madre; o una chorrada deconstruída.
EliminarMe encantan tus comentarios puntillistas.
Divino, relatas la realidad de muchos de nosotros. Al parecer lo leí más de dos años después de que lo publicaras... y sigue siendo la misma historia...
ResponderEliminarPues me congratula saber que alguien encuentra esto todavía fresco. A mí me cuesta la vida volverlo a leer.
EliminarDivino, relatas la realidad de muchos de nosotros. Al parecer lo leí más de dos años después de que lo publicaras... y sigue siendo la misma historia...
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