Llevo un tiempo sintiendo que escribo
este blog nada más que por gratitud. Por terquedad también. Pero
sobre todo, por consideración a lo que le debo. Y le debo mucho.
Este ejercicio me ha hecho más ligera y
más potente, más descarada. Menos distraída. Más constante. Más
amable con el alrededor y con mis ojos. Con él me han crecido ramas
y leña. Me ha permitido explorar la importancia: todos los detalles
del mundo importan. Nada importa en el fondo. Yo es un empeño
insignificante. Tú importas, ante todo.
Y sin embargo, tengo también ese
prejuicio de que el agradecimiento solo no basta. Que no se puede
mantener un edificio durante un tiempo largo sin arrebato. Me ha
educado una cultura romántica que tiene la pasión en los altares.
Que desprecia los climas templados. Si alguien no te parte en dos por
dentro, lo descartas como media naranja. Si la ausencia de algo no te
ha generado hambre en unas horas, entonces no es uno de tus alimentos
básicos.
Es un prejuicio idiota. Yo no soy una de
esas personas que no admiten bien que les hagan regalos. Gracias
es una de las palabras que mejor acaricia mi boca. Contraer una deuda
emocional no me debilita. Al contrario. Cada vez que busco algo bueno
en mí que te compense es como un puñetazo. A qué, yo qué sé. A
la indiferencia. Al desamparo.
Vamos, que la gratitud es una razón tan
buena como el fuego de las entrañas para perseverar en cualquier
proyecto a largo plazo. Pero en esto de la escritura tengo además
otro prejuicio. Bueno, otros cuantos. El que ahora me ronda tiene que
ver con la monotonía. Mi vida no da para tanto. No puedo
actualizarla a un ritmo tan rápido. No soy especialmente aventurera.
No tengo una vida emocional tortuosa. Mi imaginación es modestita.
La insatisfacción es una enfermedad que morirá conmigo, pero que no
va a matarme. Apenas viajo. Pensar en qué escribir es a veces como
meterse boca abajo en los contenedores a rebuscar comida.
Pero ese es un prejuicio todavía más
idiota. Porque, oídme, agobiados por la repetición: ahí afuera no
hay nada que se parezca a lo que llamamos rutina. La estabilidad es
un atajo de la conciencia. Mi amiga Laura lo sabría explicar mejor
que yo, pero si miras con una lente macro, todo está prácticamente
vacío. Todo bulle en lo profundo como un cadáver lleno de gusanos.
Todo cambia. Lo que estás mirando se modifica en el mismo proceso de
mirarlo. Tú eres un parlamento que no sabe formar gobierno. El
cerebro que reconoce de un plumazo y simplifica la realidad variable
es brutalmente plástico.
Y no hay ninguna vida tan simple que no
se pueda contar de muchas formas distintas. El plagio no es posible,
porque nunca se vive ni se explica dos veces lo mismo. En los contenedores siempre
puedes encontrar alguna cosa rica. No queda otra que seguir hozando.
Cada vez más pienso lo sobredimensionado que está el hacer, cuando es el reposo o, como bien dices, la rutina la que de verdad puede hacerte consciente de tus propios procesos. Es absolutamente necesaria tu escritura reposada, la forma en que desmenuzas cada instante, para que los que te leemos aprendamos a ir por los nuestros con ojo avizor. un hacer desatado casi siempre sirve para huir. Muuuuas!!
ResponderEliminarPor un momento, me he asustado pensando que ibas a bajar la persiana de este chiringuito... ufff!
ResponderEliminarMenos mal que no es así! Podremos seguir disfrutándote mientras rebuscas entre la hojarasca y las almas.
Gracie mile!!
"Si la ausencia de algo no te ha generado hambre en unas horas..." Me encanta esa frase...Sila.. Cómo escribes tan bonito y tan intelillent??
ResponderEliminarMal de muchos consuelo de tontos. Que decía mi madre. Pero la gracia está en no rendirse. Además, ¿que quiere que le diga? El dia que leí a Cortázar y sus instrucciones para subir escaleras... Estoy convencido de que cualquier cosa vale. (Aunque no nos salga tan bien, ni por asomo, como a él.)
ResponderEliminar