sábado, 16 de julio de 2016

Relicto


Relicto.

Me gusta esa palabra. Cómo suena y a lo que sabe. Suena elegante y vieja, a lord inglés y profesor con pipa. Tiene el gusto de la nostalgia. Me doy cuenta de cuánto me gusta mientras explico su significado botánico a mis amigos. Una especie es relicta cuando se encuentra en una situación de supervivencia. Dicho a lo burro. Cuando después de haber ocupado territorios mucho más amplios, smie ha visto obligada a refugiarse en búnkeres naturales en los que se esconde y subsiste como un maquis. A veces no es una sola especie, sino un grupo de ellas, un conjunto de relaciones que se han vuelto anacrónicas, un ecosistema reliquia.

Todos podemos asociar una misma imagen a la palabra reliquia. Una cosita reseca y ridícula. Y probablemente esa sea la apariencia de los ecosistemas relictos si se los compara con su gloriosa situación de partida. Pero cuando estás dentro de uno de ellos, lo que te inspira es reverencia. Estás respirando en una cápsula de tiempo, el aire generado por un grupo de organismos que se empeñan en seguir vivos y juntos. Estás en medio de un secreto, de un idioma que ya nadie habla, una historia que no se recuerda, los restos de un mundo sustituido. Unos pocos helechos, unos cuantos arbustos de hoja robusta y verdísima. No parecen gran cosa. Pero mis amigos me miran con asombro cuando les cuento que hace como unos cincuenta millones de años la jungla era la norma en la Tierra, y la vegetación que están viendo, más corriente que la soja y el trigo. Cuando con un poco de dramatismo revelo cómo con las glaciaciones comenzaron también el éxodo de especies a lugares protegidos, y la desaparición de aquel mundo caliente y húmedo. Me miran y se callan, y yo no sé si lo que me gusta es la sonoridad de la palabra relicto, o el hecho de saber algunas cosas fascinantes y poder transmitirlas.

O a lo mejor es que estoy con gente a la que quiero en mi lugar favorito. En un albergue no sólo de flora de otras eras, sino de hermandades y alivios. Aquí no llega el coche, no llegan las brutales noticias. No hay bronca ni necesidad de justificar una postura. No hay prisa ni modas. No hay pensamiento de futuro. Los árboles desfallecen y mueren en los alrededores, uno tras otro, pero esta ladera parece una alucinación de fuerza. La supervivencia es aquí una vieja costumbre. El pasado remoto brota y aguanta, sonriendo ante mis preocupaciones.


Este no es exactamente el ecosistema del que hablo, pero como no me va a rebatir nadie...


Vengo aquí, me siento en una piedra verde y blanda. Hay tapicería de musgo por todas partes. Hablo si es preciso para que el amor no sea un asunto solitario. Disfruto pensando que a lo mejor este puñadito de relaciones antiguas me incluye. Presente o recordando, siempre tendré la opción de este refugio.


4 comentarios:

  1. Leo este esplendoroso post y un nombre que suena también como de otro mundo me viene inmediatamente a la cabeza: "Garajonay".
    Yo no supe traducir como tú en palabras lo que se puede llegar a sentir al encontrar un tesoro como ese, así que me puse a llorar. ¡Qué infantil soy!

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    1. Qué vas a ser infantil, eres...mucho más conciso/a. Yo sé que cuando vaya por fin a Garajonay me voy a sentir también en casa: mi refugio y el tuyo son primos hermanos.

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  2. Relicto... Convicto... Invicto...
    Etimologías dispares.
    Besos y burbujas.

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    1. Pero rimas que hacen familia.
      Muchos besos y humedad en la nostalgia.

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