Desde hace un tiempo vengo notando
síntomas de que mi cuerpo entra en una nueva era. Algo se atasca y
se queja, y no me extrañaría encontrar manchas de óxido al secarme
después de la ducha. A veces mi rodilla derecha parece metálica
cuando bajo escaleras, aunque lleve días sin castigarla en el
gimnasio. También la cadera derecha traquetea si subo las piernas - me encanta dejarlas flotar como si fueran algas - y luego las
bajo. La mediana edad me ataca por el flanco diestro. Voy a tener que
cederle el testigo a mi lado izquierdo, mi parte verde e inexperta.
Empezar la marcha con el pie contrario, escribir y pelar boniatos con
una mano zurda que sigue siendo niña.
Anoche percibí otro signo en mi sueño.
Algo que no había notado antes. Como otras veces, mi mente añoró
brutalmente la consciencia, y después de un par de horas dormida me
desperté tan lúcida como si fuera a llevar a cabo un trasplante. No
debía de ser muy tarde. Por la rendija de la puerta entraba aún la
luz naranja bajo la que se suceden las actividades nocturnas del
habitante menos lirón de mi casa. Lo que hace de once a una siempre
me intriga. Como lo que sueña cuando duerme por fin a mi lado. O a
lo que se dedica ahora mismo la gente que dejé de ver hace unas
horas, unas semanas o unos años. Todas esas irritantes caras
ocultas.
Me desperté, vi la luz, y desde quién
sabe qué orilla del sueño, fui capaz de advertir que estaba
sintiendo algo nuevo. Porque habitualmente, cuando soy rebotada de
esa manera a la vigilia, lo que experimento es inquietud o rareza. Sé
dónde estoy, sé demasiado bien quién soy, y me parece increíblemente
extraño e injusto que llegue un día en el que ya no pueda
despertarme. Tengo una comprensión desnuda y salvaje de mi
mortalidad, y quiero gritar, o salir de la cama para acurrucarme en
el regazo del que está todavía en el sofá. Otras veces el
desasosiego es mucho más simple: el descanso me parece una pérdida
de tiempo, y no veo la hora de regresar a mi querida vida en
vertical.
Anoche no hubo inquietud sino esto: una
sensación aguda de felicidad. Todo estaba en el mismo sitio donde lo
había dejado antes de dormirme. La luz afuera, la certeza de que,
más lejos o más cerca, aquellos a los que no veo siguen respirando.
Mi propio aliento caliente y sencillo. Por primera vez desperté
bruscamente y no me fijé en la cuenta de pérdidas. Estaba viva, sin
más adjetivo, adverbio ni complemento circunstancial. Estar muerta
no es algo que me corresponda experimentar y, por tanto, no da miedo
ninguno.
Llevo todo el día protegiendo esa
llamita de contento. Seguramente me engañe, pero hoy sospecho que en
esta madurez que comienza mi agitación de base puede ser sustituida
por algo parecido a la tranquilidad.
Pues me parece precioso y muy maduro ese cambiecito tuyo, queridita tita S.
ResponderEliminarUn beso.
Pues a ver que me ofrecen a cambio de la dichosa arruga de la risa.
EliminarY tardaste mucho en dormirte? Mis despertares lúcidos en mitad de la noche son un drama para volver a dormirme. TT_TT
ResponderEliminarAhí estamos, kerido: como estoy mansita, no pienso. No repaso. No recalculo. No tuneo el día previo. Ergo me duermo.
EliminarTus daisuke - acabo de enterarme de que se llaman así las caritas con letras - me chiflan.
Llego de cualquier parte y me encuentro tu preciosa manera de contar, de escribir... Y se me escapa un aplauso. Sordo.
ResponderEliminarSaludos.
Sparkling
Y yo hago el cammino inverso y me encuentro con que tu manera de contar tiene una música muy parecida a la mía. Y me parece que escribir así, casi al aire, tiene sentido.
EliminarUn beso.