jueves, 2 de abril de 2015

Mis articulaciones a cambio de esto

 
Desde hace un tiempo vengo notando síntomas de que mi cuerpo entra en una nueva era. Algo se atasca y se queja, y no me extrañaría encontrar manchas de óxido al secarme después de la ducha. A veces mi rodilla derecha parece metálica cuando bajo escaleras, aunque lleve días sin castigarla en el gimnasio. También la cadera derecha traquetea si subo las piernas - me encanta dejarlas flotar como si fueran algas - y luego las bajo. La mediana edad me ataca por el flanco diestro. Voy a tener que cederle el testigo a mi lado izquierdo, mi parte verde e inexperta. Empezar la marcha con el pie contrario, escribir y pelar boniatos con una mano zurda que sigue siendo niña.

Anoche percibí otro signo en mi sueño. Algo que no había notado antes. Como otras veces, mi mente añoró brutalmente la consciencia, y después de un par de horas dormida me desperté tan lúcida como si fuera a llevar a cabo un trasplante. No debía de ser muy tarde. Por la rendija de la puerta entraba aún la luz naranja bajo la que se suceden las actividades nocturnas del habitante menos lirón de mi casa. Lo que hace de once a una siempre me intriga. Como lo que sueña cuando duerme por fin a mi lado. O a lo que se dedica ahora mismo la gente que dejé de ver hace unas horas, unas semanas o unos años. Todas esas irritantes caras ocultas.

Me desperté, vi la luz, y desde quién sabe qué orilla del sueño, fui capaz de advertir que estaba sintiendo algo nuevo. Porque habitualmente, cuando soy rebotada de esa manera a la vigilia, lo que experimento es inquietud o rareza. Sé dónde estoy, sé demasiado bien quién soy, y me parece increíblemente extraño e injusto que llegue un día en el que ya no pueda despertarme. Tengo una comprensión desnuda y salvaje de mi mortalidad, y quiero gritar, o salir de la cama para acurrucarme en el regazo del que está todavía en el sofá. Otras veces el desasosiego es mucho más simple: el descanso me parece una pérdida de tiempo, y no veo la hora de regresar a mi querida vida en vertical.

Anoche no hubo inquietud sino esto: una sensación aguda de felicidad. Todo estaba en el mismo sitio donde lo había dejado antes de dormirme. La luz afuera, la certeza de que, más lejos o más cerca, aquellos a los que no veo siguen respirando. Mi propio aliento caliente y sencillo. Por primera vez desperté bruscamente y no me fijé en la cuenta de pérdidas. Estaba viva, sin más adjetivo, adverbio ni complemento circunstancial. Estar muerta no es algo que me corresponda experimentar y, por tanto, no da miedo ninguno.

Llevo todo el día protegiendo esa llamita de contento. Seguramente me engañe, pero hoy sospecho que en esta madurez que comienza mi agitación de base puede ser sustituida por algo parecido a la tranquilidad.

6 comentarios:

  1. Pues me parece precioso y muy maduro ese cambiecito tuyo, queridita tita S.
    Un beso.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Pues a ver que me ofrecen a cambio de la dichosa arruga de la risa.

      Eliminar
  2. Y tardaste mucho en dormirte? Mis despertares lúcidos en mitad de la noche son un drama para volver a dormirme. TT_TT

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Ahí estamos, kerido: como estoy mansita, no pienso. No repaso. No recalculo. No tuneo el día previo. Ergo me duermo.

      Tus daisuke - acabo de enterarme de que se llaman así las caritas con letras - me chiflan.

      Eliminar
  3. Llego de cualquier parte y me encuentro tu preciosa manera de contar, de escribir... Y se me escapa un aplauso. Sordo.
    Saludos.
    Sparkling

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Y yo hago el cammino inverso y me encuentro con que tu manera de contar tiene una música muy parecida a la mía. Y me parece que escribir así, casi al aire, tiene sentido.

      Un beso.

      Eliminar