Desde lejos debe de parecer un rey en su trono. Ha sacado una silla de plástico a la terraza y con los pies en
la barandilla, hace equilibrios sobre sus patas. Dentro de la casa no hay nadie que le regañe. Su mujer no ha vuelto aún del
paseo y tampoco le importa demasiado el mobiliario.
Últimamente siempre tarda: están saliendo flores hasta en los
desguaces, y a ella le encanta colocar ramos por todas las
superficies horizontales. Ese retraso a él le parece una
especie de bonus: abre una cerveza de las que tienen nombre de año,
se reclina en la silla, y contempla a los pájaros. Ellos también se
vuelven locos con la templaza. Unas nubes hechas jirones hacen de la
puesta de sol una feria. Es bueno estar solo a esta hora y esperar a
alguien.
Confía en que no se le haga demasiado
tarde. Ella tiene la costumbre de andar mirando al suelo, y se olvida
de que a veces la noche te cae encima como si fuera a robarte. No hay luz en
el portal ni en las farolas, y no le apetecería tener que bajar con
la linterna a alumbrarle las tres cerraduras que la separan de casa.
Preocupaciones mínimas como esa siempre le roban algo de lustre al
momento. Va a caer la noche. Van a quedarse otra vez sin agua en
mitad de la ducha. La fosa séptica va a declararse de nuevo en
huelga. Va a pasar otro coche sospechoso y se va a quedar ahí fuera
un buen rato, vigilando la luz del salón, calculando.
Pero esta tarde no está dispuesto a que
todo eso le entibie la cerveza. Se repantiga un poco más en la silla
y las patas crujen. Un día de estos irá a comprar un par de
mecedoras, y así sí, así sí dará gusto vivir en el campo.
Tendrán el cielo para ellos solos, y una calma con la que nunca
habían soñado. Al principio ni podían dormir con tanto silencio.
Pero ya se van acostumbrando.
Sobre todo ella. Por ahí parece que
asoma su sombrero de tela. Lola Exploradora, la ha bautizado.
Antes jamás habría consentido en ponerse nada en la cabeza que le
arruinara el pelo. Pero aquí se siente más libre. Usa botas de
senderista en vez de zapatos. Salta de la cama y saca inmediatamente
al perro, en bragas y camiseta. Le ha costado horas de insomnio, pero
ahora por fin empieza a entenderla. Por qué se ha convertido en una
extraña que no lo desagrada del todo. Por qué hace tiempo que dejó
de quejarse de esta mierda. Por qué se tragó sin problema aparente
todos los argumentos con que lo convenció para que compraran esta
vivienda.
El campo de golf está en proceso de
evolucionar a sabana. Mucha de la gente guapa que iban a tener por
vecinos ha visto cómo a sus avalistas los desahuciaban. Y menos mal
que no tuvieron aquel niño. Hubiera tenido que crecer sin amigos en
esta ciudad fantasma. Paredes de cemento para jugar al frontón el solito
no le habrían faltado. Hubiera aprendido a adaptarse. Como
Lola la Pionera, que prefiere ser otra persona antes que aceptar el
desastre.
Gracias a esta buena gente rabia y foto. |
La mayor o menor capacidad de adaptación. Ahí, la clave de cómo solventamos la "papeleta"
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