Seis y media de la tarde. El ordenador ha
arrancado con una agilidad sorprendente para lo que suele desde que se me enfermó, pero quién se resiste a la
proposición de bajar a la playa en un día como este. Cómo no
hincar la rodilla ante un verano que no espera al calendario. Así que hago un pacto conmigo
misma. Miro a la pantalla expectante y le suplico que no se ofenda,
que me espere hasta después de la cena, y que entonces no vuelva a
enredarse en un bucle sin fin de fondos oscuros y mensajes cifrados.
Me pongo otra vez el bikini todavía húmedo. Echo libreta y
bolígrafo en el bolso. El plan es este: me voy a la playa a darle
una dosis extra de luz a mis carnes, mientras adelanto a mano un
borrador para el post de hoy. Grande, Silvia.
Después de un rato de recreo saco mi libreta, tan voluntariosa, tan diligente yo. Empiezo un parrafito con mi letra de
hormigas marciales, y antes de poner el tercer punto y seguido, ya he
escrito debajo un gran ¡¡NO!! Miseria y virtud de la escritura a
bolígrafo: no hay modo de borrar las torpezas; no se puede echar
mano de ese bisturí tan higiénico que es la tecla Supr para
volver a empezar sin problemas. O se emborrona la página
completamente o se apechuga con la vergüenza. Como
la vida misma.
Empiezo otro parrafito. Vuelvo a
apechugar. Alzo la vista de la libreta. Me vuelvo a enamorar.
Probablemente sea efecto del ángulo con que los rayos de sol inciden sobre mi parte del mundo a esta hora, pero da gusto mirar brazos y piernas que, no importa edad y
constitución, parecen invariablemente suaves, o recrearse en la
topografía de la arena contemplada desde la horizontal. Qué difícil escribir
cuando todo se ve macizo y jugoso. El dueño de la sombrilla vecina
canta una canción que escucha en sus auriculares, con mucho
sentimiento, pero sin voz. Detrás de mí unos veinteañeros hablan de abrir una cuenta conjunta mientras beben vino rosado en copas de plástico. Los miro de reojo,
intentando adivinar si se llaman cari el uno al otro de forma irónica o sincera. Son hermosos los dos. Y es hermoso cómo se alarga
hasta la orilla la sombra del puesto de vigilancia. Todo tan hermoso
y tan vacuo que no puede ser obligado a transformarse en un post.
Pero procuro centrarme de nuevo. Quizás
resulte más fácil si me respondo antes a esta pregunta: ¿qué
carajo tienes para compartir esta vez, Silvia? Me doy cuenta de
que rara vez encaro así la cuestión. Normalmente narro una especie
de hambre interna y confío en que el diseño general se vaya
revelando conforme las obras avanzan. Pero hoy debo de estar ahíta.
Creo que lo único que quería decir es que esta playa es como un pasaporte para mí.
Voy por su orilla como si pasara las
pesadas páginas de un album de fotos. Ahí a la derecha
está la terraza donde mora la silueta fantasma de un amigo que
subraya un libro y bebe zumo de zanahoria y naranja. Aquí mi amiga y
yo suspiramos de gusto y apenas podemos creer en la veracidad de
nuestros avatares urbanos. Aquí recuerdo que había un espigón y
que sorteábamos los huecos entre las rocas para llegar a la punta.
Nos gustaba quedarnos allí en trance contemplando cómo el reflejo
de las farolas surfeaba la noche. Aquí las fachadas algo burdas del
paseo marítimo siempre me recordaron misteriosamente a una
Alejandría que no he visto. Un poco más adelante está la fábrica
de hielo del puerto, y siempre que veo su letrero me hace gracia
pensar en la cantidad de energía caliente que hace falta para
producir algo tan frío, y en la cantidad de energía nerviosa que
hay que emplear hasta alcanzar cierta calma.
Aquí el olor a sardinas de las moragas
siempre hace que mi mente ilumine la palabra casa. Aquí
siempre me produce ternura ver tanto cuerpo desnudo, nuevo o caduco,
abotargado o blandito. Aquí ando hacia adelante sin ir realmente a
ningún sitio y sabiendo que puedo darme la vuelta cuando me
apetezca. Aquí puedo coquetear con un raro sentimiento de
pertenencia.
Me gustaría saber qué escribiste que desearas borrar con tanta vehemencia y me gusta la acuarela que has dibujado con lo escrito.
ResponderEliminarMmm, morralla sobre lo distinto que es andar sin objetivos por la orilla del mar, y andar de A a B en la ciudad. Ay, cuánta cosa no dicha bajo las acuarelas.
EliminarCuando pienso que hubo un tiempo que no te gustaba la playa...!
ResponderEliminarCuentame como se produjo ese cambio.
Oído cocina!!
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