Paso 1: espero a que los programas
básicos del ordenador arranquen, procurando que no se me escapen suspiros de ballena. Repito este
mantra: no es tiempo malgastado si entreno mi temple con él. Pero
la solitaria del capitalismo me habita: todos
estos lapsus sumados me habrían dado para estudiar alguna lengua
muerta. Corte y confección, tal vez.
Paso 2: preparo el diván de la
escritura. Ya no lo hago de rodillas: mi monitor de body pump me lo
prohibió. Ahora alzo una montaña de cojines y me recuesto. Hago un atril con mis piernas. Coloco sobre ellas otro de mis
cojines rojos, y encima, el ordenador. ¿No parece la corona que has
visto en el telediario? Exactamente: una baratija cuyo valor
simbólico empieza a dar un poco de risa. Y yo, ¿no parezco una
parturienta? Exactamente: tengo la nuca húmeda y miedo de que lo que
no se quiere soltar de mí sea feo de cara o le falte una pierna.
Paso 3: presto atención a la melodía de
la calle. Por favor, que suene la alarma de los Tacañones, que acabo
de decir una mentirijilla. En realidad, lo que está pasando en la
calle me importa un carajo. Sólo quiero una excusa para empezar a
escribir mi post con una migaja de honestidad. Esperaba escuchar el
silencio raro de un día de fiesta desubicado, la atmósfera como de desalojo reciente que se huele al despertar de la siesta en un
día en el que la gente se queda fofa sin la faja de sus horarios.
Quiero imaginarme zascandileando entre cuerpos dormidos como el
príncipe Siddharta al escapar de su palacio. Pero ahí afuera siguen
desfilando coches por la cuesta, como si fuera un jueves cualquiera,
sin Corpus, sin la Roja en jaque mate, sin Rey. Yo soy la única
que no puede despertar de esta somnolencia perversa.
Paso 4: revuelvo adentro. Tengo que
encontrar un Tema. Estaba por aquí, seguro. Si mi capacidad de
ordenar no fuera tan epidérmica, si anotara más a menudo la
escritura que me sale ya hecha mientras estoy cocinando o duchándome
en el gimnasio. Ah, mira, mis temas, arrugados al fondo del armario.
La vejez. Las gracias que hace un año no supe dar a
alguien y que se han convertido en una especie de secreto pesado.
Cómo era que no me gustaba la playa cuando era una jovencita moñuda
y ahora sí. Me lo pruebo todo delante de ese espejo deformante que
es la pantalla de un portátil. Pero hoy no me sienta bien nada.
Paso 5: me dejo cautivar por las sirenas
de Spotify. Mis elecciones: cantantes masculinos que con sólo un
grado más de intensidad, se escucharían pasados de rosca como Camilo
Sesto. Me tumbo y ofrezco mi perfil sobre la almohada, como si alguno
de estos me estuviera diciendo al oído guapa. Me topo por primera vez con un tal Matt Corby. Me preguntó si Dios se tronchará de mí el
día del Juicio cuando en su balanza pese lo que llegué a conocer en
el curso de mi vida, y lo que me dejé sin saber.
Paso 6: calor, calor, calor. Piernas en
combustión. Me levanto a comerme una de esas ciruelas de azul y
sabor fastuosos que el árbol de mi padre tira al suelo sin darse la
menor importancia. Ha llegado la época en la que fantaseo con la
vida oculta de mi nevera. Ando descalza. Me regañan. Me reboto. Me
río de este karma de emociones domésticas. Es una cosa tierna. Como la
dentadura postiza de tu abuela metida en un vaso de agua.
Paso 7: ¿y qué hay de esa otra época?
¿Tendré valor de reconocer que ya ha llegado también? La época de
aceptar dignamente y con alegría que ya no tengo gran cosa que
ofrecer.
Paso 8:
postura de la cobra sobre la cama. He abierto los postigos del balcón
a la brisa recién nacida. De todas las bellezas canónicas de
Granada, esta es la que prefiero: justo antes de que llegue la noche,
la tregua en las apreturas del calor. Vuelvo a mirar el ciprés del
parque. Hay algo en su punta cimbreante que siempre me cautiva. Es
como un pincel pintando un haiku en el cielo. Entre
otras mil razones posibles, amo los árboles porque siempre ofrecen una presencia sin vanidad ni fisuras. Sin saber toda la sombra y
el cobijo que son capaces de dar. No pretendo que ese modo perfecto de ser se me
pegue. Pero siempre es bueno encontrar un modelo cuando estás a punto de claudicar.
Te sientas inspirada o no al empezar, siempre consigues hallazgos con brillo propio. En este post, el último sería ese modelo tan perfecto para llegar a ser: una presencia sin vanidad ni fisuras. ¡Casi ná! Y dar sombra y cobijo...
ResponderEliminarSigo sin saber qué es el body pump.
Si quieres te consigo una invitación al gimnasio como modo de agradecerte tus palabras bonitas, y de que cada fibra muscular de tu cuerpo se entere de lo que es el body pump.
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