A veces levanto la tapa de este ordenador
echando de menos una muleta. A la escritura le han salido cuernos, y
yo no sé cómo torearla. Tengo mi propósito y el hueco hecho en mi
tarde; el cacharro entre las piernas cruzadas, y la libreta en la que
voy vertiendo cascotes de vida muy cerca, por si me hiciera falta. Mi
cuerpo está aquí, pero quizás haya sido infiel otra vez, de
pensamiento. Pienso en mis libros como en amantes. Siento nostalgia
del coqueteo internauta. Pero en el dedo me aprieta la alianza que
intercambié hace ya un tiempo con el testimonio de lo que vivo y lo
que se me escapa. Quiero escribir, pero hoy no tengo nada más que
ofrecer que mi empeño.
En momentos así, procuro ir paso a paso,
a ritmo de japonesa. Aprieto el botón de encendido. Una cosa hecha.
Meter la clave del equipo. La espera. Qué incierto el tiempo en que
el sistema se despereza. En el fondo de pantalla aparece por fin la
foto de tres árboles gaditanos de los que todavía estoy enamorada.
Ojalá estuviera ahora debajo de uno de ellos, confiando en el guiño
de las hojas a contraluz, sin duda ninguna de la
correspondencia que hay entre nuestras químicas respectivas.
Pero son las ocho de la tarde, afuera
sigue lloviendo, y lo más verde que hay en mi casa es un tendedero
repleto de uniformes de trabajo. Estoy aquí, gracias a dios. En el
lugar donde mis árboles favoritos perduran, todas las criaturas
andarán mojadas y a ciegas. Estoy aquí. A veces hay que repetir las
cosas para llegar a la médula de su rareza. Estoy aquí, en esta
hora tan sólo y esta coordenada menuda del mapa. Hay árboles oscuros que
gotean muy lejos de mí, pájaros que ululan sin que nadie los
advierta, personas a las que no puedo acariciar la mejilla.
Empeñarse en escribir es también un intento de refutar esa
cortedad. Estoy aquí. Qué restricción. Estoy aquí. Pero qué
milagro.
Tanto, que en cuanto te identificas por
fin con tu posición en el mundo, el silencio acude a salvarte. Todo
lo que no está incluido esta tarde dentro del pequeño globo de luz
de mi habitación sabrá esperar otro momento. Todas las intimidades
a las que no tengo acceso, todos los lugares por los que suspiran mi
cuerpo y mi pasaporte, todo eso que no sabe cómo ser expresado.
Terminará saliendo a flote, igual que llega la exhalación por más
que intentes retener el aliento. Aunque no quiera reconocerlo del
todo, la realidad se demuestra a sí misma con una profesionalidad
admirable. No siempre precisa el servicio de traducción simultánea
que los que escribimos nos empeñamos en prestarle.
Al fin y al cabo, nunca le tuve miedo
al silencio.
Me gusta este penúltimo párrafo, me gusta.
ResponderEliminarEres tan b o n i t a ...
ResponderEliminarMiiira, que luego mi hermana me dice que se me sube a la cabeza.
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