sábado, 8 de febrero de 2014

Bloqueo sin drama

 
A veces levanto la tapa de este ordenador echando de menos una muleta. A la escritura le han salido cuernos, y yo no sé cómo torearla. Tengo mi propósito y el hueco hecho en mi tarde; el cacharro entre las piernas cruzadas, y la libreta en la que voy vertiendo cascotes de vida muy cerca, por si me hiciera falta. Mi cuerpo está aquí, pero quizás haya sido infiel otra vez, de pensamiento. Pienso en mis libros como en amantes. Siento nostalgia del coqueteo internauta. Pero en el dedo me aprieta la alianza que intercambié hace ya un tiempo con el testimonio de lo que vivo y lo que se me escapa. Quiero escribir, pero hoy no tengo nada más que ofrecer que mi empeño.

En momentos así, procuro ir paso a paso, a ritmo de japonesa. Aprieto el botón de encendido. Una cosa hecha. Meter la clave del equipo. La espera. Qué incierto el tiempo en que el sistema se despereza. En el fondo de pantalla aparece por fin la foto de tres árboles gaditanos de los que todavía estoy enamorada. Ojalá estuviera ahora debajo de uno de ellos, confiando en el guiño de las hojas a contraluz, sin duda ninguna de la correspondencia que hay entre nuestras químicas respectivas.

Pero son las ocho de la tarde, afuera sigue lloviendo, y lo más verde que hay en mi casa es un tendedero repleto de uniformes de trabajo. Estoy aquí, gracias a dios. En el lugar donde mis árboles favoritos perduran, todas las criaturas andarán mojadas y a ciegas. Estoy aquí. A veces hay que repetir las cosas para llegar a la médula de su rareza. Estoy aquí, en esta hora tan sólo y esta coordenada menuda del mapa. Hay árboles oscuros que gotean muy lejos de mí, pájaros que ululan sin que nadie los advierta, personas a las que no puedo acariciar la mejilla. Empeñarse en escribir es también un intento de refutar esa cortedad. Estoy aquí. Qué restricción. Estoy aquí. Pero qué milagro.

Tanto, que en cuanto te identificas por fin con tu posición en el mundo, el silencio acude a salvarte. Todo lo que no está incluido esta tarde dentro del pequeño globo de luz de mi habitación sabrá esperar otro momento. Todas las intimidades a las que no tengo acceso, todos los lugares por los que suspiran mi cuerpo y mi pasaporte, todo eso que no sabe cómo ser expresado. Terminará saliendo a flote, igual que llega la exhalación por más que intentes retener el aliento. Aunque no quiera reconocerlo del todo, la realidad se demuestra a sí misma con una profesionalidad admirable. No siempre precisa el servicio de traducción simultánea que los que escribimos nos empeñamos en prestarle.

Al fin y al cabo, nunca le tuve miedo al silencio.

3 comentarios:

  1. Me gusta este penúltimo párrafo, me gusta.

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  2. Respuestas
    1. Miiira, que luego mi hermana me dice que se me sube a la cabeza.

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