A lo mejor tienes un cajón lleno de
herramientas mentales, consejos que has ido recogiendo aquí y allá,
en revistas y en libros, de boca de amigos o en blogs
bienintencionados. No sueles hacer mucho uso de ellos, pero tampoco
terminas de desecharlos. Total, no te piden de comer ni ocupan mucho
espacio. Si un día te levantaras con furia limpiadora, si decidieras
expurgar lo superfluo en tu vida, empezarías por otros sitios. Por
el cajón de los chismes culinarios, o por el del maquillaje. Por la
carpeta donde conservas unas cuantas fotos de tu amor fallido.
¿Cuántas veces te has dicho: para qué quiero yo realmente
tantas boquillas de manga pastelera, tantas sombras de ojos, estas
escenas de felicidad burlesca que no puedo mirar sin que se me
revuelva la tripa? Si la repostería no es tu fuerte; si nunca te
maquillas porque el espejo te devuelve la cara de una muñeca de cómic; si muy en el fondo deseas que esa persona a la que te
abrazabas sea todo lo desgraciada como se pueda ser en la Tierra. Pero
nunca haces limpieza, por si acaso algo de eso te hiciera falta un
día cualquiera.
Luego la ocasión nunca llega. Con la
inspiración y los buenos consejos que recoges pasa más o menos lo mismo. Yo
nunca he podido usar una frase motivadora sin que a los dos minutos
se desactive. Haz lo que amas. Escribe a diario. Sal de tu zona de
confort. Conócete a ti mismo. Di siempre que sí. Atiende más
todavía. Lo que he leído no ha logrado hacer de mí una persona
más sólida o más libre. Mi caja de herramientas mentales nunca me
ha llevado realmente a ningún sitio: no era el GPS más preciso, ni
mucho menos el combustible, sino ese tipo de explicación sobre cómo
encontrar una calle que olvidas en cuanto emprendes el camino. Tengo
tratados sobre cómo vivir la vida la mar de decorativos. Como la
sombra de ojos dorada que conservo por si me invitan a una fiesta, o
el cacharro de sellar empanadillas. Todas y cada una de las veces en
que me he sentido confusa he olvidado repasar lo que
aprendí sobre psicología.
Y, sin embargo, puedo decir que he
encontrado una frase fetiche. Mi herramienta definitiva. La llevo
colgada del cuello, la manoseo si me hace falta, y nunca pierde su
brillo. Me ha salido de lo profundo de las entrañas, y cada una de
sus palabras entiende de electricidad y de bilis. Es una cosa muy
tonta y no demasiado bonita, pero que funciona siempre que la uso. Y
vaya si la estoy usando. Es algo tan simple como esto:
ESO AHORA NO TOCA.
¿Verdad que suena un poco idiota? Eso
ahora no toca. ¿Hacía falta un post en torno a tal idea de
bombero? Eso ahora no toca. ¿Lo ves? No me canso de
repetirla. Me agarro a ella como a un chupete, como un yonqui a su
jeringuilla. Es terriblemente adictiva, porque es terriblemente
efectiva. Puedes usarla cuando te convenga, en cualquier situación
que te encharque los sesos, ante cualquier problema. Si estás dando
vueltas en la cama y no puedes dormirte, porque esta mañana alguien
dijo esto y tú no supiste responder aquello: eso ahora no toca.
Si durante el domingo te ves sobrepasado por la agenda de la semana
que empieza: eso ahora no toca. Si te inquietan los resultados
del análisis de sangre que ayer te hiciste: eso ahora no toca. Si
te preocupa que tu avión se estrelle antes de comprar el billete:
eso ahora no toca. Si te aflige la intuición de que los
episodios más excitantes de tu vida puedan ser cosa del pasado: eso
ahora no toca. Si nunca serás el crack que soñabas: (lo vas
pillando) eso ahora no toca Si nunca estás muy seguro de si
tomaste las decisiones correctas: (todos conmigo) ¡eso ahora no
toca!
Úsala cada vez que la inquietud te
agarre, cuando las ondas sísmicas te recorran de arriba abajo. El
ahora puede ser todo lo ancho o estrecho que quieras: un ahora
de un minuto, o hasta que el despertador te taladre; un ahora que
dure lo que la vida. Lo que no puedas decir a los ausentes. Lo que no
tengas al alcance de los pies o las manos. Lo que no puedas resolver
en el instante, con una sola acción directa y diáfana. Lo que no
sea respirar, responder cortésmente a quien te pregunta o ser buena
persona, sinceramente, no toca.
Te la copio. Intentaré ponerla en práctica.
ResponderEliminarTomo nota!
ResponderEliminarComo os plazca, queridas mías, pero recordad esto: os tiene que salir de las sentrañas. Si no, terminas con un millón de papelitos garrapateados que nunca encuentras cuando te hacen falta.
ResponderEliminar¡Buenísimo! Cienes de llaves que abren la puerta que nos lleva... al presente. Al ahora. Como bien dices, hay que creérselas a tope. Hay que integrarlas, más bien.
ResponderEliminarBesazos
Datis, datis de cuestion. Que, después de haberlo escuchado o leído un puñao veces, te aparezca en la mente con un ¡eureka!, como si recién lo hubieras inventado.
EliminarMe lo imagino como un sopapo mental, me gusta :D
ResponderEliminarFue así como surgió: dando vueltas en la cama, el día antes de preparar el equipaje y cerrar tres mil cosas antes de salir de viaje. De repente escuché la frase, e imaginé que me cogía a mí misma de la oreja y me llevaba de vuelta a la cama. ¿Sopapo? Un sinónimo ideal.
EliminarPues está bien, no? A ver si consigo recordarla entre tanto mantra :)
ResponderEliminarY yo recordaré lo de Baby Steps. Mola tope.
EliminarManda narices que sea precisamente en el ahora donde más nos cueste vivir. Fíjate que hasta tenemos que auto-convencernos.
ResponderEliminarYo soy más sencilla, con un "te estás matando la olla" me hago callar ràpidamente para volver a la realidad.