sábado, 4 de octubre de 2014

Tren-hotel (ese bicho)

 
Lo suyo sería empezar con unas cuantas generalidades sobre el coqueto mundo ferroviario, pero, amiguitos, los andenes ya tiemblan. Un tren que parecía novelesco como El Dorado está a punto de materializarse. 23:37, hora portuguesa. No queda tiempo para teorizar.

Hace una vida que el jefe de estación se encerró en su garita con una caja de pizza. ¿Jefe? Dejémoslo en operario. Este muchacho que sale ahora, bostezando y remetiéndose la camisa, se reventaba granos en alguna aldea alentejana hace sólo un par de años. ¿Desde cuándo tiene este trabajo? Una alarma sonora proferida por un millón de tyranocigarras parte en dos la noche en esta estación alejada de todas partes. Llevo aquí tres horas y media, y durante la primera me tentó seriamente la idea de arrojarme a las vías. Resistí, y ahora me he vuelto más fuerte. Soy una tía dura. National Geographic (NG) debería dedicarme un reportaje. Pero este pobre chico no parece que vaya a jubilarse viejo. Sus nervios deben de tener todo el aspecto de un potito. Y el tren que llega no va a detenerse más de dos minutos. Noche cerrada, caras de sueño, alarmas apocalípticas. Una urgencia que desbarata.

Y ahí lo tenemos, vomitado por la noche, raro como un pez de la fosa de las Marianas. No me afecta la prisa: si no suelto esa morcilla lírica me pongo mala. El tren es bajo de altura, como si las vías se hubieran hundido agobiadas por el peso de su importancia. Va a Madrid, va a París, cuidadito, y tiene un nombre redicho, Lusitania. Me inquieta la posibilidad no tan remota de equivocarme de vagón y amanecer en Hendaya. Dentro de mi cráneo aguerrido viven criaturas que a la mínima dudan. Pero no tengo por qué preocuparme. Por mucho que me sabotee a mí misma, soy un ser humano solvente.

Minuto y medio después, en la panza del Lusitania. El tren resuella como un runner incapaz de obedecer los semáforos. Estoy en el vagón correcto, y desde ya sé lo que va a pasarme: el pasillo es estrecho como la reina Victoria, y la bestia de la hipocondria está a punto de dar un zarpazo. Se está haciendo omnívora: cáncer, y ébola, ELA y yihadistas. Estoy embutida en una masa indistinta de acero y carne humana, y la cosa pinta muy gore. Jose no ayuda: me está mirando como un corderito en un 23 de diciembre, porque nuestro viaje en común se interrumpe justo ahora. Segragación sexual en pleno siglo XXI: caca, basura. ¿Hay uniformes nazis ahí afuera? ¿Somos personas, o somos bestias?

Cambiemos un cuento del Holocausto por otro de Poe. Mi cabina está cerrada con pestillo. Un viajero tras otro me aplasta contra la puerta, mientras yointento manipularla. Consigo abrir una rendija, pero por dentro hay un cierre de gancho. De pronto unos dedos de mujer rozan los míos. Forcejeamos: un pulso de metal y uñas largas. Empiezo a considerar la opción de dormir en el suelo del vagón-restaurante. Entonces la puerta se abre. Vaya, no me reciben criaturas viscosas y pálidas. Sólo la oscuridad. Tiniebla de serie Z. La puerta se cierra de golpe. Es lo bueno de la literatura de subgénero: que siempre sabes lo que va a pasar. 


Me zamparé tus carnes jugosas y sólo dejaré los huesitoooos.
 
Pero llevo mi móvil encima. Soy la McGyver del Lusitania, la Indiana Jones. La pantalla ilumina brevemente cuatro literas, un pasillo, un millón de maletas. Soy Howard Carter en la tumba de Tutankamón. De nuevo tinieblas. ¿El interruptor de luz? Estás en un lugar arqueológico, zopenca. Y tinieblas. Sólo las dos literas superiores están vacías. Tiniebla. No hay escalerilla. Tiniebla. Tendré que dejar la mochila en el centro mismo de la cabina. Tiniebla. Agarro la bolsa de plástico donde he metido mis más valiosas pertenencias: un short para no plantar el muslamen en sabe dios qué sábana sarnosa, kit dental, tapones para los oídos, crema hidratante de las caras, antifaz. Tiniebla. Si pongo un pie aquí, y una mano allá, y luego, alehop...tiniebla. ¡Bravo! No he pisado ningún cuerpo. Me quito las zapatillas, me quito las gafas, me contorsiono para sacarme los vaqueros, y ahora ¿dónde dejo todo esto, adónde habrá ido a parar el móvil de la salvación?. Lo rescato. Hay un altillo encima de donde se supone que tiene que ir mi cabeza. Tiniebla. Espero que el tren tenga frenos ABS. Tiniebla. Tiniebla. Tiniebla. Propósito número uno para cuando llegue a Granada: escribirle una carta al presidente de Renfe Adif Renfe. Solicitarle educamente que a) revise la política de apartheid sexual en los tren-hoteles; b) se haga cargo del agravio sufrido por los viajeros que suben a los mismos en puntos intermedios del trayecto; c) considere seriamente la posibilidad de remodelar por completo el diseño de los convoyes, porque en caso de accidente, sólo será posible separar metal y carne picada mediante imanes. Tiniebla. Si me pongo del lado izquierdo me dan ganas de vomitar.

¡Luz de quirófano! La Primera Ley Universal del Regomello dice: pasarás mil penalidades antes que molestar a tu prójimo. La Segunda: el número de penalidades sufridas es inversamente proporcional al tiempo que el prójimo empleará en molestarte. Cuando estoy a punto de quedarme frita, uno de los inquietantes bultos que ocupaban las literas inferiores se transforma en persona y pulsa un interruptor secreto que yo no había tenido oportunidad de descubrir. ¿Lo ve, Sr. Presidente?: la gente que subió al tren en Lisboa conoce mejor su medio y tiene más probabilidades sobrevivir. A la altura de Ciudad Rodrigo regresa la tiniebla querida. A la de Medina del Campo, me duermo. Traducción simultánea: caigo en algo a medio camino entre la vigilia paranoide y el coma suave: dormir en una cama que traquetea, tiembla, pega botes y se mueve en cizalla es tan natural como enjabonarse con un trozo de tocino o lavarse los dientes con gasóil.

Cuando el tren se posa en Chamartín, como si no hubiera roto una vértebra cervical en su vida, soy una walking dead de aliento fresco y cara suave que ha ganado dos certezas: una, que el regomello es un arcaísmo propio de especies inadaptadas. Y dos, que añorar la Aventura es memez en rama, porque los momentos NG pueden seguirte hasta el sillón más cómodo de tu casa.


6 comentarios:

  1. ¡Fan absoluta de la Primera Ley del Regomello! Creo que tiene marcadas raíces manchegas.
    ¡Me he partido de la risión!

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    1. Tercera Ley Universal del Regomello: si naciste de útero manchego, estás condenado a penar por los demás.

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  2. ¡jajajaja! Uuuufff! que ratico más bueno acabo de pasar. "Regomello" ¡me parto toa!

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    1. El Regomello es como un agujero negro: te atrae, te atrae, te atrae, con ese aire de cortesía extrema que muestra, hasta que te caes dentro y ya no puedes salir de él y te estropea el selebro para siempre. Mantente alejada de él, amiga.

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