Hay
días en los que parece que la realidad prolifera. Es como si el
espejo en el que te estás mirando de repente estallase en diez mil
fragmentos que siguen reflejándote, a ti y al estampado de círculos
multicolores de la cortina de ducha que hay a tu espalda, y al
estante de las toallas, y a las manchas incurables del suelo de
mármol. Y te quedas medio hipnotizada observando todas esas
esquirlas y esos guijarros de vidrio, asustada de ver tu cara
asustada y diminuta, repetida un número de veces que a ti te parece
el infinito. Lo mismo pasa en días como hoy, en los que ningún
detalle resulta superfluo. Hay demasiadas historias, demasiadas
facetas, demasiados planos de realidad dispuestos a parasitar mi
atención, hasta el punto de que presiento que de un momento a otro
mi individualidad va a ser engullida.
Miro
esto, escucho las historias de violencia o desamparo de la radio.
Presto tanto interés a todo sobre lo que mis ojos ayer resbalaban,
que al rato casi tengo que apretar fuerte los ojos y decir basta. A
las siete y media de la mañana la circunvalación está apretada de
unos coches que nos conceden la fantasía de que la lluvia no tiene
por qué mojarnos. Y en cada coche hay una persona, a veces hasta dos
y tres personas, y en cada persona hay un par de ojeras, y un empeño
en que las cosas se mantengan igual que ayer; y la nostalgia sorda de
un tiempo en que no hacía falta cuidar de nadie, ni cuidarse a uno
mismo, porque lo único que se tenía que hacer era practicar el
idioma de la reclamación y el llanto, para que alguien cuidara en
todo momento de uno. En el Parque de la Salud se ven todavía
edificios abiertos, impúdicos como una ecografía, erizados de
grúas, iluminados sus esqueletos con luces que recuerdan a un faro.
Y hoy es un día de esos en los que no puedo evitar preguntarme si el
albañil que se afana ya en la planta segunda habrá desayunado antes
de salir de casa, o si tendrá que esperar hasta las once de la
mañana para comerse un bocadillo de tortilla o de lomo con ajos,
cuatro horas avergonzado por el rugido de sus tripas.
Y
después, en la sala donde una cincuentena larga de guardias civiles
y agentes de medio ambiente atienden con más o menos afán a lo que
se dice en un simposio sobre cetrería, el demasiado se rebasa sí
mismo. Son tantos rostros, tantos mapas de arrugas o rictus; hay tal
muestrario de arquitecturas de hueso y músculo y grasa, que parece
como si estuviera recorriendo las calles de una exposición
universal. El malagueño dicharachero que te abre los brazos
uniformados tal y como si te estuviera recibiendo en el salón de
bodas donde se casa su hija. El que sigue empeñado en cultivar la
misma expresión torva y el corte de pelo de Harry el Sucio, a pesar
de que su barriga es más bien comparable a la de Jesús Gil. El que
lleva tanto galón en la solapa de su chaqueta que la piel de la cara
se le ha puesto verde grisácea. El que se queda mirando mis uñas
color cereza tan arrobado como si llevara puesto un triquini. El mismo que
en todas y cada una de estas jornadas informativas se me acerca y,
todo candidez y dientes mal conjuntados, vuelve a preguntarme si me
acuerdo de él. De cada uno de estos hombres podría rescatar algo.
Ninguno es hoy gris, anodino o desechable. Podría recorrer una a una
las sillas, y cosechar viñetas de infancia; imaginarlos en el
momento de meterse en la ducha, o recién despiertos, todavía con el
pijama; o en el momento especialmente vulnerable de la cabezadita
después de comer; o haciendo el amor, o pronunciando unos juramentos
nupciales cuyas frases exactas más de uno ha olvidado; o haciéndose
los fuertes en la consulta del especialista; o apretándole la mano a
una mujer encima de cualquier mesa; o muriéndose, ya que estamos.
Podría
hundirme de lleno en esta curiosidad maníaca, si no fuera porque lo
que nos cuentan los ponentes es condenadamente interesante. Todas
esas visiones de pasión desenfrenada hacia una afición que a
cualquiera de nosotros nos resbala. Hombres que son capaces de
conducir de Santiago de Compostela a una finca manchega para que su
halcón, al que le han dedicado más horas de entrenamiento que las
que necesita un marine, haga unos cuantos vuelos asesinos en pos de
una liebre. Todos los apuntes sobre el comportamiento desviado de las
aves amaestradas. Todo la corriente de amor que se establece entre
los ojos del hombre que habla y los desmesurados de la lechuza que
escucha a su lado. Todas las raíces hondas de acecho y comunión
animal que nunca podrán ser extirpadas del corazón humano. Todo eso
me acosa, me atrapa, me hinca las garras, y por un instante pienso
que lo mejor sería que me quedase muy quieta, muy callada, para que
semejante alud de realidad no acabe conmigo.
Pero
entonces vuelvo a mirar a la lechuza, y al búho real, con sus ojazos
redondos y naranjas como un sol recién amanecido, y los comparo con
el pobre, el retraído azor cubierto con su caperuza. Y decido que
prefiero quedarme ciega de ver tanto. Prefiero deslumbrarme.
Yo no robo ná |
Hoy te has superado, bonita.
ResponderEliminarMe has emocionado desde la primera hasta la última línea.
Un besito.
Jooooter!, bonito con ganas. Demuestras que el conocimiento está en todo, y es que es asín.
ResponderEliminarBesazos!
Os respondo a la vez a las dos, por compartir ex aecquo el premio a las lectoras más chachis.
ResponderEliminarLuego Mi Mamá Más Mala que una Madrastra me dice que en este blog empieza a haber too much pasteleo. Yo paso. Qué viva el pasteleo. Así que besos para las dos, porque os quiero. Hala.
Ay S!! Qué bonita eres!!
EliminarNo se si es aqui donde debo elogiar este magnifico articulo y esta forma de expresarse,que no se porque no me sorprende del todo. Me gusta y mucho y te digan lo que te digan estoy contigo. Un beso
EliminarSe me olvidaba no prestastes tanta atencion, entiendo que algunos de nuestros cuerpos "danone" te deslumbraramos, pero los halcones no cazan liebres.
Muy bien, sigue asi y aunque sea algo pastelero
"NI SE TE OCURRA CAMBIAR"
Basta ya de dar por sobreentendido lo bueno y recalcar sólo lo malo o corregible, ¿corregible?, ¿por qué?. Basta de evitar los elogios (vaya a ser que aparezcan vanidades). Hace poco me impactó la idea de que el mundo es un reflejo de las personas individuales, así que aporto mi granito de arena al cambio mundial diciendo que me encanta este blog y que es la lectura más fiel que tengo en los últimos tiempos. Y me encanta tu forma de escribir y expresarte tan sinceras.
EliminarAsí que un chorro de amor directo para Granada.
Besos mil!
Y después de esto sólo me queda pedirte la mano.
EliminarÑoña me ha puesto tu frase sobre la nostalgia de los tiempos de la inocencia. Es duro hacerse mayor. Que por otra parte casi todos los tiempos por los que trnsitamos nos parecen duros.
ResponderEliminarEso es porque preferimos ir de duros, también.
EliminarPaco, tienes razón. Soy una BRUTA SIDERAL.
ResponderEliminarAmiguitos no iniciados en temas naturales: han de saber que los halcones con aves ornitófagas, es decir, que se alimentan de otras aves. Por lo que si les mandas que te traigan una liebre, lo más probable es que te manden a tomar por saco.
SÍ que estaba prestando atención, sólo que a la hora en la que escribí el post estaba pensando más bien en otra especie animal: en las musarañas.
Un beso, pastelero encantador.
En las musarañas debías estar durante el simposio. A alguno de los aludidos nos gusta la forma en la que escribes pero no tanto la forma en que nos describes. Tienes que ser más cortés, máxime con los que te tienen cortesía. Tenías que haber compensado lo de la barriga, los dientes mal conjuntados y demás detalles con una referencia a la nobleza de quienes te invitan a su casa. Saludos.
ResponderEliminarQuerido Anónimo:
EliminarHe empezado a escribir una respuesta tan larga (y tan cortés) a su comentario, que me he dado cuenta de que me da con bastante holgura para un post específico. Se lo agradezco tanto. Encontrará lo que me ha inspirado un par de post más adelante. De paso, le recomiendo que le eche un vistazo al que sigue a este que comenta, concretamente, al absurdo párrafo titulado "Proyecto Entremetía", por si acaso se sentiera usted igualmente aludido (y yo que me alegraría).
Saludos, por supuesto.