sábado, 9 de marzo de 2013

Encontré el diccionario adecuado


He vuelto a ver esta tarde aquella película que entonces dijimos que nos había gustado. ¿Te acuerdas? No, claro que no te acuerdas, pero yo sí que me acuerdo aún de cómo se escriben estas viejas cartas de evocación y distancia, y no he podido evitar que se me colara la coletilla. La película. Pues no hacía ni tres horas desde que te habías empeñado en dejar de ser un desconocido. Me detuviste por la calle, de eso sí tienes que acordarte, y me llevaste a una terraza con vistas al río, y con esa música entre minimalista y trastornada que a ti te gustaba, con pufs de plástico transparente, y demasiado verano en el aire. Y luego deshicimos andando el camino que antes habíamos hecho en taxi, y me acompañaste hasta el hotel, y entonces yo te acompañé en el empeño de no decirnos adiós todavía. Nos sentamos en unos escalones, y cada uno siguió rastreando pistas en el otro, en las miradas, en el perfil, en las palabras, para encontrar la solución al enigma de la noche: si nos separaríamos con un par de besos y el compromiso no tan firme de saludarnos algún día por el Messenger, o si todo sería mucho más caótico y memorable.

Entonces yo mencioné el título de aquella película, y a ti se te aflojó el cuerpo, y mientras decías con alivio que sí, me ofreciste la versión no censurada de tu sonrisa. Era como si hubieras encontrado por fin la solución, como si acabases de descubrir que la película trataba de nosotros. ¿Y sabes qué? Desde ese momento se convirtió para mí en una especie de leyenda propia, en el guión aproximado de la primera parte de nuestra historia. Recordaba el título, o lo leía en algún sitio, y volvía a oler así el aroma como de isla en medio de un aeropuerto de la noche en que nos conocimos. Luego rodamos una segunda, y hasta una tercera parte, y como siempre sucede en el cine, nos defraudamos.

Pero mira lo que te digo ahora: la película no era para tanto. Una pareja improbable que se encuentra en medio de una selva de incomunicación y parálisis, y se separa con un abrazo. Una historia plana y vulgar acerca de los oasis fugaces que nos rescatan brevemente del desierto cotidiano. Los protagonistas tienen menos química que la atmósfera de Mercurio, y en el estado de estancamiento en que ambos se encuentran, podrían ponerle ojitos tiernos hasta a una patata. Vaya que si hablaba de nosotros, la dichosa película. Nada más terminarla esta tarde, me di cuenta de hasta qué punto la vi por primera vez con los ojos enrojecidos de mi soledad. Y de lo ordinario y lo amable y lo perfectamente olvidable que hubiese resultado nuestro encuentro si yo no hubiera sido la indigente de amor que entonces era. Ojalá no hubiéramos sido tan lerdos como para obviar el final de la película. Ojalá nos hubiéramos despedido para siempre con ese mismo abrazo. 



                                                         (La música, lo mejor) 

6 comentarios:

  1. Yo la vi porque todo el mundo hablaba de ella y pensé: vaya fiesta que me estoy perdiendo. Después la vi y me pareció un mojón. Algo así como el Twitter.

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    1. Al menos parece que en Twitter de vez en cuando alguien dice algo gracioso, pero la peli en cuestión da tanta risa como los chistes de Jaimito.

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  2. Anónimo entre comillas10 marzo, 2013 23:15

    Hace un par de días hablaban de ella, creo que en nuestro familiar Saber y Ganar y le decía yo a M. que debo ser la única persona a la que no le gustó nada. Parece que no fue así. Vamos, que hasta me exasperó, cosa que no me ocurre nunca; no suelo traspasar la barrera del aburrimiento hasta ese grado.
    Creía recordar que tú sí habías captado lo que a mí se me debió escapar, pero ahora veo que has dado con lo que me resultó el mayor punto flaco: la falta de química entre el desagradable Bill Murray y la Johansson.

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    1. No capté más que vibraciones de autocompasión, queridita. Mr. Murray y una escoba, primos carnales.

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  3. Mira que eres capaz de construir frases hermosas!
    Me encanta el último párrafo.
    Un beso.

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