Ese olor. Y a la vez un verso de una
canción: quién dirige el universo. Después del desayuno soy
aún más vulnerable a la belleza de las sincronías. Eso: quién
dirige; por qué este olor, aquí; este regalo de asomarme a una
ventana, campo enmarcado en madera, como la vocación manda, y que me
entre el alcornocal en el cuerpo. Cómo es posible, si en la parcela
de mi familia sólo hay un alcornoque. Hubo una época en que el
lugar que ocupa estaba desnudo, yo lo he visto. Aún sigue siendo un
arbolito y probablemente nunca deje de serlo, una mascota, una
criatura doméstica que es al bosque lo que un gato regordete a los
tigres.
Y sin embargo hoy, él solo, huele como
si fuera muchos y no recordara del todo a los hombres. Ha logrado esa
proeza. Y me descalabra. Cada bosque tiene su olor, qué simpleza. El
de los pinares es caliente e ingenuo como Lolita, al principio. El de
los alcornocales es otra cosa. Hay fruta, y también el sigilo de lo
fúngico. Hay plenitud y también nostalgia, si es posible que esas
emociones vayan juntas. Se huele como se recuerda una felicidad que
pertenece a otra época pero que no ha terminado de pasar todavía.
Al menos así es como mis neuronas lo han archivado. Hace años fui
afortunada a pesar de mí misma, de lo que yo percibía y juzgaba
acerca de mi propia vida, y entonces aquel era el aroma básico de
mis días. Ahora no puedo entrar en un alcornocal sin aspirar bien
fuerte, como una recién rescatada. El pecho se me abre y una
sensación cálida y amable me inunda: un aviso de que piense lo que
piense ahora, juzgue lo que juzgue, tengo todo lo que me hace falta.
Quiero a mi chaparrito por eso, por el
guiño a mi biografía. Pero también porque hoy, por un instante al
menos, se ha impuesto a otros efluvios. Cuando salí de Granada la
ropa me olía a humo. Desde hace semanas los rastrojos del maíz
arden, la ciudad huele a tostado, el blanco de los ojos ya no es
blanco, el cielo, amarillo cítrico. Igual que todos los años. No es
completamente desagradable. Como morir por ahogamiento, dicen. Y hace
unos días, cuando bajé del coche para abrir la cancela de esta
casa, ese mismo olor estaba ahí, recibiéndome con la mala nueva de
que el hogar añorado es un estado más emocional que físico.
También en casa huele a quemado.
Hasta cuándo. Diluimos nuestras culpas
en el aire y el agua hasta que dejemos de sentirlas. Y usamos el humo
como imagen de lo inconsistente, lo que se deshace hasta el olvido.
Pero el humo no se disipa. Ya no. No hay quien se lo trague ya para
encubrirnos. El fuego lo simplifica todo: árboles o restos de poda
más calor más oxígeno igual a vapor de agua, ceodós y
ceniza. Igual, y esto no es tan inmediato, pero sí igual de
asequible, a perturbaciones cada vez menos insidiosas del clima,
sequía, ciclones, cambio, extinción y ruina. ¿Así de
melodramático? Quítale el melo- y sí, así. Cada pequeña
nueva hoguera es una suma en una cuenta que no admite más cifras.
Le he rogado a mi padre que no convierta
en decimales de humo la madera que le sobra al huerto. Ya nos
apañaremos, le digo. Podemos comprar una trituradora. Podemos... Sé
que en cuanto me meta en el coche irá al ayuntamiento a pedir el
permiso de quema. Y yo, con el maletero cargado de chirimoyas y
boniatos, tendré mi milésima de culpa. Palabras que se vuelven humo
y se disipan.
Cuando empecé a escribir deseé que todo
el mundo me leyese. Eran las ganas de pelearle a la soledad, la mía
y la de otros, pero era vanidad, ante todo. Ahora el propósito es
algo distinto. La soledad perdura, porque así es como venimos al
mundo y así nos vamos, pero mi vanidad, como la madera, se ha
transformado: hablo de lo que veo estando despierta, y es bello o es
terrible, y quiero que todos lo veamos. Quiero ese pequeño poder:
llegar a ser, con estos pobres recursos, agente de cambio. Que lo
camuflado se haga visible. Que la desidia deje de arruinarnos.
Sola como mi chaparrito, yo lo que quiero
es oler a bosque. Soñar, y no solamente eso, con un mundo sin
asfixia. Quién dirige el universo. Estoy empeñada en creer que un poco, todavía, nosotros.
Me maravilla tu forma de escribir... Tu manera de describir las cosas me parece desbordante y mágica.
ResponderEliminarEsta entrada me ha llegado especialmente.
Un saludo muy grande!
Me has echo añorar olores. Ahora mismo tengo una falta de campo de la que no era consciente y lo necesito.
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