domingo, 5 de noviembre de 2017

Contra los malos humos


Ese olor. Y a la vez un verso de una canción: quién dirige el universo. Después del desayuno soy aún más vulnerable a la belleza de las sincronías. Eso: quién dirige; por qué este olor, aquí; este regalo de asomarme a una ventana, campo enmarcado en madera, como la vocación manda, y que me entre el alcornocal en el cuerpo. Cómo es posible, si en la parcela de mi familia sólo hay un alcornoque. Hubo una época en que el lugar que ocupa estaba desnudo, yo lo he visto. Aún sigue siendo un arbolito y probablemente nunca deje de serlo, una mascota, una criatura doméstica que es al bosque lo que un gato regordete a los tigres.

Y sin embargo hoy, él solo, huele como si fuera muchos y no recordara del todo a los hombres. Ha logrado esa proeza. Y me descalabra. Cada bosque tiene su olor, qué simpleza. El de los pinares es caliente e ingenuo como Lolita, al principio. El de los alcornocales es otra cosa. Hay fruta, y también el sigilo de lo fúngico. Hay plenitud y también nostalgia, si es posible que esas emociones vayan juntas. Se huele como se recuerda una felicidad que pertenece a otra época pero que no ha terminado de pasar todavía. Al menos así es como mis neuronas lo han archivado. Hace años fui afortunada a pesar de mí misma, de lo que yo percibía y juzgaba acerca de mi propia vida, y entonces aquel era el aroma básico de mis días. Ahora no puedo entrar en un alcornocal sin aspirar bien fuerte, como una recién rescatada. El pecho se me abre y una sensación cálida y amable me inunda: un aviso de que piense lo que piense ahora, juzgue lo que juzgue, tengo todo lo que me hace falta.

Quiero a mi chaparrito por eso, por el guiño a mi biografía. Pero también porque hoy, por un instante al menos, se ha impuesto a otros efluvios. Cuando salí de Granada la ropa me olía a humo. Desde hace semanas los rastrojos del maíz arden, la ciudad huele a tostado, el blanco de los ojos ya no es blanco, el cielo, amarillo cítrico. Igual que todos los años. No es completamente desagradable. Como morir por ahogamiento, dicen. Y hace unos días, cuando bajé del coche para abrir la cancela de esta casa, ese mismo olor estaba ahí, recibiéndome con la mala nueva de que el hogar añorado es un estado más emocional que físico. También en casa huele a quemado.

Hasta cuándo. Diluimos nuestras culpas en el aire y el agua hasta que dejemos de sentirlas. Y usamos el humo como imagen de lo inconsistente, lo que se deshace hasta el olvido. Pero el humo no se disipa. Ya no. No hay quien se lo trague ya para encubrirnos. El fuego lo simplifica todo: árboles o restos de poda más calor más oxígeno igual a vapor de agua, ceodós y ceniza. Igual, y esto no es tan inmediato, pero sí igual de asequible, a perturbaciones cada vez menos insidiosas del clima, sequía, ciclones, cambio, extinción y ruina. ¿Así de melodramático? Quítale el melo- y sí, así. Cada pequeña nueva hoguera es una suma en una cuenta que no admite más cifras.

Le he rogado a mi padre que no convierta en decimales de humo la madera que le sobra al huerto. Ya nos apañaremos, le digo. Podemos comprar una trituradora. Podemos... Sé que en cuanto me meta en el coche irá al ayuntamiento a pedir el permiso de quema. Y yo, con el maletero cargado de chirimoyas y boniatos, tendré mi milésima de culpa. Palabras que se vuelven humo y se disipan.

Cuando empecé a escribir deseé que todo el mundo me leyese. Eran las ganas de pelearle a la soledad, la mía y la de otros, pero era vanidad, ante todo. Ahora el propósito es algo distinto. La soledad perdura, porque así es como venimos al mundo y así nos vamos, pero mi vanidad, como la madera, se ha transformado: hablo de lo que veo estando despierta, y es bello o es terrible, y quiero que todos lo veamos. Quiero ese pequeño poder: llegar a ser, con estos pobres recursos, agente de cambio. Que lo camuflado se haga visible. Que la desidia deje de arruinarnos.

Sola como mi chaparrito, yo lo que quiero es oler a bosque. Soñar, y no solamente eso, con un mundo sin asfixia. Quién dirige el universo. Estoy empeñada en creer que un poco, todavía, nosotros.


2 comentarios:

  1. Me maravilla tu forma de escribir... Tu manera de describir las cosas me parece desbordante y mágica.
    Esta entrada me ha llegado especialmente.
    Un saludo muy grande!

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  2. Me has echo añorar olores. Ahora mismo tengo una falta de campo de la que no era consciente y lo necesito.

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