Créeme
que me hubiera gustado hacerlo. Ser capaz de plantarme allí, delante
de tantos. Solo eso ya hubiera sido un pequeño triunfo. Y después
articular palabra, disponer la lengua y los labios así y asá y que
entonces, oh, una energía mental dispersa, indemostrable, huidiza,
se convirtiera, con buena disposición y suerte, en algo tan tuyo
como mío. Escucharme y poder reconocerme en esa voz, como a veces me
reconozco en mi mano derecha. Superar la aprensión a ser mirada, tan
vieja compañera que sin ella no puedo entenderme a mí misma.
Hubiera
sido hermoso volverme campana. Vibrar yo misma y que la vibración se
propagara y la pudieras sentir en tu carne. Ser una rima en vivo con
lo que tal vez no sabías ni que piensas. O sí lo sabías pero... A
veces las emociones se escabullen de la consciencia y quedan
depositadas a plazo fijo. Hubiera sido un placer convertirlas en ese
tipo de moneda de cambio con la que puedes adquirir compañía. No
por vanidad propia, o no solo, sino por vocación de regresar a la
tribu. Llámame aborregada, adelante. La mente humana, el humano
intestino, siguen sometidos a servidumbres paleolíticas.
Ojalá
hubiera podido colocarme más allá de mis límites. Pero no puedo
arrancármelos de golpe sin violencia. La timidez es un hueso mal
soldado. Y yo eché cortedad con las muelas. Podría decir soy
así, si lo creyera realmente. Pero la firmeza del carácter como
cosa inmutable me parece una chufla. No digiero bien el asunto de las
identidades: las personales incluidas. Para mí un carácter robusto
es un carácter flexible. Solo que tampoco me trago la propaganda del
todo es posible. Puede que lo sea, sí, pero a plazos que no
dependen de mis voluntades. Algún día superaré ciertos miedos. Con
arrugas, constancia y pasos de hormiga. Ahora tengo que aceptar que
mi voz siga siendo íntima.
Pero
claro que me hubiera gustado afirmar en alto, creyéndolo con la
sangre y con el músculo, no solo con la mente, que todo eso sobre lo
que nos habíamos juntado para hablar en realidad no es lo más
importante. Por supuesto que un trabajo que se quiere digno y
provechoso necesita vertebrarse en torno a unos mínimos de seguridad
y certidumbre. Exactamente igual que una vida. Sin tronco no hay
árbol; sin esqueleto, los gusanos. Sin dirección clara, una
biografía y un oficio se convierten en una amalgama de intereses en
la que cada cual va a lo suyo o a lo del que eventualmente manda.
O sea,
que las vértebras son fundamentales, pero solo por ser el sostén y
el escudo de la médula que guardan adentro. La madera por la que no
circula savia es pan para los hongos de la podredumbre. Una vida bien
estructurada pero desconectada de sus valores es una especie de
artefacto. Una dedicación que pierde de vista su alegría y su
propósito se convierte tarde o temprano en un fardo. Y ojo, que la
alegría no puede ser el parche que todo lo exculpa. Cuando la
alegría propia obvia las agresiones, los abusos de poder, la
mezquindad o ética cuestionable de los otros, entonces la vocación
al servicio de unos valores se convierte en vocación de martirio. Y
el tormento sufrido con gusto linda peligrosamente con lo patológico.
No se puede ir malvendiendo el entusiasmo para que aquellos lo
parasiten. Pero trabajar, como vivir, olvidados del entusiasmo es una
invitación al cáncer. Al desinterés progresivo, al desaliento, al
ir dejándose.
Ojalá
fuera esa persona capaz de subirme a un estrado para recordarle a los
demás que la alegría todavía tiene márgenes anchos. Que el amor a
la naturaleza no basta para construir edificios fiables y duraderos,
pero que sin amor el trabajo y la vida son un asco. Ojalá supiera
vender colectivamente mi moto del contento subversivo. Pero hasta que
deje de ser esta criatura íntima, deja que te siga hablando en
privado.
"Superar la aprensión a ser mirada". Tengo unos cuantos años más que tu y todavía no lo he conseguido. Aunque en los últimos tiempos, quizás un pelín, sí.
ResponderEliminarLa cuestión es que no todos nacen para presentadores, algunos (miles) debemos ser apenas espectadores.
ResponderEliminarSaludos,
J.