domingo, 15 de octubre de 2017

Todo lo alto que puedo


Créeme que me hubiera gustado hacerlo. Ser capaz de plantarme allí, delante de tantos. Solo eso ya hubiera sido un pequeño triunfo. Y después articular palabra, disponer la lengua y los labios así y asá y que entonces, oh, una energía mental dispersa, indemostrable, huidiza, se convirtiera, con buena disposición y suerte, en algo tan tuyo como mío. Escucharme y poder reconocerme en esa voz, como a veces me reconozco en mi mano derecha. Superar la aprensión a ser mirada, tan vieja compañera que sin ella no puedo entenderme a mí misma.

Hubiera sido hermoso volverme campana. Vibrar yo misma y que la vibración se propagara y la pudieras sentir en tu carne. Ser una rima en vivo con lo que tal vez no sabías ni que piensas. O sí lo sabías pero... A veces las emociones se escabullen de la consciencia y quedan depositadas a plazo fijo. Hubiera sido un placer convertirlas en ese tipo de moneda de cambio con la que puedes adquirir compañía. No por vanidad propia, o no solo, sino por vocación de regresar a la tribu. Llámame aborregada, adelante. La mente humana, el humano intestino, siguen sometidos a servidumbres paleolíticas.

Ojalá hubiera podido colocarme más allá de mis límites. Pero no puedo arrancármelos de golpe sin violencia. La timidez es un hueso mal soldado. Y yo eché cortedad con las muelas. Podría decir soy así, si lo creyera realmente. Pero la firmeza del carácter como cosa inmutable me parece una chufla. No digiero bien el asunto de las identidades: las personales incluidas. Para mí un carácter robusto es un carácter flexible. Solo que tampoco me trago la propaganda del todo es posible. Puede que lo sea, sí, pero a plazos que no dependen de mis voluntades. Algún día superaré ciertos miedos. Con arrugas, constancia y pasos de hormiga. Ahora tengo que aceptar que mi voz siga siendo íntima.

Pero claro que me hubiera gustado afirmar en alto, creyéndolo con la sangre y con el músculo, no solo con la mente, que todo eso sobre lo que nos habíamos juntado para hablar en realidad no es lo más importante. Por supuesto que un trabajo que se quiere digno y provechoso necesita vertebrarse en torno a unos mínimos de seguridad y certidumbre. Exactamente igual que una vida. Sin tronco no hay árbol; sin esqueleto, los gusanos. Sin dirección clara, una biografía y un oficio se convierten en una amalgama de intereses en la que cada cual va a lo suyo o a lo del que eventualmente manda.

O sea, que las vértebras son fundamentales, pero solo por ser el sostén y el escudo de la médula que guardan adentro. La madera por la que no circula savia es pan para los hongos de la podredumbre. Una vida bien estructurada pero desconectada de sus valores es una especie de artefacto. Una dedicación que pierde de vista su alegría y su propósito se convierte tarde o temprano en un fardo. Y ojo, que la alegría no puede ser el parche que todo lo exculpa. Cuando la alegría propia obvia las agresiones, los abusos de poder, la mezquindad o ética cuestionable de los otros, entonces la vocación al servicio de unos valores se convierte en vocación de martirio. Y el tormento sufrido con gusto linda peligrosamente con lo patológico. No se puede ir malvendiendo el entusiasmo para que aquellos lo parasiten. Pero trabajar, como vivir, olvidados del entusiasmo es una invitación al cáncer. Al desinterés progresivo, al desaliento, al ir dejándose.

Ojalá fuera esa persona capaz de subirme a un estrado para recordarle a los demás que la alegría todavía tiene márgenes anchos. Que el amor a la naturaleza no basta para construir edificios fiables y duraderos, pero que sin amor el trabajo y la vida son un asco. Ojalá supiera vender colectivamente mi moto del contento subversivo. Pero hasta que deje de ser esta criatura íntima, deja que te siga hablando en privado.

2 comentarios:

  1. "Superar la aprensión a ser mirada". Tengo unos cuantos años más que tu y todavía no lo he conseguido. Aunque en los últimos tiempos, quizás un pelín, sí.

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  2. La cuestión es que no todos nacen para presentadores, algunos (miles) debemos ser apenas espectadores.

    Saludos,

    J.

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