viernes, 28 de abril de 2017

La hija que no pudo ser (19)

Eres un ser humano y, por tanto, uno de tus quehaceres es añorar las vidas que te has dejado en los desvíos. Decide tú mismo si ese quehacer es un desahogo o un lastre. Yo, por mi parte, no creo haber sacrificado demasiados de mis avatares, al menos de forma consciente. Ni creo que las alternativas pudieran haberme llevado a un sitio más digno. Así que el ejercicio no me hace ningún daño. Sin embargo, al pensar en las razones últimas que decantaron mi historia hacia quien voy siendo ahora, me da la impresión de que éstas han sido un poco triviales. Nací en una coordenada y en un tiempo agradecidos. Más que los grandes sucesos, me han construido la inercia, la indecisión propia, el goteo incansable del paisaje en mi conciencia, los enamoramientos fallidos, el azar de encontrar en aquel lugar a aquella persona.

En cambio, Betty Molesworth podría haber llorado a quien no fue sin miedo a hacerse luego reproches. Escribir sus biografías fantasma sí hubiera sido para ella un lastre, porque su dolor de hija no se curó nunca, ni con la distancia ni con la vocación de olvido. Más de una y más de cien veces consideró que ese accidente radical de salir de un vientre concreto podía y debía ser corregido. Se imaginó a sí misma como una niña de cuento que al nacer es fatalmente arrancada de un destino radiante, y que tras una sucesión de peligros y aventuras es devuelta a la posición que por justicia le corresponde. Lo que a ella le tocaba era dar con otra madre, una amorosa y comprensiva, una verdadera madre que sustituyese a Nellie Maud, la mujer que circunstancialmente la había parido. Hubo momentos en que creyó encontrarla en la figura de Mrs. Mortimer. La dulce, sólida institutriz que le enseñó a recibir abrazos y le recriminó más de una vez a su madre lo desastrada y falta de pulir que andaba la niña.

Pero sin duda la tía Gwen fue su principal candidata. Se parecía tanto a su padre. Y vivía tan lejos de Nellie, allá en Inglaterra, donde la nostalgia de una patria en la que nunca has puesto los pies no tiene ningún sentido. Con esa otra madre, en un lugar menos rústico, Betty podría haber sido alguien. ¿Quién, exactamente? Ay, si cada uno supiera responder a esa pregunta clave. Quizás todo lo que ella deseaba era que la aceptasen, y que ese poder que da el amor de los otros llegara a convertirla en un ser confiado y fuerte.

Estuvo a punto de conseguirlo. Pero de su avatar de hija bienvenida no la apartaron, como a mí o a ti, razones triviales. Betty nunca podría afearse a sí misma no haber encontrado el hogar en Inglaterra: la culpa la tuvo su maldito siglo. Primero, en forma de una tuberculosis y del terror al contagio que tras la pandemia de gripe española de 1918 quedó flotando en el aire. Después, vaya, fue la guerra. Hitler invadió Polonia y los apéndices del viejo imperio británico, Nueva Zelanda incluida, no dejaron tirada en su respuesta a la metrópoli. Betty ya había reservado su billete en un barco que había de atravesar el Cabo de Hornos, rumbo a Europa. Sería la primera vez y sería de lo más excitante, porque esas son aguas míticas, por peligrosas, y sobre todo porque sería también la última. No pensaba volver nunca a su país de origen. Adiós, ovejas omnipresentes; adiós, habitantes ovinos. Adiós, Nellie Maud, puede que te envíe algún christmas.

Lástima que el barco no llegara a zarpar de Wellington.

https://upload.wikimedia.org/wikipedia/commons/thumb/b/b0/Unidentified_tall_ship_near_Cape_Horn_-_Nla.pic-vn3299637-v.jpg/337px-Unidentified_tall_ship_near_Cape_Horn_-_Nla.pic-vn3299637-v.jpg
Barco anónimo rodeando el Cabo de Hornos. Quizás aquel en el que no se embarcó Betty


2 comentarios:

  1. Todos nos hemos inventado un poco nuestra vida. Incluso nos la volvemos a inventar cuando contamos la verdad.

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    1. Todo lo que sea traducir la experiencia a lenguaje es inventar: recordar, narrar...Todo lo que a uno le ocurre termina adquiriendo tintes de leyenda a fuerza de pasar una y otra vez por la picadora de la memoria.

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