No puedo dejar de dormir. De noche, de
día. Sin sueños ni interrupciones. El coma sube imperceptible e
inexorable como la marea y luego baja, y me deja igual que cuando el
mar se retira, con algas mojadas en los ojos y pozas de somnolencia.
Soy un bebé, soy un gatito, soy una piedra. Mi cuerpo anda a la
gresca con un resto de voluntad humana que se empeña en arrancarme
la manta.
Y después, cuando lo consigue, no puedo
dejar de hacer comida. Una espesa sopa de calabaza y pollo que huele
como si, a modo de El Perfume, hubiera destilado el regazo de
una abuela. Calabacines y cebolletas melosos como novias colombianas.
Más pollo, puesto a marinar esta vez en naranja y miso. Bailas
asadas que saben a rescoldo de verano, toallas de playa meciéndose
en el tendedero, hombros calientes, labios salados. He cocinado para
tres días o para tres casas, y si no tuviera ya los dedos arrugados
de tanto enjuagarme las manos, metería la cabeza en la nevera y no
pararía hasta agotar las posibibilidades de la combinatoria de
alimentos.
Pero como también me gustan las cosas
crudas, no puedo dejar de leer a Steinbeck. ¿Me pongo pesada?
¿Pueden seguir llamándose “declaraciones” a las manifestaciones
repetidas de arrobo? Yo creo que sí. Cada vez que te enamoras parece
siempre la primera. Cada gota de entusiasmo retrasa el reloj de tus
células. Pone el contador de tus percepciones a cero. Me gusta
Steinbeck porque:
Huele. A chapa caliente, a restos de
bebida en los vasos que se abandonan en los bares. A cieno. A pintalabios
barato. Al mar que no se ve y empapa el alma.
Es un coleccionista de afueras. Sabe
seguirle el compás a los movimientos naturales.
Es un arca de Noé lleno de animales
callejeros, chorreantes, interesados, ávidos de cariño.
Derrocha inocencia en cada personaje que
reincide en su luminosa torpeza.
Corta el mundo según un patrón de
amistad.
Se columpia en la imposibilidad de futuro.
Camufla perfectamente de simplezas
lecciones de sabiduría como que sólo los tontos encienden
grandes hogueras.
Así que, muchachas y muchachos, leed
Cannery Row. Dormid y cocinad sin cuento. Dejaos caer en lo
básico.
Y por aquí se mueve toda esa gentuza borracha y amable de Steinbeck. Gracias por la foto. |
Madre mía comolo vendes todo, el libro, la vida, ese maldito sueño que tampoco a mí parece dejarme despertarme tranquila... Gracias!
ResponderEliminarPero si soy un desastre en asuntos pecuniarios y nunca me acuerdo de los precios: no vendo nada. Lo regalo!!
EliminarGracias a ti, chata.
que curioso que la vida te regale algunas oportunidades y luego te las arrebate de manera drástica sin esperártelo
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