Pienso en las criaturas que tú y yo
hemos engendrado juntos, los recuerdos que compartimos.
Tú con tu representación singular del
pasado, yo con la mía, y sin embargo, ambos custodios de algo que
nadie más ha sentido como nosotros. Tú registraste un diálogo, yo he
conservado un olor. Tú le has dado a nuestro recuerdo tu oído
exquisito, yo mi peligrosa tendencia a que la ternura haga saltar de
golpe los puntos del corazón. Tu capa de información, mi capa: las
dos superpuestas formando una imagen que nos supera a los dos. La
historia y la percepción de cada uno fusionándose y creando. Hay
algo ahí, en nuestras mentes, y a veces creo alocadamente que
también en algún rincón físico, que no existiría si alguna vez
no hubiéramos intimado.
Hemos puesto un botín a buen recaudo.
Somos cómplices de haber vivido.
Es posible que haga tiempo desde la
última vez que nos juntamos. O quizás nos vemos todos los días,
pero estamos más enfocados hacia el ahora y lo venidero que hacia el
tiempo pasado. No importa. No hace falta que reeditemos a menudo lo
que sucedió. Incluso es muy probable que no volvamos a coincidir
nunca. Triste, o conveniente, pero aceptable. Yo tengo fe en que esa
imagen resultante de combinar tu visión y la mía de alguna manera
sobreviva.
Yo tendida sobre la panza, con los codos
apoyados en la cama; tú arrodillada frente a tu armario, rebuscando
detrás de los zapatos hasta dar con tu caja de cartas secretas. Entre las dos las vamos leyendo. Tienen
mucha más azúcar que nuestros sandwiches de Nocilla. Nunca las leerá quien las inspiró.
Ya de noche, después de habernos
conducido todo la provincia, cargando las pilas en un lugar neutro
antes de que cada uno tire a su olivo. Bebes una coca-cola para
espabilarte, devoro las galletas que he sacado de una máquina. Hace
poco que nos conocemos, y ya sabemos que este humor que compartimos
tiene mucho peligro.
Tú y yo surcando el Tajo en el
cacilheiro, deseando que termine de una vez un trayecto que
debería embaucar la mirada. Mudos; tú severo, yo medio mendiga,
incapaces de reconocer que nuestra historia sólo es creíble en
películas ñoñas.
Hacemos cola en el peaje del puente,
cantamos como descerebradas amímegustalagasolina. El viaje de
ida se acaba, la tarde naranja se estira. No nos importa si nos están
mirando. Las ventanillas bajadas, las dos morenas y sucias de
Algarve. No sabemos dónde vamos a dormir todavía. No sabemos nada.
Un bocadillo de queso en la playa de
Bolonia. Hablamos mucho pero también nos gusta callarnos. Poniente,
cada uno en su hamaca envuelto en una toalla. ¿Nos hemos quedado
traspuestos? Yo me restriego los ojos y me parece haberlo soñado
todo. Este paisaje inconcebible, esta facilidad de estar con alguien.
Sin vergüenza. Sin hambre.
Has entrado en mi coche casi nuevo para
explicarme dónde está la palanca del capó. Me hago la tonta sin
necesidad de actuar mucho, porque a tu lado toda la maquinaria del
mundo se difumina. Tu mano izquierda trasteando bajo el salpicadero, tu
voz de moqueta diciendo aquí, toca. Mis dedos rozando tus
dedos. Tu mirada de animal silvestre. La mía abrasada, obligada a la huida. Como lo que después de aquel roce ya nunca más sucedió.
Tu y yo paseando de noche, aprendiendo al
unísono el delicado arte de parar y quedarse a las puertas.
Tú y yo al filo del acantilado, siguiendo el vuelo de la misma gaviota.
"...el delicado arte de parar y quedarse a las puertas".¡ Que hermosura!.
ResponderEliminarBesos hermosa mía.
O lo simple y complejo de compartir instantes con otro ser.
ResponderEliminarUn besito.
Tu y yo, siempre los dos...
ResponderEliminarNunca solos.
Saludos
J.
Magistral cruce de historias... :)
ResponderEliminar