domingo, 10 de diciembre de 2017

Seguro que llueve.


Cuidado conmigo ahora. Literariamente soy tierra yerma. Mi piel es fina en los intercambios con el paisaje: también a mí la sequía me asola. Pasa un día y y otro y otro, y ya no te acuerdas de cuándo fue la última vez que oliste a lluvia. Un día y otro y otro, y las fuentes se secan, la inspiración se marchita, las frases se acartonan. No es un drama: tengo pocos talentos, pero entre ellos está el de ser notablemente adaptable. Resiliente, que se ha puesto de moda. Mis cromosomas tienen una cintura ágil: si no llueve, me enrosco como una rosa de Jericó y aguardo. Y no escribo si las palabras no brotan. Tan fácil. De vez en cuando miro al cielo. Pero ya no me impaciento como antes. No voy a sacar santos. No me voy a poner plumas en la cabeza ni a patear el suelo para invocar a las musas. Mi ego como escritora está afortunadamente muerto.


Pero cuidado conmigo, repito. Hay semillas durmientes aquí adentro. Un día un chaparrón breve te enfanga el coche. Al día siguiente los solares revientan de tréboles. No hay oído capaz de percibirlo, pero la tierra seca palpita. Marca un ritmo secreto al compás del deseo y la mansedumbre. Unas pocas gotas caen y la carrera por ser se desboca. Yo llevo tanto tiempo escribiendo, con una asiduidad más o menos cumplidora, que el lenguaje ha dejado en mí sus semillas. Germina. Brota. Florece. Fructifica. El fruto se abre y la simiente se esparce por el suelo. Es un ciclo que por fin respeto.


Comprenderlo me ha liberado de la ansiedad de contar y seguir y seguir contando. Para mí escribir no es un fin sino un medio. Vertebra mi percepción del mundo. Propaga la belleza y la compasión que recolecto. Abre puertas. Con suerte, planta en tu corazón el arrebato de estar vivo y consciente. Lo esencial es cómo miro y abrazo. Escribir es ni más ni menos que una herramienta para trabajar en el huerto.


Así que te lo advierto. Ahora mismo soy una tierra árida y vehemente. Cualquier cosa que hagas o digas puede ser para mí lluvia. Riégame con un gesto, abóname con una astilla de historia: seguro que las palabras me crecen como tréboles. 


Así ando yo últimamente: algodonosa.

2 comentarios:

  1. Silvia... ojalá que llueve alegría en tus campos para que sigas regalándonos tus palabras que colman de paz mi alma al oír una voz hermana, que quiere a mamá Tierra, que vela por ella y por los seres que habitamos en ella.
    ¡Qué bella sorpresa encontrar de nuevo tu texto en mi buzón! Te leí con avidez a esa hora en que la noche aún se pasea y el día se despereza... gracias por acompañarme un ratito. Gracias.

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  2. Me debería castigar el cielo con una sequía apocalíptica por no agradecer cuando toca palabras tan llenas de calor como las tuyas, Dolors. Pero que sepas que,cinco días después de leerlas por primera vez, siguen calentando y devolviendo compañía.
    Muchas más gracias a ti, y un gran abrazo.

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