Me enseñaron a no hacer ruido mientras
mis mayores dormían la siesta. Eran una cárcel esa horas, y eran La
máquina del tiempo, y El hombre invisible, y Viaje al
centro de la tierra, y las primeras ganas de salir en busca de
aventuras a algún lugar donde pudiera armar escándalo.
Me enseñaron a no molestar nunca, nunca,
nunca. Me enseñaron así las tácticas terribles del regomello.
Me enseñaron que la gente a la que se le
acababa de morir el padre, la hija, el marido, podía hablar mal de
mí si yo no iba a decir mi frasecita en el ceremonial funerario.
Me enseñaron que cuando fuera madre,
comería carne, y que los niños, oír, ver y callar.
Me enseñaron a procurar no llamar mucho
la atención.
Me enseñaron a bajar la voz para que los
vecinos no se enteraran de lo que pasaba en mi casa.
Me enseñaron un catálogo minucioso de
maneras en las que una puede quedar en ridículo.
Me enseñaron que la risa de los demás
era siempre una cosa temible.
Me enseñaron a sospechar de que, detrás
de cada gesto de atención, de cada mirada un poco detenida, pudiese
haber agazapado un juicio negativo.
Me enseñaron a huir de la crítica ajena
como de las víboras.
Me enseñaron a que el futuro me
sonreiría si aprendía a dar las respuestas que otros consideraban
correctas. Me enseñaron a guardar dentro de mí una copia de lo que
venía escrito en los libros de texto, y a devolverla intacta cuando
me la pidieran mis maestros.
Me enseñaron que un diez significaba
talento e inteligencia. Me enseñaron una escala de notas con la que
medirme a mis compañeros. Me enseñaron a competir y a desear quedar
por encima de ellos.
Me enseñaron a que me asustara la
posibilidad de cometer errores.
Me enseñaron que la pereza era una
cualidad propia de los pobres de espíritu.
Me enseñaron a defender mi territorio.
Me enseñaron una variedad de
circunstancias cotidianas en las que es mejor ahorrarse las sonrisas.
En el aula, en el banco, en la consulta del médico, o esperando a
que cambie de color el semáforo.
Me enseñaron a apretar los dientes y a
mostrarme circunspecta.
Me enseñaron a considerar un regalo
imprevisto casi como una amenaza.
Me enseñaron que es mejor no necesitar
nunca a nadie.
Me enseñaron la conveniencia de no
quedar nunca expuesta.
Me enseñaron que a la gente no hay que
decirle alegremente que la quieres.
Me enseñaron a respetar escrupulosamente
la distancia correcta entre los cuerpos. Me enseñaron que la
intimidad es peligrosa.
Me enseñaron lo comprometido que puede
ser mostrarte sola y enamorada. Me enseñaron a no dejar traslucir mi
deseo.
Me enseñaron a presentar mi cuerpo como
un curriculum.
Me enseñaron a esconder lo que no se ve
perfecto.
Me enseñaron a calibrar mi valía en
función de la apariencia de otras mujeres. Me enseñaron a
compararme con la más guapa y a rastrear si en una reunión las hay
más feas.
Me enseñaron a que si no se enamoraban
de mí, yo era un ser fallido o incompleto.
Me enseñaron que detrás de cada
elección hay un peligro. Y detrás de cada iniciativa, un peligro; y
de cada contacto, un peligro.
Me enseñaron que de la muerte no se
habla.
Me enseñaron a decir me enseñaron,
en lugar de aprendí.
También me enseñaron a ser cortés y a
ponerme en la piel de los demás. A ser independiente y a resolver
mis propios problemas, antes de esperar a que otro los solucione por
mí. Me enseñaron a esforzarme, y a hacer lo que tengo que hacer sin
buscar un premio. Me enseñaron a no ser más caprichosa de lo que
puedo permitirme, y que las cosas que uno quiere no cuelgan de los
árboles. Me enseñaron a no hacer daño. Me enseñaron a ser un buen
ser humano.
Se nota que hemos compartido "cole" y maestros.
ResponderEliminarYo, además de todo eso que nos enseñaron, también aprendí a desaprender muchas de esas enseñanzas y así la vida resulta más fácil.
Me gustó mucho el final de uno de tus últimos post: "Sólo había que dejar de tenerle miedo a la lluvia". Eso es.
Lo que me engancha a los comentarios, creedme, no es la palmadita en el ego, sino que lo que yo escrito se mejora y perfecciona con lo que escribís vosotros. Tu puntualización es redonda.
EliminarGENIAL, SILVIA!, y comparto con Comillas. Qué bonito es el proceso de desaprender y también la transformación del rencor/fastidio en agradecimiento. Aprendemos por comparaciones. Y elegimos la opción que más nos va.
ResponderEliminarBesos mil!
No, rencor, no. Bastante tienen las criaturas humanas con su propia vida como para hacerlo a las mil maravillas con la de los demás.
EliminarBesos a ti, socia colaboradora.
Cuèntanos tambièn de lo que aprendiste por ti misma. Querràs?
ResponderEliminarOído cocina!
ResponderEliminarMe sumo a vosotras,entre comillas,mismos maestros y misma escuela,yo ahora estoy en ese proceso de enseñar a un chiquitajo,y os lo digo,no es tarea facil y se intenta hacer lo mejor que nos enseñaron,y que hemos desanpredido en otro motón de cosas que nos han ido pasando por el largo camino que llevo ya.
ResponderEliminarY vendo cómo te está saliendo el chiquitajo, queda claro que has aprovechado de sobra tu largo camino.
EliminarQuienes fueron tus enseñantes,¿los talibanes?.
ResponderEliminarJajaja, jijiji, jujuju.
EliminarEstá feo señalar, mujer.