miércoles, 6 de febrero de 2013

Conexiones húmedas pasajeras

 
Me despierto a media noche sudando, pero no creas que es por ti. Sólo que a veces no calibro muy bien la cantidad de ropa que necesito para dormir. ¿Te suena a excusa? Sí. Puedo imaginar perfectamente tu mano revolviéndome el pelo, como si fuera un perrito, y unos ojos achinados que, sin necesidad de palabras, pronuncia a las claras un ya, ya, y lo que estabas soñando, ¿tampoco era por mi? Porque mi sueño te halaga. Lo sé. Bueno, pues no debería. No tiene nada que ver contigo, sino con las intricadas conexiones de la materia blanca de mi cerebro. Este fin de semana leí sobre el tema en una revista dominical. Declaraba un experto en Neurología que un individuo no es más que su conectoma, o sea, toda la red casi infinita de conexiones que se establecen entre sus miles de millones de neuronas. El recuerdo de la moneda de veinte duros que me dio mi abuelo, y el desconsuelo que me provocó perderla en la estructura de un viejo sofá. La tabla del siete. El escalofrío que te provoca el chirriar de un cuchillo mal afilado sobre el plato. Mi miedo a los aviones. Interrogarse sobre si uno está consiguiendo vivir con solvencia. Tu aversión a la gente que dice eso es como todo. El protocolo sutil que sigues a la hora de untar tostadas – mucha mantequilla en pegotes, como si fuera óleo; una capa de mermelada de finura quirúrgica. Mi deseo inoportuno. Todo eso no son más que conexiones químicas. No me preguntes quién o qué las organiza. Ni si son perdurables o episódicas. A estas horas de la madrugada, la verdad, no me apetece saber que somos tan aleatorios.

He soñado contigo y punto. Y no significa nada. Volvíamos a estar en una habitación con dos camitas gemelas, castamente separadas. Parecida a la de entonces en lo genérico, en ese aspecto de habitación de invitados que no engaña a nadie sobre su verdadera función como trastero. Un habitáculo un poco asfixiante y transitorio, como un probador del Bershka. Un lugar para encontrarnos al azar, y no soñar, no tocarnos, no esperar. Aunque en el sueño sí que nos tocábamos. No mucho, lo justo para agarrarnos mientras nos dábamos un beso. Como si además estuviéramos en el camarote de un barco. Y tengo que decirte una cosa: ese beso... La verdad es que nunca imaginé que lo hicieras así. Con la boca tan abierta, y la lengua tan blanda. Un beso tan de invertebrados. No casaba en absoluto con tu figura enjuta, ni con la cadena de eslabones que te asoma en la espalda cuando te agachas. A ti te pega besar duro, apretar y luego separarte, rozando apenas, y luego volver a caer, como si los labios de enfrente, mis labios, fueran una cama elástica. Algo parecido a un acto de rapiña. Lo último que esperaba de ti era esa flaccidez grasienta. Como si me hubieras metido en la boca una cucharada de mayonesa. A lo mejor ahora, mal despierta y sudada como estoy, exagero. A lo mejor todavía le guardo rencor a tu yo gordo del sueño, por mirar de reojo a la puerta de la habitación, mientras nos besábamos.

No vuelvas a hacerle eso a ninguna chica, ¿vale? Ni en sueños ni en la vida vertical. Cuando beses, haz como si el resto del mundo se apagase. Como si te incorporaras muy rápido y se te nublara la vista. Entiéndelo: Todo el Resto del Mundo. Incluido el amigo que te ha hecho compartir su habitación de invitados con la chica en cuya boca has metido esa lengua kilométrica. Aunque pienses que entre ella y tu amigo hay algo. Aunque intuyas que estás siendo desleal. Si tienes la osadía suficiente como para forzar los hipotéticos límites de la hospitalidad y de la camaradería, mantenla al menos para que los ojos no se te vayan a la puerta. Porque ella se ha montado una imagen halagüeña de ti. Se le ponen las articulaciones un poco blandas si te ve cocinar tartas saladas, o cada vez que escucha tus historietas sobre buceo, o tu proyecto de bordear la costa africana en furgoneta, como un Vasco de Gama con planos del Google Earth. La chica espera una exhibición de libre albedrío en cada uno de tus actos. Así que no la defraudes. Y no vuelvas a estropearme ningún sueño calenturiento. En el próximo (si es que mis neuronas que te recuerdan, y las que entonces se quedaron con las ganas, se conectan otra vez) no te escaquees con la excusa idiota de que no tienes preservativo.

6 comentarios:

  1. Anónimo entre comillas06 febrero, 2013 23:04

    Tía, qué asquito de beso. ¿no se te ha ocurrido simil que dé menos grima que "una cucharada de mayonesa en la boca"? En cambio, qué estupendo consejo para aprendices: "cuando beses, haz como si el Resto del Mundo se apagase". A ver si el personaje que te fastidió el sueño se entera y vuelve de visita sin excusas idiotas.
    ¿Te atreverías a contarlo?

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  2. Suscribo lo que dice Comillas en lo bien descrito y en el asquete que da la cucharada de mayonesa.
    (Llevo dos posts de retraso!, my God, vas flechada!)

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  3. Y yo que pensaba que sólo a mí me daba asquete polar la mayonesa.
    (Tu culpa es, por animarme)

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  4. ¡Pues a mí la mayonesa me encanta!.

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