Me despierto a media noche sudando, pero
no creas que es por ti. Sólo que a veces no calibro muy bien la
cantidad de ropa que necesito para dormir. ¿Te suena a excusa? Sí.
Puedo imaginar perfectamente tu mano revolviéndome el pelo, como si
fuera un perrito, y unos ojos achinados que, sin necesidad de
palabras, pronuncia a las claras un ya, ya, y lo que estabas
soñando, ¿tampoco era por mi? Porque mi sueño te halaga. Lo
sé. Bueno, pues no debería. No tiene nada que ver contigo, sino con
las intricadas conexiones de la materia blanca de mi cerebro. Este
fin de semana leí sobre el tema en una revista dominical. Declaraba
un experto en Neurología que un individuo no es más que su conectoma, o sea, toda la
red casi infinita de conexiones que se establecen entre sus miles de
millones de neuronas. El recuerdo de la moneda de veinte duros que me
dio mi abuelo, y el desconsuelo que me provocó perderla en la
estructura de un viejo sofá. La tabla del siete. El escalofrío que
te provoca el chirriar de un cuchillo mal afilado sobre el plato. Mi
miedo a los aviones. Interrogarse sobre si uno está consiguiendo
vivir con solvencia. Tu aversión a la gente que dice eso es como
todo. El protocolo sutil que sigues a la hora de untar tostadas –
mucha mantequilla en pegotes, como si fuera óleo; una capa de
mermelada de finura quirúrgica. Mi deseo inoportuno. Todo eso no son
más que conexiones químicas. No me preguntes quién o qué las
organiza. Ni si son perdurables o episódicas. A estas horas de la
madrugada, la verdad, no me apetece saber que somos tan aleatorios.
He soñado contigo y punto. Y no
significa nada. Volvíamos a estar en una habitación con dos camitas
gemelas, castamente separadas. Parecida a la de entonces en lo
genérico, en ese aspecto de habitación de invitados que no engaña
a nadie sobre su verdadera función como trastero. Un habitáculo un
poco asfixiante y transitorio, como un probador del Bershka.
Un lugar para encontrarnos al azar, y no soñar, no tocarnos, no
esperar. Aunque en el sueño sí que nos tocábamos. No mucho, lo
justo para agarrarnos mientras nos dábamos un beso. Como si además
estuviéramos en el camarote de un barco. Y tengo que decirte una
cosa: ese beso... La verdad es que nunca imaginé que lo hicieras así.
Con la boca tan abierta, y la lengua tan blanda. Un beso tan de
invertebrados. No casaba en absoluto con tu figura enjuta, ni con
la cadena de eslabones que te asoma en la espalda cuando te agachas.
A ti te pega besar duro, apretar y luego separarte, rozando apenas, y luego
volver a caer, como si los labios de enfrente, mis labios, fueran una
cama elástica. Algo parecido a un acto de rapiña. Lo último que
esperaba de ti era esa flaccidez grasienta. Como si me hubieras metido en la boca
una cucharada de mayonesa. A lo mejor ahora, mal despierta y sudada
como estoy, exagero. A lo mejor todavía le guardo rencor a tu yo
gordo del sueño, por mirar de reojo a la puerta de la habitación, mientras
nos besábamos.
No vuelvas a hacerle eso a ninguna chica,
¿vale? Ni en sueños ni en la vida vertical. Cuando beses, haz como
si el resto del mundo se apagase. Como si te incorporaras muy rápido
y se te nublara la vista. Entiéndelo: Todo el Resto del Mundo.
Incluido el amigo que te ha hecho compartir su habitación de
invitados con la chica en cuya boca has metido esa lengua kilométrica. Aunque
pienses que entre ella y tu amigo hay algo. Aunque intuyas que estás
siendo desleal. Si tienes la osadía suficiente como para forzar los
hipotéticos límites de la hospitalidad y de la camaradería,
mantenla al menos para que los ojos no se te vayan a la puerta. Porque ella
se ha montado una imagen halagüeña de ti. Se le ponen las
articulaciones un poco blandas si te ve cocinar tartas saladas, o
cada vez que escucha tus historietas sobre buceo, o tu proyecto de
bordear la costa africana en furgoneta, como un Vasco de Gama con
planos del Google Earth. La chica espera una exhibición de libre
albedrío en cada uno de tus actos. Así que no la defraudes. Y no vuelvas a
estropearme ningún sueño calenturiento. En el próximo (si es que mis neuronas que te recuerdan, y las que entonces se quedaron con las ganas, se conectan otra vez) no te
escaquees con la excusa idiota de que no tienes preservativo.
Tía, qué asquito de beso. ¿no se te ha ocurrido simil que dé menos grima que "una cucharada de mayonesa en la boca"? En cambio, qué estupendo consejo para aprendices: "cuando beses, haz como si el Resto del Mundo se apagase". A ver si el personaje que te fastidió el sueño se entera y vuelve de visita sin excusas idiotas.
ResponderEliminar¿Te atreverías a contarlo?
Huuuuy, la picaroooonaa
ResponderEliminarSuscribo lo que dice Comillas en lo bien descrito y en el asquete que da la cucharada de mayonesa.
ResponderEliminar(Llevo dos posts de retraso!, my God, vas flechada!)
Y yo que pensaba que sólo a mí me daba asquete polar la mayonesa.
ResponderEliminar(Tu culpa es, por animarme)
¡Pues a mí la mayonesa me encanta!.
ResponderEliminar¿A cucharadas? Pervertida.
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