Dice que está loco por que den de una
vez las campanadas, no por la juerga, no por la memez de las uvas,
que maldita la gracia, sino porque no aguanta más este 2014 que no
ha podido salir más cabrón y más malo. Yo asiento sólo con la
primera de mis vértebras cervicales. Una manera tan buena como
cualquier otra de expresar un glup sin que lo note el de al
lado. Glup. Nudo de saliva en la garganta. Vergüencita. Él
tiene más que razón que un santo, y sobradas razones para afirmar
que este año que acaba, pero que seguirá lanzando sus tentáculos
sobre el que viene, ha resultado peor de lo que sus peores
previsiones estimaban. Un momento antes yo estaba haciendo balance
interior y me permitía el lujo de pensar lo contrario.
Y sí, objetivamente la segunda parte del
2014 ha sido generosa en dolor y desaliento, pero hay una manera de
hacer economía con esas emociones para que al final el balance
cuadre. El dolor es ese maestro de kárate que te hace morder el
tatami cien veces y te deja el cuerpo verde de cardenales, con la
noble intención de hacerte más atento y más fuerte. El desaliento
te corta las vías y te quita el resuello, hasta que no tienes más
remedio que pararte, liberarte de carga y como Sísifo, empezar de
nuevo. Y eso que en principio puede parecer una mierda no es tan malo
como parece. Es una forma de higiene del alma. Como mi
tratamiento periodontal del carajo.
Yo sólo puedo decir que he conocido
dentro de mí gente que nunca pensé que pudiera habitarme. Gente
con criterio. Gente solidaria y valiente. Gente dispuesta a
arremangarse.
He vivido la aventura de salir de mis
coordenadas habituales y probarme distintos personajes. Más
aguerridos. Más audaces.
Dentro de mí he visitado paisajes
intactos cuya flora aún estoy catalogando. He encontrado reservas de
silencio. Y mucho espacio.
He ido aprendiendo a leer mis propios
planos topográficos. He traducido a mi propio idioma los símbolos
en coreano de mi viejo manual de instrucciones. Me he dado cuenta de
por qué hacía esto o aquello, y las razones que no casaban con mi
instinto las he ido desechando.
He sido benévola conmigo misma. Me he
dado permiso para ser más un poco menos eficiente, un poco más
dubitativa, un poco más lenta de lo que dicta el giro actual del
planeta.
He firmado una tímida paz con mi manera
de estar en el tiempo. Espero menos, aprieto menos, echo menos de
menos. Y como en matemáticas, ese menos por menos resulta en un más.
Y ahora que se va acabando, tengo el 2014
encerrado en un puño. Lo distingo perfectamente, desde su mismo
comienzo, y soy capaz de descifrarlo. No se me escurre entre los
dedos como el resto de años. Supongo que ha llegado la hora de abrir
la mano y ver cómo se escapa volando. Como un buitre. Sólo
aparentemente malo.
¡Ya se ve el 2015! |