Vuelve a entrar en tu vida suavemente, un
pie tras otro y callandito. Como entras en tu casa cuando los demás
están dormidos; como te sacas los zapatos para que no te delaten. Los espectros también se han amodorrado después de las siestas vacacionales: la persona que creías ser habitualmente, las difererentes caras públicas que usas para afrontar los días. Entra con cuidado en tu costumbre para no despertarlos. Para seguir siendo, todavía, una criatura inmediata, un poco o un mucho niño.
Entra en la casa diminuta como en un vestido estrecho, que limita tus movimientos pero te queda sexy. Acepta sin aspavientos el cambio de nido. Ya no eres pollo de águila sino mamá jilguero: acelarada, ágil y alegre a pesar de las amenazas. Querer hacer más de lo que puedes es tu red. El tiempo tacaño, una jaula.
Saluda a nadie al traspasar la puerta. Ofrécele tus respetos al jazmín, convertido a la fuerza en planta de interior, medrando pese a maceta y sombra: no parece añorar el arriate. Imita su lunático ciclo, las ventoleras de marchitez y exuberancia; la flor cuando ya se daba por desahuciado; las hojas nuevas brotadas a la luz pegajosa del salón.
Contempla tus cosas como si estuvieras en un museo: antiguas y a la vez insólitas. Las fotos en la pared - celosías nazaritas, los tres árboles perfectos, calles de Lisboa - tomadas hace ya tiempo que se han ganado el derecho a un érase-una-vez y a una buena historia. El sofá manso y destartalado como un mastín. La suciedad todavía, fabricada con tu piel y tu grasa. Lo vegetal en cubiertas de libros, en tapicerías, estampados y láminas, reflejando lo que amas como si tu cuerpo fuera cristal y tu mente el interior de un invernadero.
Negocia de nuevo con el calor. Admite en ti el aire seco como si nariz y pulmones fueran vírgenes y la respiración fuera a cambiarte. Cae en una cama caliente como en otro cuerpo. Al mediodía la calle es una novela de exploración, y caminar por aceras y asfalto, deporte de aventura. Más de medio mes sin escuchar el rugido de los autobuses. Pequeñas manadas siguiendo el curso y tolerando la sequía de sombra. La ciudad convertida en sabana.
Respira, huele a fondo, suda y siente escalofríos, toca y restriégate, mira el gotelé como constelaciones a las que hubiera que buscarles nombre. Sigue cerca de las cosas sensibles, igual que en el tiempo sin apretura de las vacaciones. Saca conceptos usados y apestosos al contenedor. Rutina, trabajo, prisa, deber: aplástalos, desmenuza, funde, inventa a partir de ellos nuevas soluciones. Sé el bicho en vez del entomólogo que atrapa y clasifica. Coge polen no importa de qué flor.