Pasa que yo a ustedes les tengo demasiado
respeto como para darles gato por liebre. Y pasa que el cuerpo humano
tiene unos límites, y yo, hoy, los he franqueado. Creo que lo
que me han obligado a hacer esta tarde por los centros comerciales de
Granada sienta un precedente para la fundación de una nueva
disciplina olímpica. A saber: el rastreo extremo en busca del
chándal perfecto. Cinco horas, ¡cinco!, me he pasado alternando el
peso de mi cuerpo apaleado sobre uno y otro pie, escuchando cosas
como: pruébate este; ese es muy fino; tú es que no terminas de
asimilar todavía que por aquí en invierno hace frío, ¿no?; las
mujeres se ponen cosas de mujer, ¿lo pillas?; pequeña, no, ese
pantalón no, que si asomas a la calle con ese culo, te detiene la policía.
Suerte que en el momento en que escucho esto último mi glucemia
anda ya por niveles negativos, porque si hubiera estado en mis
cabales, me habrían saltado los fusibles. ¿A la calle? ¿Cómo que salir
a la calle? ¿Pero la idea no era encontrar un chándal
calentito, para que los vecinos dejen de asustarse por la magnitud 7
en la escala de Richter de mis tiritones? Porque, que nadie se
engañe, detrás de esta Operación Princesa de Barrio, hay un
complot para que no salga nunca más de mi pisito.
Yo antes me
compraba ropa para lucirme ante mis conciudadanos. Tenía una fuerte
vocación de adorno. Estaba bastante convencida de que tenía algo que aportar a la buena apariencia del mobiliario urbano. Y más de una vez me aplicaron aquello de pero
qué mona va siempre esta chica. En ocasiones hasta me compré
ropa deportiva, lo confieso, pero con la obvia intención de sudarla
en un gimnasio. Y ahora, ¿en qué me he convertido? En víctima de
un estilismo doméstico radical. Toda mi ropa bonita está siendo
subrepticiamente sustituida por ropa cómoda. A fuerza de las zapatillas
de borreguito que me regala la madre de mi Pigmalión de las cavernas, la estructura de mis pies ha dejado de tolerar las alturas del más moderado tacón. Lo próximo será tatuarme en la
nuca el que se está convirtiendo en el lema impuesto de mi vida:
como en casa de uno, en ningún sitio.
En cristiano: que dejo en depósito lo
que empecé a escribir antes de que empezara a brotarme en las orejas
este par de zarcillos del diámetro de una rueda de bicicleta. Que me
voy a practicar ipso facto el deporte ideal para mi nuevo
medio chándal (porque después de cinco horas, ¡cinco!, he tenido
que desechar la idea de encontrar un pantalón a juego con mi
sudadera molona de Adidas): el babeo de fundas de almohada.
Mañana seré Homo sapiens. Creo.
Prima,prima,prima...creo que también influye mucho la edad,nos volvemos mas comodonas con el paso de los años...llevo 3 dias seguidos poniendo chandal,solo por la comodidad,pero precisamente hoy,digo:No!con leguins y botas tambien vas comoda,pero marcas piernas monísimas a la vez,pq en mi caso, en este momento,tengo que pasar un poco del culo,y de cinturita,ni te cuento.Chao.
ResponderEliminarLa conexión genética funciona, querida. Adivina lo que me compré para no ir monísima con monísima sudadera de Adidas, y por abajo sólo bragas: pues unos leggins. Yo también paso de culo.
ResponderEliminarQue digo yo que las Chonis no van de Adidas, si acaso de Alidas o Adides o algo así.
ResponderEliminarjuijuijui, Alidas. Es que por eso me he definido como una Chonidiva, chavala.
ResponderEliminar¡Que salero tiene la jodía anonimillas!.
ResponderEliminarBesos.
Es una crack
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