No sé.
Tendré que buscarme alguien que me lleve
en moto hasta Mozambique.
Tendré que pedir una excedencia para
irme a trabajar una temporada a una granja húngara o croata. Me
levantaré más temprano todavía que ahora, y cada vez que, al
ducharme, tenga que vérmelas con un calentador de agua timorato,
maldeciré la hora en que se me ocurrió escapar de mi cómoda vida.
Pero me acostaré cansada, sabiendo una nueva palabra de un idioma
jeroglífico, y una nueva habilidad manual que jamás pensé que
podría llegar a desarrollar. Miraré montañas violetas por una
ventana con marcos de madera, y escribiré largas cartas mestizas de
nostalgia y aceptación.
O tendré que inventarme un trabajo que
pueda mantenerme por lo menos un año en Lisboa. O en Amsterdam, en
Estocolmo, en cualquier sitio donde alquilar una habitación barata
sea una odisea lingüística.
Tendré que vivir en una ecoaldea y
aprender a no usar papel higiénico y a no depilarme las piernas.
Tendré que comprarme una autocaravana,
que aparcaré cada mediodía, después del trabajo, en algún lugar
situado por encima de la capa de aire sucio que se suele estancar en
Granada. Me permitirá ofrecerle a Jose una política vacacional de
hechos consumados: nada de hoteles, nada de tostadas de pan
blanquísimo, nada de huir de lugares felices porque la hora de
buscar un techo se nos ha echado encima. Recogeré autoestopistas con
pinta de haber convertido Hacia rutas salvajes en su evangelio
personal. Me uniré a comunidades de espíritus rodantes.
Coleccionaré correos de jubilados suecos o sudafricanos que una
noche me invitaron a cerveza y me mostraron sus planos andrajosos y
pintarrajeados. Viviré diez días seguidos en una de las playas
bravías del Alentejo, entre surferos a los que aborreceré y desearé
al mismo tiempo.
O tendré que encontrar una afición que
me sorba el seso hasta niveles insanos, y que cada lunes me haga
llegar con aspecto de yonqui a la oficina. Parapente. Espeleología.
Pesca submarina. Reggaeton.
Tendré que ofrecer comidas en mi propia
casa a ilustrados turistas canadienses.
Tendré
que buscar a todos los que alguna vez me dejaron con las ganas, y
cobrarles sus deudas. Tendré que abigarrar mi vida sentimental con
un par de historias simultáneas.
Tendré
que rastrear argumentos para una novela de quinientas páginas por
debajo de las piedras. O tendré que fabricarme una personalidad
diferente para cada una de las opciones anteriores y, sin salir de
casa, vivir sus vidas escribiéndolas.
Algo
tendré que hacer, porque mi vida apacible y mi dosis de amor
asegurada me hacen un poco difícil encontrar temas para un reto de
escritura diaria.
Este comentario ha sido eliminado por un administrador del blog.
ResponderEliminarQueridísimo, la mano tonta le ha dado ella solita al botón de suprimir tu comentario. Soy lerda total.
EliminarDecía algo asín: "Me parto el pecho con eso de "Tendré que abigarrar mi vida sentimental con un par de historias simultáneas" Sí, no te va a quedar más remedio."
A lo que yo respondo: malo, más que malo.
Solo tendrás que echar mano de tu imaginación.
ResponderEliminarO ser mu mala o mu atrevía
EliminarPrimica, queremos ya post de la borrica de poblado que además ha sido hace nada.. Ale, ya tienes ahí una idea. CONTINÚA CON ESTA AVENTURA DE LAS LETRASSSS.
ResponderEliminarEme jota
Pero, niña, que yo soy una periodista honrá. Cómo voy a escribir sobre una cosa con la que nohe podido flipar todavía en directo. El año que viene me encargas otra vez el trabajo, y me cubre los gastos.
EliminarCONTINÚo. KIAA!!