No te preocupes si mañana
no me encuentras agazapada en la trinchera. Con suerte, no habré
pasado a integrar el parte de bajas. Pero qué desalmados esos
números anónimos, qué asépticos. Como si el exceso neurótico de
higiene estuviera manteniendo también las historias a raya. Quizás
sea lo apropiado, justo ahora: esterilizar el corazón, una vez al
día por lo menos, para que el dolor de los que mueren y de los que
batallan no nos arrolle por completo. Cada uno tendrá su propio
método de aseo: tú, inventarle juegos a tus hijos; tú, mirar en
una pantalla las caras de tus padres; yo, mi rato de teléfono, mi
cachito de sol y mis modestos árboles.
Pasará que volveré a hacer
ronda ahí afuera. Prácticamente todos los días, como si la vida de
antes volviese a ser lo que era. Y será un espejismo, claro, pero
también una forma de estructura. Mi tiempo volverá a estar embutido
en un horario impuesto externamente. Se habrá retirado buena parte
del aluvión de horas. Y habrá que volver a hacer cuentas para que
la vida cuadre: cuidar esta casa mínima, este cuerpo y el de al
lado, seguir regando las relaciones. En el momento del naufragio yo
me agarré a estas letras como a un trozo de madera suelto. Y a ellas
me he aferrado hasta poner los pies en una isla.
Cada uno habrá llegado a la
suya, supongo. Pasadas dos semanas tras el hundimiento, la urgencia
de entender remite. La angustia de ver volar la realidad por los
aires empieza a aplacarse por costumbre. Es que somos tan
gloriosamente adaptables. Entonces te parece que ahí enfrente
empieza a recortarse una orilla. Le das alcance como puedes, y te
pones en pie después de escupir arena húmeda, porque eso, ponernos
en pie, es lo que sabemos hacer los humanos. ¿Será amable contigo
este nuevo sitio? ¿Encontrarás el modo de sobrevivir en él? ¿Serán
útiles aquí los esquemas del viejo mundo, o tendrás que
reinventarlos?
Hace falta tiempo y temple
para responder a esas preguntas sin precipitarse. Con suerte, siempre
con suerte, porque nunca como hasta ahora ésa fue la razón
definitiva de andar sobre esta tierra, el diario de la trinchera se
convertirá en una crónica de la isla. Empiezo desde ya a
reconocerla. No faltes en tu orilla cuando lance mi botella.