domingo, 29 de marzo de 2020

Día 14



No te preocupes si mañana no me encuentras agazapada en la trinchera. Con suerte, no habré pasado a integrar el parte de bajas. Pero qué desalmados esos números anónimos, qué asépticos. Como si el exceso neurótico de higiene estuviera manteniendo también las historias a raya. Quizás sea lo apropiado, justo ahora: esterilizar el corazón, una vez al día por lo menos, para que el dolor de los que mueren y de los que batallan no nos arrolle por completo. Cada uno tendrá su propio método de aseo: tú, inventarle juegos a tus hijos; tú, mirar en una pantalla las caras de tus padres; yo, mi rato de teléfono, mi cachito de sol y mis modestos árboles.

Pasará que volveré a hacer ronda ahí afuera. Prácticamente todos los días, como si la vida de antes volviese a ser lo que era. Y será un espejismo, claro, pero también una forma de estructura. Mi tiempo volverá a estar embutido en un horario impuesto externamente. Se habrá retirado buena parte del aluvión de horas. Y habrá que volver a hacer cuentas para que la vida cuadre: cuidar esta casa mínima, este cuerpo y el de al lado, seguir regando las relaciones. En el momento del naufragio yo me agarré a estas letras como a un trozo de madera suelto. Y a ellas me he aferrado hasta poner los pies en una isla.

Cada uno habrá llegado a la suya, supongo. Pasadas dos semanas tras el hundimiento, la urgencia de entender remite. La angustia de ver volar la realidad por los aires empieza a aplacarse por costumbre. Es que somos tan gloriosamente adaptables. Entonces te parece que ahí enfrente empieza a recortarse una orilla. Le das alcance como puedes, y te pones en pie después de escupir arena húmeda, porque eso, ponernos en pie, es lo que sabemos hacer los humanos. ¿Será amable contigo este nuevo sitio? ¿Encontrarás el modo de sobrevivir en él? ¿Serán útiles aquí los esquemas del viejo mundo, o tendrás que reinventarlos?

Hace falta tiempo y temple para responder a esas preguntas sin precipitarse. Con suerte, siempre con suerte, porque nunca como hasta ahora ésa fue la razón definitiva de andar sobre esta tierra, el diario de la trinchera se convertirá en una crónica de la isla. Empiezo desde ya a reconocerla. No faltes en tu orilla cuando lance mi botella.

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