Es fácil dar con una pepita de oro
enterrada en el lecho internáutico, si tienes tiempo, constancia y
un carácter afable respecto al aburrimiento. Y entonces, cuando
limpias tu pepita y le sacas brillo y te embelesas, es fácil caer en
la nostalgia de lo que vendrá cuando ya estés muerta. Porque has
conocido otra manera de estar en el mundo, una en la que la red de
relaciones era más estrecha, y las imágenes eran pocas, y un dios
se arrogaba el monopolio de la omnisciencia. Naciste cuando la
economía audiovisual no se había desbocado, y la materialidad de
los medios limitaba hasta cierto punto el crecimiento de su burbuja.
Y si en el curso de tu vida el mundo ha
cambiado tanto; si se te permite meter la cuchara en semejante
exuberancia, ¿qué es lo que te tocará perderte? Qué visiones, qué
inventos, qué nuevas puertas.
Pienso en eso al mirar las fotos de
Matthieu Paley. Sólo un poquito. La nostalgia es una sustancia
volátil que se disipa antes que la diversión del vino, y
una no puede atender mucho a lo que no tendrá o no tiene cuando, sin
más abracadabra, se abre la cueva del tesoro. Cuando en torno al
sofá los baobabs empiezan a ramificarse, y el hielo usa la trama del
gotelé para hacer encajes, y el Pacífico entero cabe en una
habitación de tres por siete.
Podría hablar de esta como de cualquiera. Pero algo en ella me ha agarrado. Quizás la abundancia de piel. O quizás la manera tan fina en que captura lo que yo entiendo por alimento, y de ahí a un paso, lo que entiendo por felicidad. Mira la foto de la izquierda: repara en cómo ese perol de cosas algo asquerosas parece proteger el sueño del niño. Pega el oído para escuchar una especie de nana marina. Lo que vas a comer te hace como tu madre te hizo.
Pasa ahora a la de la derecha. Hasta
ahora me ha costado no hablar de genitales, pero el mar los pone por
todos sitios. Un cuerpo hermoso que agarra un pulpo, un botón fuera
de sitio, la presencia del agua que amortigua y propicia... ¿Cuánto
tiempo pasará antes de que lo que el hombre ha capturado forme parte
de sí mismo? ¿Cuánto va a tardar la criatura en hacerse músculo?
¿Cuántas transformaciones sufrirá la carne del pulpo antes de
convertirse en humana? Muy poco, muy pocas. Una debe de ser mejor
persona cuando está expuesta a tanta frescura.
¿Y qué tiene que ver la felicidad con
esto? Oh, vamos. Imagina que en vez de ir a la oficina, abrazas tu
propio alimento. Imagina ese tipo de inmediatez, nutrirte de esa
vecindaz con lo vivo. Imagina que en lo que comes late todavía un
pulso.
Recuerda los mejores sabores de tu
vida: la mandarina justo debajo del árbol, la nana apenas
tarareada, los besos poco hechos.
Y luego agradece haber llegado a tiempo de Internet, pero mucho más de lo fresco .
Y luego agradece haber llegado a tiempo de Internet, pero mucho más de lo fresco .
Mi gusssta de leerte...
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