martes, 8 de diciembre de 2015

Qué modorra


No me importaría que alguna de mis personalidades posibles estuviera dotada de perspicacia. Sería tan bueno saberme dueña de un intelecto riguroso y fiable. Ser capaz de interpretar fácilmente la realidad, ese cuadro cubista plagado de cosas rotas, perfiles simultáneos y ojos donde tendrían que estar las tripas. Despiezar en lotes comprensibles lo que pasa. Resolver ecuaciones de tercer grado sin perder nunca de vista la incógnita relevante. Penetrar hasta la médula en el comportamiento de grupos y personas. Tener respuestas ágiles, argumentos elegantes, opiniones sólidas.

Al menos durante media hora estaría bien probar a ser analista político. Llevar en la solapa un brillante doctorado en literatura comparada. Escribir artículos dandis para alguna revista en blanco y negro. Aunque en realidad me conformaría con saber razonar con injundia. Profundizar un poco más allá de la superficie.

En vez de eso, trato de comprender y me duermo. No hay manera de evitarlo: siempre me distraigo con el paisaje. Las palabras que no salen de la víscera me entontencen. Los alegatos no pueden arraigar en mis lustrosas circunvoluciones cerebrales. Entre una frase y otra los detalles empiezan a hacerse grandes: la coleta que se esgrime como un crespón en el brazo; una boca que nunca ha sido tan fucsia; una gesticulación de niño vestido de marinerito; la aterradora sonrisa de replicante. El porqué de las apariencias. La persona impenetrable que se esconde tras el discurso.

Atiendo al dominó político con una sensación creciente de haber perdido el mapa. Me subo la mantita hasta el cuello, y poco a poco las palabras se van convirtiendo en ese trino mañanero a pesar del cual intentas volver a dormirte. No sé lo que de verdad quiere decir esta gente. Carezco de ese tipo de agudeza.

Además la estrategia me ensucia la sangre. Sé que esa es una piedra de toque de la inteligencia. Pienso en el ajedrez. Pienso en la astucia erótica. En la seducción entendida como campo de maniobras militares. Seré quizás simple, pero a mí todo eso me aburre. Tras diez minutos de debate mi cabeza anida en hombro ajeno. Sólo la franqueza sabe mantenerme despierta.

3 comentarios:

  1. Bueno, tú al menos intentaste verlo, yo no llegué ni a eso... Mua.

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  2. Lo peor es, que después de haber hecho el esfuerzo de escucharlos, te das cuenta que no han dicho nada nuevo.

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