No me importaría que alguna de mis
personalidades posibles estuviera dotada de perspicacia. Sería tan bueno
saberme dueña de un intelecto riguroso y fiable. Ser capaz de
interpretar fácilmente la realidad, ese cuadro cubista plagado de
cosas rotas, perfiles simultáneos y ojos donde tendrían que estar
las tripas. Despiezar en lotes comprensibles lo que pasa. Resolver
ecuaciones de tercer grado sin perder nunca de vista la incógnita
relevante. Penetrar hasta la médula en el comportamiento de grupos y
personas. Tener respuestas ágiles, argumentos elegantes, opiniones
sólidas.
Al menos durante media hora estaría bien
probar a ser analista político. Llevar en la solapa un brillante
doctorado en literatura comparada. Escribir artículos dandis para
alguna revista en blanco y negro. Aunque en realidad me conformaría
con saber razonar con injundia. Profundizar un poco más allá de la
superficie.
En vez de eso, trato de comprender y me
duermo. No hay manera de evitarlo: siempre me distraigo con el
paisaje. Las palabras que no salen de la víscera me entontencen. Los
alegatos no pueden arraigar en mis lustrosas circunvoluciones
cerebrales. Entre una frase y otra los detalles empiezan a hacerse
grandes: la coleta que se esgrime como un crespón en el brazo; una
boca que nunca ha sido tan fucsia; una gesticulación de niño
vestido de marinerito; la aterradora sonrisa de replicante. El porqué
de las apariencias. La persona impenetrable que se esconde tras el
discurso.
Atiendo al dominó político con una
sensación creciente de haber perdido el mapa. Me subo la mantita
hasta el cuello, y poco a poco las palabras se van convirtiendo en
ese trino mañanero a pesar del cual intentas volver a dormirte. No
sé lo que de verdad quiere decir esta gente. Carezco de ese tipo de
agudeza.
Además la estrategia me ensucia la
sangre. Sé que esa es una piedra de toque de la inteligencia. Pienso
en el ajedrez. Pienso en la astucia erótica. En la seducción
entendida como campo de maniobras militares. Seré quizás simple,
pero a mí todo eso me aburre. Tras diez minutos de debate mi cabeza
anida en hombro ajeno. Sólo la franqueza sabe mantenerme despierta.
Bueno, tú al menos intentaste verlo, yo no llegué ni a eso... Mua.
ResponderEliminarCreo que eso mismo nos pasa a muchos.
ResponderEliminarBesos
Lo peor es, que después de haber hecho el esfuerzo de escucharlos, te das cuenta que no han dicho nada nuevo.
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