Llegado el caso, puedes hacerte preguntas
muy tontas, muy básicas. Y sólo cuando las respondes te das cuenta
de que cuanto más estúpida es la pregunta, más esencial es la
respuesta que obtienes a cambio.
Puedes preguntarte, por ejemplo, qué es
un gato. Y responder que un gato es un mamífero de pequeño tamaño
que comparte espacios con el ser humano y cuyo sentido vital
intrínseco es mantener un nivel de comodidad digno. Ese gato que se
supone doméstico parece consciente de sí mismo de una manera que,
si no apestase a antropocentrismo, podrías llamar humana:
persigue con denuedo su bienestar individual, no el de su
especie. Busca fuentes de calor como los animales salvajes alimento.
Y se limpia tanto, se atusa con empeño tan admirable, que es como si
tuviera una noción lúcida de su propio aspecto.
Puedes preguntarte: un gato sucio y
desastrado, ¿sigue siendo un gato? Uno que no saca tajada de su
convivencia con las personas, ¿ha dejado expresar su propia
naturaleza? Un gato que da pena verlo, ¿querría seguir siendo gato?
Y responder que, por muchas preguntas que
te hagas acerca del otro, jamás podrás llegar a saberlo. Que todas
las respuestas serán siempre rehenes de tu propia conciencia. Y que
el mayor drama del ser humano es que su capacidad de razonar es como
una bayeta vieja que deja más mierda de la que quita.
No puedes saber lo que está pensando
realmente la persona junto a la que duermes.
Ni si ese desconocido que está comprando
sardinas mira a veces su calle con ojos de naúfrago.
O si sufre de veras el animal que no se
expresa ni con letargo ni con gemidos.
Uno se relaciona y aprende a tomar
decisiones en base a lo que elabora su propia conciencia, y el mundo
entero se convierte así en su propio teatro de guiñoles. Tu pareja
piensa lo que tú crees que piensa. El desconocido se siente quizás
tan perdido como tú misma. El gato sufre porque ha dejado de hacer y
de ser lo que de él esperas.
Y así empiezas preguntándote si Vito,
el gato sucio y enfermo, no tenía de verdad otra salida que la del
sacrificio, y respondiéndote que vivir usando herramientas humanas
es un asunto inseguro.
Vito, que a veces ponía cara de preguntarse mucho. |
Demasiado a menudo me hago todas esas preguntas y como más bien creo que el ser humano no tiene al mundo como su propio teatro de guiñoles, sino que es más bien un guiñol manejado por no sé qué, me cuesta y me duele decidir el momento en que se debe cortar el hilo que mantiene sus vidas, tan excepcionales.
ResponderEliminarY entonces yo me digo: la naturaleza daba perfectamente la hora antes de que al ser humano le diera por ajustarla por aversión al sufrimiento.
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