Hay gente tan buena, tan buena, que a
veces te mata. No es que te desarme o te deje sin palabras, ni que su
sola presencia funcione como el limpiahogar perfecto, que purga,
desinfecta y abrillanta. Es que, así como suena, te seca la médula;
te debilita; te roba la sustancia. Queriendo dártelo todo, todo te
lo quita. Con lo contrario de la alevosía. El léxico penal carece
de nombre para ciertas circunstancias agravantes.
Es ese tipo de gente que se borra
proactivamente en cualquier interacción que suponga un intercambio.
Personas que se vacían para ti, se desactivan, cortan uno a uno los
cablecitos de colores de sus deseos o necesidades, quizás por miedo
a que la bomba de su personalidad inédita estalle. Si dices “qué
sed”, se dan patadas en el culo para buscarte un vaso de agua. Si
elogias sus pendientes, se los quitan y te los regalan. Obsequian de
un modo tan desproporcionado que no es raro que sientas que los estás
saqueando. Sin quererlo, te convierten en un parásito.
Negándose a ellas mismas, te niegan. Te
vacían, te desactivan, cortan los cablecitos de colores de lo que
puedes hacer tú mismo. Sirviéndote, te despojan de brío.
Protegiéndote, te vuelven blando. Junto a ellas eres una cosita
decorativa y frágil. Un jarrón de porcelana china. Un bebé de
sesenta kilos. Un patricio a la caída del imperio romano.
Pero lo más incómodo es que al romper
el equilibrio del toma y daca, transformando el intercambio en
desahucio, extirpan lo mejor de ti mismo: tu propia capacidad para
ser desprendido. Cuando tú eres siempre el regalado, no se te
concede ser altruista. Cuando alguien se apropia de la generosidad
abusivamente, la reciprocidad muere y tus opciones de dar se limitan.
No, un momento, lo más incómodo, lo que
de verdad te enerva es que no se puede negociar con ellas. No puedes
reprocharles nada sin que te miren como si fueras un ogro. No es
fácil encontrar réplica cuando con los ojos y con el más pequeño
de sus actos te están expresando su amor. Ser un ídolo no es
gracioso. Y menos si tu propio caudal de entrega se echa a perder
mientras tanto.
La salud del ecosistema requiere que haya
depredadores, pero también que las presas cuenten con mecanismos de
escape. Imagina si los leones tuvieran siempre a tiro unas
complacientes gacelas. Si estas se metieran entre sus colmillos de
manera enfermiza. Una manada de leones obesos no tardaría en
volverse ecológicamente inservible. Sin control, la población de
gacelas se dispararía, y con ello, las enfermedades por
hacinamiento, la explotación de recursos, hierba esquilmada,
arbustos ratoneados, toda esa mierda en cadena.
Entre los que se quieren es necesario
igualmente un nivel mínimo de egoísmo. Una mínima protección de
la personalidad de cada uno. Esto que digo no es cinismo, sino
perogrullada de parvulitos: ser muy buena persona puede ser
antiecológico.
Totalmente de acuerdo, ese tipo de gente que se anula para mí no son buenas personas, son simplemente sumisos sin personalidad. Agotador. Además en toda relación como bien dices hay que dar y tomar.
ResponderEliminarBesos, Silvia.
Hola, soy yo: primero que nada Feliz CUMPLE te deseo de todo corazón, yo creo que hay que ser y dejar ser, si el o ella son felices siendo deja que sea así, uno elige el camino y los acompañantes
ResponderEliminarAunque cuatro días tarde, gracias!!! Tu felicitación se adelantó a cualquiera en este blog.
EliminarClaro, cada uno tiene su manera propia de darse y obtener paz o felicidad a cambio, pero hay niveles de entrega que rozan el martirio y que incomodan a los que reciben. A mí me pasa.