martes, 15 de diciembre de 2015

Alimento íntimo


Es fácil dar con una pepita de oro enterrada en el lecho internáutico, si tienes tiempo, constancia y un carácter afable respecto al aburrimiento. Y entonces, cuando limpias tu pepita y le sacas brillo y te embelesas, es fácil caer en la nostalgia de lo que vendrá cuando ya estés muerta. Porque has conocido otra manera de estar en el mundo, una en la que la red de relaciones era más estrecha, y las imágenes eran pocas, y un dios se arrogaba el monopolio de la omnisciencia. Naciste cuando la economía audiovisual no se había desbocado, y la materialidad de los medios limitaba hasta cierto punto el crecimiento de su burbuja.

Y si en el curso de tu vida el mundo ha cambiado tanto; si se te permite meter la cuchara en semejante exuberancia, ¿qué es lo que te tocará perderte? Qué visiones, qué inventos, qué nuevas puertas.

Pienso en eso al mirar las fotos de Matthieu Paley. Sólo un poquito. La nostalgia es una sustancia volátil que se disipa antes que la diversión del vino, y una no puede atender mucho a lo que no tendrá o no tiene cuando, sin más abracadabra, se abre la cueva del tesoro. Cuando en torno al sofá los baobabs empiezan a ramificarse, y el hielo usa la trama del gotelé para hacer encajes, y el Pacífico entero cabe en una habitación de tres por siete.



Podría hablar de esta como de cualquiera. Pero algo en ella me ha agarrado. Quizás la abundancia de piel. O quizás la manera tan fina en que captura lo que yo entiendo por alimento, y de ahí a un paso, lo que entiendo por felicidad. Mira la foto de la izquierda: repara en cómo ese perol de cosas algo asquerosas parece proteger el sueño del niño. Pega el oído para escuchar una especie de nana marina. Lo que vas a comer te hace como tu madre te hizo.

Pasa ahora a la de la derecha. Hasta ahora me ha costado no hablar de genitales, pero el mar los pone por todos sitios. Un cuerpo hermoso que agarra un pulpo, un botón fuera de sitio, la presencia del agua que amortigua y propicia... ¿Cuánto tiempo pasará antes de que lo que el hombre ha capturado forme parte de sí mismo? ¿Cuánto va a tardar la criatura en hacerse músculo? ¿Cuántas transformaciones sufrirá la carne del pulpo antes de convertirse en humana? Muy poco, muy pocas. Una debe de ser mejor persona cuando está expuesta a tanta frescura.

¿Y qué tiene que ver la felicidad con esto? Oh, vamos. Imagina que en vez de ir a la oficina, abrazas tu propio alimento. Imagina ese tipo de inmediatez, nutrirte de esa vecindaz con lo vivo. Imagina que en lo que comes late todavía un pulso.

Recuerda los mejores sabores de tu vida: la mandarina justo debajo del árbol, la nana apenas tarareada, los besos poco hechos.

Y luego agradece haber llegado a tiempo de Internet, pero mucho más de lo fresco .

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