Dudo
muchas veces.
Dudo,
por ejemplo, de que mis tobillos estén lo bastante bien colocados
anatómicamente como para sostenerme de modo fiable. Dudo de la buena
fe de mis cervicales. Dudo de que mi culo no sea un ente paranormal
que se alimenta de un cuarto del alimento que le meto a mi cuerpo
para perpetuarse y, si es posible, conquistarle todo el territorio
que pueda a mis carnes.
He
dudado de que mi indudable progreso en el campo de lo dinámico
pueda llevarme alguna vez a considerarme curada de la enfermedad de
la torpeza.
Si
me paro a pensarlo, dudo mucho de mí misma como escritora. Dudo de
que ese sea un rol que haya adoptado movida por una verdadera pasión.
Dudo de que sea el gran amor de mi vida. Dudo de que lo que escribo
tenga la menor gracia o el menor interés. Dudo de que el noble
propósito de calentarle a alguien la sangre, o darle un aclarado a
las lentes con las que mira ese alguien el mundo, pueda estar a mi
alcance.
A
veces me cuesta adaptar mi paso al ritmo con el que andan los otros,
y entonces es posible que me encuentre dudando de mi lealtad. Dudo de
no ser capaz algún día de vender lo más preciado que tengo a un
precio irrisorio. Las tres o cuatro ocasiones en que la flema se ha
apoderado de mí como de un kamikaze, he llegado a dudar de que las
cosas y las personas verdaderamente me importen. Pero la mayoría de
las veces dudo de que pueda aprender a dar personas y cosas por
perdidas.
El
ciclo hormonal me hace a veces dudar de que las conclusiones a las
que llego tengan la menor originalidad. En momentos de debilidad dudo
de que la forma en la que he elegido vivir tenga mucho que ver con mi
propia naturaleza. En momentos de extrema debilidad, dudo que haya
sido yo quien ha elegido el camino. Supongo que he llegado a dudar de
saber algún día cuál es esa naturaleza que me caracteriza. Puedo
dudar de que mi energía sea algo natural, y no un fruto de mi
voluntad.
Pero,
a pesar de esas leves indigestiones que vivir a veces provoca, no
dudo de que dentro de mí hay una habitación vestida del techo hasta
el suelo con ventanales. Hay un mirador donde puedo acodarme
tranquilamente para hacerme una con todo lo que mis ojos abarcan. Hay
también una profunda seguridad de que las dudas son células
epidérmicas que no cuesta trabajo exfoliar. Un árbol frondoso de
confianza que no se puede arrancar.
Es bueno dudar y no dar nada por sentado, tita S... Así aprendemos un poquito más.
ResponderEliminarUn beso!
Lo sé, lo sé. Por eso soy hospitalaria y dejo siempre una habitación preparada por si las dudas se quieren presentar sin ser invitadas.
EliminarQue levante la mano el que no haya tenido casi todas esas dudas.
ResponderEliminar¿Tú también piensas que tu culo es un ectoparásito?
EliminarSe pasa regular cuando vienen las dudas, sí; pero luego son trampolín para otro bienestar. Me encanta lo que haces, eso de tener una habitacioncilla para ellas.
ResponderEliminarBesos sin dudar.
Para mitigar, un ratito, alguna de las dudas, te diré que hoy: 3 diciembre del 2015 estoy leyendo entradas del 2013, lo que significa que hace un rato que yo debería estar haciendo otras cosas, pero un navegar bloguero me ha traído hasta aquí y me ha enganchado tu "Yo Escritora". Tu forma, contenido y fondo. Creo que me quedo.
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