martes, 31 de diciembre de 2013

Me da igual, me encanta

Llevo todo el día repitiendo en mi cabeza este mantra.


Esa carita existencialista

El perrito en primer plano es mi mente influenciable y sumisa. El perrazo de atrás son los fastos del fin de año. Actúa normal, me digo. No te enredes con la publicidad de un telediario sospechosamente falto de contenidos, que ha de ser rellenado con fuegos artificiales en Sidney y camarones de a ciento treinta y tres euros el kilo. Actúa normal. No vuelvas a humillarte ante las esquinas del calendario. Sabes de sobra que la cronología es un corsé que sólo de lejos recuerda a las verdaderas formas de la peripecia humana. ¿Puedes asimilar completamente la edad que delata tu DNI? ¿Y no crees en cambio que una noche del junio pasado, o de hace ocho años, tiene más jugo todavía y presencia en tu vida que lo que hiciste ayer después de ponerte el pijama? Pues eso. La cronología es un marco con purpurina dorada, un poco chabacano. Actúa normal: el júbilo no tiene fecha.

Actúa normal. Si todo lo que eres capaz de cocinar pasada la hora de la merienda es una tortilla que siempre se queda en revuelto, a santo de qué te vas a poner esta tarde a preparar manualidades rellenas de confit de pato. Actúa normal. Lo de las uvas. A los gatos de la casa les parecerá degradante ser alimentados por gente capaz de llenarse los carrillos de fruta de esa manera gratuita.

Actúa normal. ¿Necesitas acaso un cambio de dígito para tomar impulso? ¿Se bloquea el resto del año tu capacidad de renovación? ¿El paso del tiempo y los incumplimientos te echan en el cogote su aliento? ¿Tan chapucero es tu proyecto de vida que precisa ser remendado cada año?

Actúa normal en esta noche normal, no paro de repetirme. Pero mi mente es un perro de patas cortitas. El fin de año me atrapa siempre y me muerde en la yugular. Y yo me dejo mientras finjo oponer resistencia. Es memo, pero me encanta. El numerito de las uvas y el jolgorio cuya verdad sólo dura lo que la última campanada me encanta. Los ritos forzados me encantan. El optimismo zafio me encanta. Rendirme a la superstición del progreso vital me encanta.

Me encanta la anormalidad.

Y me encantaría cumplir también esa pequeña ordinariez de consignar los logros de este año que acaba, pero en la cocina me espera un rollo de pasta brick que tendré que domar a fuerza de látigo. Y en los arbustos, unas cuantas flores de romero que tengo que recolectar para darle garra a mi postre de piña a la plancha, antes de que el último sol del 2013 se ponga para no volver nunca más.

Feliz año a todos los queriditos que no ponen reparo a dormir en los coches.

4 comentarios:

  1. Feliz año a ti, queridisima.

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  2. Anónimo entre comillas01 enero, 2014 22:47

    Feliz año, cómo no...desearte eso no está reñido con que el "actúa normal" haya tomado carta de naturaleza en mis costumbres, sin habérmelo propuesto. Quizás la anormalidad sea eso.
    No hay nada más normal que hacer lo que a uno lo apetezca de verdad.

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    1. Totalmente de acuerdo. Una normalidad que he adquirido es aceptar todo mi ridículo interior.

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