domingo, 1 de diciembre de 2013

Ahora soy mejor persona

 
A propósito del último post.

Se llamaba Tammi, y lo conocí en una playa de la isla de Djerba. Yo paseaba sola, poniendo arena de por medio entre mí misma y el resort torremolinesco adonde un viaje organizado me había obligado a pernoctar. Quería alejarme de los preadolescentes franceses, los recién casados catalanes que a todo le ponían pegas, los escoceses a los que les quebaba estrecha la camiseta a la altura de la barriga. Tenía que salir de aquella burbuja en la que la experiencia vacacional se podía equiparar a una toalla comprada en los chinos.

Ya había contemplado desde el barco el perfil irreal de la isla, plano y desnudo en la distancia como un taco de madera sin barnizar. Conforme nos íbamos acercando al puerto, empezaron a distinguirse las palmeras más altas y flacas del mundo. Parecían, con su penacho casi perdido en el cielo, un signo de exclamación. Navegamos un trecho paralelo a la costa, y la sensación de irrealidad no hizo más que aumentar. El único relieve de la isla lo formaban las casitas de cubierta semiesférica, y un poco más adelante, los hoteles. Dañaban la vista, por supuesto, pero la tierra firme era tan recta, se extendía la orilla hasta un punto de fuga tan inabarcable, que cada uno de ellos era una isla dentro de otra isla. Y entre medias, sólo parecía haber arena. Como una gigantesca galleta, así es como se veía desde el barco la isla de Djerba. Como si el mar entero fuera a salir disparado hacia arriba, a poco que uno escarbara el suelo con el pie. Quería ver eso. 


Y lo vi.
 

La playa era un Caribe un poco harapiento. Arena blanquísima, palmeras y más palmeras flexibles como juncos, y por todas partes, montones secos de algas y jirones vegetales. Al fondo, un morabito de lo más fotogénico. Por allí andaba también Tammi. ¿Siguiéndome las huellas, o viniendo hacia mí desde el extremo opuesto, como en una escena romántica? Ahora ya no me acuerdo. No había ni un alma alrededor, y el cielo estaba sospechosamente rosa. Pero no guardo memoria de haberme sentido amenazada. Era alto y flaco como las palmeras, y tenía una alegre mirada de ojos redondos. Chapurreaba un español aprendido ex profeso para servir cubalibres a turistas de la Meseta. Tampoco recuerdo si era tunecino, o de algún otro rincón del Magreb. ¿Marroquí? Puede ser. Claro, debe ser. Cambiamos unas cuantas frases. Me contó sus planes, le conté mi viaje, se admiró de que viajara sin marido ni novio. Inocente como un dibujo animado. Fue la primera charla con un hombre joven, desde que puse los pies en África, en que no me sentí una guiri sexualmente codiciada.

Sin darse importancia, me dijo que un par de años antes había llegado en patera a Canarias, y que, antes de poder darle las gracias a Alá, había sido devuelto a la orilla contraria. Me dijo que estaba a punto de volver a intentarlo. Me dijo que trabajaba esa noche. Le dije que a la mañana siguiente, tempranísimo, volaría de vuelta hacia España. No quise que perdiera tiempo acompañándome hasta el hotel. Se fue por donde había aparecido, con mi teléfono anotado en alguna parte. No tengo ni idea de por qué se lo di.

Cuando me llamó unas semanas después, no quise contestar. Sabía que era él, porque me había mandado un mensaje para avisarme. Dejé sonar una y otra vez el teléfono. Hasta que se cansó de insistir. No estaba dispuesta a que nadie me importunara.

Hace muy poco que volví a acordarme de aquello. ¿Habría conseguido llegar entonces a la Península? ¿Le habría decepcionado comprender que hay europeos que se olvidan de ser amables cuando las vacaciones terminan? Pienso en la historia que mi apatía no supo arrancarle hace ocho años y me preguntó qué habrá sido de Tammi. Qué cosas habrá vivido, cómo de abultada estará su biografía con respecto a la mía. Qué necesidad suya fui incapaz de responder.

Al menos puedo consolarme de mi antigua indiferencia con la certeza de que a veces los años, más que erosionarte, te pulen y te restauran.

2 comentarios:

  1. Te has preguntado, desde este día de hoy, que harías si Tammi se pusiera en contacto contigo?

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    1. Descolgar el teléfono. Esta vez sí. Escuchar, por lo menos.

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