Andaba yo batiéndome el cobre con un
embrión de relato, cuando sonaron un par de timbrazos.
La puerta de casa. Qué raro. Ningún
vecino del reino de paz que es este bloque llamaría de un modo tan
imperioso. Jose se ha llevado su manojo de llaves. ¿Es que habrá
llegado hasta aquí el loco del chándal? Salgo de la habitación con
pasos amortiguados por calcetines, llego de puntillas hasta la
entrada, me cuelgo de la mirilla. Un bulto gris verdoso ocupa todo el
círculo. Alguien ha cargado su peso contra la puerta. Oh, my god.
El bulto se mueve. Trata de arrancarle
una melodía a un timbre que sólo sabe pronunciar monosílabos.
Ahora distingo el perfil. Es Jose. Cargado a su vez con dos bultos. Este
demonio. Este ángel. Este hombre. Abro la puerta en un estado
levemente alucinatorio. Pero qué. ¡Felicidades, los Reyes!
¡Felicidades, los Reyes! Pero qué. ¡Mira lo que te he
traído! Entra en la casa, miro los bultos, logro encajar mi
mandíbula inferior en su sitio. No sé si colgarme de su cuello o
zarandearlo. Planta su carga en la mesa del salón. Dos cajas. Sin
papel de regalo, blancas, vociferantes de marcas. Qué, me
interpela, con los brazos en jarras. Yo las contemplo como si fueran,
no sé, un ornitorrinco en un frasco de formol.
No voy a decir que no me esperara una
sorpresita. Al fin y al cabo, mañana es mi cumpleaños. Y este
hombre es así. Le daba pena que fuera un día como cualquier otro,
de madrugón y uniforme, gimnasio y ordenador. No ver este
año en mi cara los ojos de niña chica abriendo ávida sus regalos. Hace seis
meses no pudo esperar a comprarme el e-reader. Yo, en
junio: que no. Él: que sí. Yo: que no. Él:
considéralo un anticipo. Desde entonces ya me he embuchado
doce libros digitales. Este Hombre es Asín. Se echó a la calle a
eso de las cinco de la tarde. Inocente de mí, yo pensaba: espero que
se acuerde de que sólo puedo ponerme braguitas de algodón o de seda.
O: me apuesto a que serán justo los pendientes negros que necesito.
En ningún momento consideré que pudiera traerme algo que no cabría
en los bolsillos de su chaquetón.
Y ahí están, todavía sobre la mesa,
palpitando como fetos de cuarenta semanas. El bulto de la
panificadora. El bulto de la yogurtera. ¿No querías hacer tu
propio pan y tu propio yogur? Pues vualá. Bate sus pestañas de
jirafa. Venga, me cuelgo de su cuello. Veo los bultos con el rabillo
del ojo. Ahora soy yo la que se pone flamenca. Pero, tío, ¿esto
qué es, el sueño americano? ¿Kansas City, año 1954? ¿Soy yo la
dueña del par de piernas con tacones que aparecen en la cocina de
Tom & Jerry? ¿Te has vuelto loco, colega?
Bueno, como estabas medio tristona,
responde, y pone esa cara de travesura y arrobo que es el verdadero
regalo. Los bultos preñados de objetos electrófagos son una excusa.
Y que haya terminado confirmando mi tesis no importa. Es cierto que
desde hace unos días sufría punzadas de una crisis de la mediana
edad especialmente precoz. La vida que se estanca y a la vez se
escapa por un agujerito, como una alberca mal diseñada. Los días
que van necesitando algún tipo de restauración. Blablabla. Con mi
sesera de vocación adolescente, me sentía poco preparada para
enfrentar el maratón de los treincicinco. Contra eso, la mesa de mi
salón, una oda al materialismo.
Pero francamente, queridos, me importa un
bledo, ahora mismo. Un día de estos devolveré la yogurtera. Ya
sabéis, por eso de ser medio coherente con el espejismo de una vida
más simple e inocua hacia el que me dirijo, en mi travesía por este
desierto de vatios. Pero el otro bulto ya ha parido su carga. Tengo
todavía muchos años por delante para seguir amasando pan e ilusión.
Ohhhh!!! Es tu cumpleaños mañana?? 35 soles tiene mi tita S?
ResponderEliminarAiiii que yo quiero tirarte de las orejas!!! Joooooooo...
Mil besos enormes más enormes que de costumbre!
¿Has visto lo viejuna que soy, con esta cara de mozuelilla que tengo?
EliminarTe dejo en depósito los 35 tirones para cuando te decidas a bajar un poquito hacia el Sur.
Más besos para ti, florecilla.
¡¡Menudos panes tienen que salir de ahí!!. ¿En caminarte a una vida más simple?, ¿hacer tu propio pan?, ¿esas pequeñas crisis y mentes parloteadoras?...semos gemelas, admitámoslo ya.
ResponderEliminarMás felicidades también por aquí (me lo ha chivado el fb hace un momentín).
Muas
Yo estoy convencida de que sémoslo. Y como eso no ocurre muy a menudo, dame tus señas y te mando un pan. Si es que te atreves a ejercer de cobaya.
EliminarBesos, queridita.
Anda que no tienes suerte chiquilla!.
ResponderEliminarMil felicitaciones y otros tantos besos
O-u-ye-ah
EliminarPues, desde estas lejanas tierras, un gran beso de cumpleaños (a ver si el próximo verano tomamos yogur casero con pan).
ResponderEliminar¡Montoya, querido! Mejor me traéis uno de esos famosos yogures, densos como el mercurio, que hacen los amish. Mejor venís antes de verano, malvados! Mil besos.
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