Abrazo mi pelota de fitness como si el
parquet del gimnasio fueran las aguas de Terranova. Abrazar es un
verbo un poco elegante, quizás. Digamos que estoy echada de bruces,
intentando encontrar la manera de simultanear una irrealizable
postura de equilibrio sobre el ombligo, mi respiración de ballena
fuera del agua y las carcajadas que llevo conteniendo desde que la
clase empezó. Bastante tengo como para averiguar lo que hace el
monitor a mi espalda. No sé realmente si me está colocando los
codos para que no me caiga, si me ha agarrado del cuello como a un
conejito, si me ha desbaratado el pelo, si se está riendo conmigo, o
todo ello a la vez. A mí me da igual. Porque lo amo. Amo a casi
todos los monitores de este gimnasio. Son todos dulces y tolerantes
como monjes en un monasterio budista. No escatiman sonrisas. Amo los
muslos de potro de uno; el relieve alomado de la espalda de otra; la
carita de Virgen niña de aquella; la de nieto que acaba de recibir
el aguinaldo con que te saluda el de más allá. Son todos cuerpos de
una hermosura sin presunción.
Y si hace falta te tocan. Y no pasa nada.
Ese es uno de los más sutiles motivos por los que me he aficionado
tanto al lugar: haberme topado con el tacto libre de subtexto de
otros. Manos limpias que te tocan sin miramientos, como si fueras un
buen objeto cualquiera de artesanía. Sin necesidad de componer un
respeto cariacontecido, sin que haya una ruptura culpable de los
sacros límites de tu intimidad. Sé lo que hay ahí, parece decirte
cada vez que te toca una de esas bellas personas, y no es para tanto.
Se llama deltoides, conecta con esto y aquello; y esto es el psoas, y
si se acorta, tendrás pupita en la zona lumbar. Yo disfruto cada vez
más con ese aire de taller mecánico, con la ausencia de remilgos y
la cordialidad material. Ya apenas me encojo cuando me tocan.
Al principio, la promiscuidad del
vestuario femenino me apabullaba, el catálogo exuberante de tetas
caídas, tetas cónicas, tetas que hasta hace un par de meses
estuvieron amamantando. Muslos labrados por la celulitis, cicatrices
de cesárea, vello por todas partes, pliegues y adorables hoyitos al
sur de la espalda. Ahora contemplo todo el festín de carne con un
afecto creciente. Como quien se admira, en uno de esos mercados
antiguos, de la variedad y belleza de fruta y pescado con que la
naturaleza se adorna a sí misma.
Y yo con mi piel caliente y el pelo
húmedo tras las orejas, aprendo a reivindicar de una vez mi cuerpo que sabe moverse. Entiendo un poco más la materia de la que estoy
hecha. La observo cada vez más manejable y más dúctil. Se desbaratan
como trenzas al aire todos los años de agarrotamiento. Los quistes
de timidez y miedo al ridículo, encapsulados en las fibras de cada
músculo. Cada vez que alguien te toca sin doble sentido, se suspende
el aprendizaje del aislamiento. Cada vez que te corrigen sin puntuar
tu habilidad o tu torpeza, la parálisis cesa. La mente aprende por
fin a ocupar el puesto de copiloto del cuerpo. Se siente cómoda
contemplando el paisaje, olvidada de los mandos, tan tranquilita.
Y cuando los otros te tocan, no es una
intromisión, sino una manera coloquial de reconocimiento. El cuerpo
ya no da miedo, tu cuerpo sucio, mortal y torpe, el cuerpo inapelable
de los demás. Manos desconocidas se posan en ti, y ya no te retraes como
el molusco que has aprendido a ser. Cuando te das cuenta de ello,
ese buen tacto se convierte en una caricia de sol en la cara. En el
fin del invierno.
Te envidio y me alegro, bichita linda.
ResponderEliminarEntonces, ¿tú puedes entender por qué mi gimnasio no me rabaja la cuenta del mes?
EliminarRebaja la cuota. Se me está achicando la sesera conforme los hombros se me redondean.
EliminarQue bueno que sea así.
ResponderEliminarBesos.
Besos y arrumacos bienintencionados para ti.
EliminarSi no fuera porque ya lo hice el jueves pasado, matricularme en mi propia "sociedad pilatélica", después de leer este post seguro que correría a hacerlo. Sabes convencer, aunque no lo pretendas.
ResponderEliminarSociedad pilatélica. Qué monstrua. Pero no tengo el palmito ni las mechas de la relaciones públicas de mi gimnasio.
EliminarY como yo llego tarde a todo, con un océano de distancia, y una pila infinita de ensayos para corregir, me alegro de tu conquistada intimidad con los modernos templos del cuerpo; y te mando mis pésames por la muerte de Leo. Un gran abrazo y besos de navidad.
ResponderEliminarMi queridísimo contra los océanos y las correcciones. Gracias por todos tus sentimientos.
Eliminar!Qué bonito, Silvia!. Enmarco el tercer párrafo. Muchos besos!
ResponderEliminarTe lo regalo entero. Recuérdaselo a mis herederos. Más besos para ti.
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